Cómplices

Martes, 10 de mayo de 2011

Mientras las notas del piano de Baremboim interpretan la melodía del primer nocturno de Chopin, aún acaricio, como trasunto de la música, los recuerdos de un fin de semana que será imborrable, o ese es mi deseo, y quizá por ello ahora lo transcribo…
Ayer publiqué en Pavesas y cenizas la crónica extensa, la descripción de lo sucedido, o al menos tal y como lo recuerdo. Pero en tal artículo –aunque lo intenté-, no tenían cabida otras sensaciones…, quizá las más importantes, quizá las que pueden cumplir con lo que uno le pide a la vida, que deje huella, que se convierta en un surco donde penetre alguna semilla para fructificar en alguna ocasión.
Como bien saben cuantos me conocen, soy amante de lo cotidiano, de lo sencillo, de no complicarme en exceso la existencia. Sólo le pido a la vida acaso lo más difícil: tiempo, tiempo para poder explayarme con palabras. Sin embargo soy consciente que esto mismo –o sea la cotidianidad- es uno de los bagajes para limitar al máximo los asuntos de la escritura. Al final los mismos paisajes, la misma rutina, el mismo deslizarse de las horas, acortan los posibles temas. Por eso, de vez en cuando, y aunque me resista a ello, es menester romper ese ritmo –más bien lento-. Y si uno lo hace para compartir gustos y para aprender (pues soy consciente que me falta todo para saber de algo) el enriquecimiento es casi automático, placentero, rejuvenecedor, por así decir.
Creo que en este caso la explicación verdadera de tanta emoción está en el propio inicio, en el encabezado o detonante que me impulsó a decir que sí a Anabel cuando me propuso presentar Versos como carne en el IV Recital Poético Políglota Vers-Art, organizado por el grupo ilerdense “Adictos al Verso” y que se desarrolló en Centre Civic de Balàfia y en el Pub Blau.
Como digo en mi perfil y en cualquier nota biográfica que alguien me pide, desde muy joven me hice adicto a la droga más dura que existe, la literatura. Creo que por eso mismo es por lo que estuve tan a gusto entre otros adictos a la misma sustancia. A cualquiera ajeno a esta corporación literaria, le suena a sánscrito lo que digo. Me miran sin entender, camuflados tras un rostro que intenta esconder sus verdaderos pensamientos: ‘Pobre’, piensan, ‘¡Qué mal está! ¡Cuánto le ha afectado la soledad…!’
Nunca me he considerado un ser solitario, pero reconozco que busco aislarme, que procuro encontrar horas de silencio y sin compañía, para poder encontrar la palabra o la historia que me aprieta en las entrañas.
El otro día –y viene a cuento de lo que digo-, en El País leí una entrevista que habían hecho a Juan Gelman con motivo de la publicación de su último poemario. En un momento determinado, más bien hacia el final del texto, el periodista inquiere al poeta por la inspiración, por el momento en que sabe que ha de escribir. (Tópico tema donde los haya, desde luego, y más si al lado se tiene a un poeta). El argentino contestaba que no sabía qué era aquello, que no tenía una respuesta para explicar esas cuestiones. Decía él que sentía una desazón en el estómago, se tornaba irascible, y todo le ponía nervioso; estos eran los síntomas. Entonces tenía que escribir. Toda aquella pesadumbre desaparecía después de escribir. En estas declaraciones me siento retratado. A mí me pasa un poco lo mismo, y me pasa todos los días. A veces, muchas veces, es algo difuso y con dejar unas líneas en el diario es suficiente, pero en otras ocasiones ese nudo en el estómago se hace tan insoportable que hasta que no se vomita la primera versión del poema no se esfuma. Y cuando esto sucede es como si hubiera nacido otra vez niño, renovado, limpio, ilusionado.
En estos días me he encontrado con muchos y muchas letraheridos que son capaces de gozar de una tarde y una noche de sábado entre versos y relatos propios y ajenos. Es verdad que puede llegar a saturar al cerebro tanta palabra una tras otra, sin apenas descanso, pero tuvimos la suerte de encontrarnos con Maribel Sánchez, una mujer que maneja los tiempos y sabe dosificar muy bien los ingredientes, de tal modo que salvo cortísimos instantes, no sentí esa saturación mental.
No hablo de calidad, no hablo de que los allí presentes vayamos a traspasar alguna línea de tiempo o de espacio que nos convierta en reconocibles, ni siquiera para el minoritario público de la poesía. Estoy hablando de un amor insobornable, imperecedero, innegociable con la poesía, con la literatura.
Y además resulta que estas damas son hermosas mujeres de muchos rostros, donde caben tantos estilos reconocibles o, incluso, estilos que aún desconocemos. Como siempre digo, la cantidad puede ser un buen abono para que florezca la calidad. Aunque siempre es muy subjetivo establecer en qué punto empieza la calidad, sí se puede afirmar sin rubor lo que a uno más le gusta. Y a mí me gustaron en especial un puñado de poetas que no citaré aquí por obvias razones, y no es que ese manojo de colegas use del mismo estilo. Al contrario, entre ellos hay tal disparidad de modos de escribir o temas a tratar, que intuyo que gusto y estilo no tienen que ver. Algo así como afirmar que la luz del mediodía puede llegar a ser tan hermosa, como la del amanecer, o la de una noche con luna llena.
