Cómplices

Sábado, 9 de abril de 2011

Sigo nutriéndome con la sonrisa del sol y con versos amigos, después de haberme alimentado de prosas amigas, como dejaré escrito en otra parte en unos días. Dicho de otro modo, recargo baterías para los acontecimientos que se avecinan. Hago como que descanso, pero sin dejar de mirar de reojo a lo que el mundo nos depara. Digamos que estoy en un reposo activo, como denominan los médicos a la convalecencias de ciertas enfermedades.
Es complicado el ser humano, o muy simple, o ambas cosas. Aún no lo sé... Según he visto en algún titular de la prensa, todo el hemisferio norte ya ha recibido partículas radioactivas procedentes de la central nuclear de Japón. No me he molestado en leer el contenido de la noticia, para qué. Ya están aquí, y estoy seguro que los organismos internacionales han dicho que el índice de radioactividad no es peligroso para la salud humana.
Ya.
Sólo la vida es peligrosa para la salud humana, porque solo quien está vivo acaba muriéndose. Ante una obviedad de este tipo, no hay nada que discutir.
Sé que se me tachará de insolidaridad, pero no me resisto a formular en voz alta la pregunta: ¿No es más peligrosa esta contaminación que la originada por el humo del tabaco? Sí, es cierto que arrimo el ascua a mi sardina, pero ésta es la primera reflexión que he tenido, quizá porque ojeaba el periódico en un bar, mientras tomaba un cafetito y ardía (nunca mejor dicho) en deseos de encenderme un pitillo.
Nos (me) resta la esperanza de creer (¿vana ilusión?) que este Planeta es más poderoso en su capacidad de eliminar residuos de lo que parece, pero esta posibilidad, quizá sea el clavo ardiente al que uno no le queda más remedio que aferrarse.
No incumpliré la norma (y no sólo por la cuenta que me tiene, sino porque comprendo que a mi alrededor no tienen porque aguantar mis humos, y es evidente que estos humos no son muy beneficiosos para la salud), pero quizá fuera menester un poco de sensatez en todos los ámbitos. Porque parece que es sólo el humo del tabaco el culpable de todos los males del planeta.
Se me dirá que nadie podría prever una catástrofe de este tipo. ¿En Japón?, preguntaría yo. Como dicen los viejos teólogos y moralistas, la mejor forma de evitar el pecado es evitar la ocasión. Pero claro, estamos hablando de economía, y ya se sabe no se puede ofender a la divinidad, aunque muramos en el empeño, aunque el planeta se convierta en un barco fantasma.