Pero no sólo fueron los poemas o los poetas mis compañeros de horas, también lo fueron los músicos. Ante mí, para goce de mis oídos, aparecieron como luces fulgurantes tres intérpretes que tienen poco que envidiar a otros. Uno de ellos me impactó como si me hubieran regalado un rubí. Es muy joven, pero estoy seguro que en poco tiempo se oirá hablar de él más allá de los círculos aún estrechos y leves en los que se mueve. Hay algo que no ha comprendido aún, pero lo comprenderá no tardando mucho. Y cuando llegue a esa conclusión, todos oiremos hablar de él. No, no será nunca un músico de masas, pero a cambio, su trayectoria será larga, llegará lejos, porque nos hace falta, mucha falta, este tipo de música que no se limite al barniz superficial al que estamos abocados.
Pero si así sentí la tarde y la noche y el principio de la madrugada, la mañana fue como volar sobre una alfombra mágica durante más de media hora.
Anabel me regaló una presentación de Versos como carne, que no merezco. No merezco que haya empleado tanto tiempo en mis poemas, no merezco sus halagos, no merezco –probablemente- que me haya invitado a estos actos, pero reconozco que mi ego lo agradece y lo agradece y lo agradece, porque sé que, en el fondo, para eso escribí los poemas: para que haya personas que puedan llegar a su fondo y encontrar en ellos algunas preguntas –más que respuestas-, algunas intuiciones –más que certezas-, algunas intenciones –más que realidades-. Sus palabras, pronunciadas a más de quinientos kilómetros de donde brotaron los versos, me emocionaron hasta lo más hondo. Aunque mi gesto no denotara tal terremoto interno, notaba en mi interior tremendos movimientos que me era difícil ocultar.
Y por si fuera poco, la alfombra elevó aún más la altura de su vuelo cuando Maribel Sánchez presentó Oscurece en Edimburgo. Como ya he repetido muchas veces, de la distancia que alcance la andadura de esta novela me siento más involucrado que de mi propio poemario. El hecho de estar construida a modo coral me empuja con más determinación para que progrese en este abigarrado y complejo mundo. Por lo que percibo en cada momento, no me sucede sólo a mí, sino que mis seis compañeros arriman el hombro en la misma dirección, con el mismo propósito. En este sentido, que Maribel Sánchez quisiera dedicar a nuestro libro parte de la matinal pensada para la presentación de libros, es un detalle que, más allá de su repercusión, habla a las claras o confirma que la novela tiene un atractivo muy especial para aquel que se acerca a ella.
Más allá o después de la innovación en el modo de escribir que aporta nuestra obra, está la propia historia, están los personajes, está el tema que subyace en su núcleo fundamental, esa lucha del mal por ocupar todos los recovecos de la realidad. A partir de una trama actual en nuestro presente, late la eterna lucha del bien y el mal, que no encarnan de modo simplista los personajes, sino que en la mayoría de ellos se ha procurado –cada autor ha procurado- dibujar un paisaje complejo y lleno de matices que aportan al lector la visión de unos personajes creíbles, por similares a nosotros mismos, llenos de esas pequeñas contradicciones que nos convierten en seres viajeros de un tiempo complejo. Y saber que nuestros cinco compañeros andaban en menesteres semejantes, tres mil kilómetros hacia el sur (con parte del Océano Atlántico por medio), era como sentir que empezábamos a acompañar los primeros pasos del niño, quizá aún titubeante. Esos días en que a los padres o a los abuelos les empiezan a doler los riñones de tanto ir agachados sujetando los bracines de la criatura para evitar que caigan.
Pero aún antes de todo esto que estoy contando, y que ya se alarga en exceso, compartí con Anabel, Jordi, Josep y Rosana unas horas vespertinas y nocturnas en que aprendí que lo que verdaderamente identifica y acrece a los humanos es el diálogo. No es algo nada nuevo lo que digo, es más, sonará a territorio muy trillado, pero no siempre uno lo vive con tal hondura, con tal sinceridad, con esa calidad con la que se compartieron esas horas que concluyeron a altas horas de la madrugada.
En mi bolsa de viaje –procuro hacer caso al poeta siempre que puedo- quedó sin abrir mi cuaderno ‘Moleskine’ donde anoto lo que se me ocurre en los viajes. No hubo tiempo en todas estas horas. El viaje de regreso, tan veloz como el de ida, lo pasé en compañía de Oscurece en Edimburgo releyendo la aventura que tantos meses nos llevó escribir, y que tantos nuevos amigos y amigas me ha regalado.
Me sentí sorprendido al llegar a Atocha y comprobar que la multitud abarrotaba las instalaciones ferroviarias, como si me hubieran zambullido dentro del mar por sorpresa. Como a la ida, no hubo tiempos muertos entre el AVE, el tren de cercanías y el autobús de vuelta a Segovia, como si los horarios los hubiera determinado un realizador de cine, obsesionado con evitar los tiempos muertos en su película.
Sólo me sobraba sueño, pero está claro que es necesario pagar algún peaje si se obtienen tantos réditos. Y obtuve muchos, muchos…