Cómplices

Domingo, 10 de julio de 2011

No he contado aquí que el viernes padecimos en la Diputación una avería eléctrica de proporciones intensas y con nefastas consecuencias en varios equipos informáticos, que acabaron como fumadores ansiosos, echando humo por todos sus poros. Por suerte en nuestra oficina o fuimos más prudentes, o tuvimos más suerte, y salimos indemnes…
Parece –no estoy seguro- que los de la compañía eléctrica (Unión FENOSA) están de cambios de generadores por la zona, y algo tocaron que malbarató el suministro a la Diputación. Por suerte –como siempre- desde antes de las ocho uno había hecho alguna cosilla, como repasar un texto escrito en la madrugada y subirlo a Pavesas y cenizas. Tanto es así que esa Oniliria 9 se coló en su blog, y yo ni siquiera la pude ver hasta la noche, en casa... El caso es que desde antes de las nueve de la mañana, la luz decidió convertirse en una muchacha caprichosa y abúlica que a veces entraba –a lo que se ve como un torbellino arrasando todo lo que encontraba a su paso-, pero la mayoría del tiempo se quedaba a las puertas, como diciendo lo importante que era, como sacándonos la lengua y riéndose y gritando: ‘Sin mí no sois nada’.
Y razón, la verdad, no le falta.
Sin suministro eléctrico –que también enmudeció a los teléfonos- no somos nadie, ni nada podemos hacer, porque, por no tener, ni prensa escrita en papel tenemos que nos permita, por ejemplo, dedicarnos a resolver algún crucigrama, viejo entretenimiento que aún veo en los periódicos y que desconozco que alguien resuelva como en otros tiempos.
Hasta las once u once y media, había algo de impaciencia, algún deseo de que pronto volviera a restablecerse la situación cotidiana, pero a partir de ese instante, se vio claro que la cosa estaba complicada e iba a resultar milagroso que pudiéramos recibir la corriente eléctrica.
Uno, como es raro –ya lo anoto yo para que nadie se lleve malos ratos si llega a esta conclusión y piensa que es poco piadoso conmigo-, tiene por la oficina para casos como éste, algún libro. Es verdad que podría haber intentado anotar alguna frase que sirviera como empujón a algún poema o a algún relato, pero no me sentía con fuerzas para tanto. El caso es que empecé a leer un libro en que se recogen las ponencias dictadas durante un congreso organizado hace algunos años sobre Victoriano Crémer y su obra. Llevo con el libro en la oficina desde que el centenario poeta leonés recibió su Gil de Biedma, o sea 2008, un año antes de su muerte, más o menos, y hasta el viernes no lo abrí. Y quizá no lo vuelva a hacer hasta que haya otra incidencia como la del otro día que, me imagino, no sucederá antes de que me jubile, pues si en veintitrés años es la primera vez que sucede, teniendo en cuenta que aún en la peor de las circunstancias previstas, me jubilaré en dieciocho años, aún faltarán cinco para que se repita.
Torpes ironías aparte, me leí dos de las ponencias. La segunda es la que más me interesó, no por la obra del leonés que se pretende diseccionar, sino por cómo este estudio lo que hace es analizar los poemarios de Crémer en el contexto del resto de libros de poesía publicados. Es un error tremendo desde el punto de vista del poeta, pues éste, aún sabiendo que no es un árbol solitario en un páramo, no se para a reflexionar sobre cuestiones tan inútiles como las meramente académicas; no conozco a un solo poeta que escriba pensando en el grupo o escuela o tendencia que un crítico o un catedrático le va a asignar cuando estudie su obra. El poeta escribe según su leal saber y entender, o con la torpeza que le sea propia, pero sobre todo, según lo que el corazón le indique. Es verdad, repito, que el poeta se sabe árbol de un bosque frondoso, pues los poetas –incluso los que mienten sobre esto- somos voraces lectores de poesía incluso coetánea a la nuestra; pero no es menos cierto que cuando el verso acontece en el papel, o en la pantalla, todo eso –lo de las clasificaciones, lo de las escuelas, lo de las generaciones, lo de las tendencias- todo eso digo, además de artificiosidades baladíes, es una mera referencia o, si se quiere, para darle la enorme importancia que en realidad tiene, se trata de la amalgama de nutrientes que ayudan a que el tronco de ese árbol no se agoste, son como ese humus bendito del que se alimentan los jardines.
Pero este estudio, discurso o ponencia, aunque no sirva para nada al poeta cuando escribe, sí sirve a quien no ha tenido tiempo aún de formarse en una lectura un poco ordenada, un poco seria, un poco amplia, de la poesía española, sobre todo del siglo XX.
Ante mis ojos –acaso demasiado forzados por la penumbra en que debían leer- se deslizaban nombres completamente desconocidos y otros apenas intuidos, demostrándome una vez más el total atrevimiento de mis propósitos. Y al mismo tiempo aparecían matices en cuanto a tendencias y estilos que uno ni había imaginado. Es verdad que estas ponencias no se dirigen a neófitos en la materia –como quien suscribe- puesto que dan por supuestas muchas cosas que a uno le quedan un poco alejadas, pero aún así llego a comprenderlas.
A la hora de la verdad llego a una conclusión, hay casi tantas tendencias como poetas, porque ni siquiera los que se pueden considerar como integrantes de un grupo determinado –hablemos del postismo, por ejemplo, que no deja de ser una especie de surrealismo juguetón que llevó a su paroxismo Arrabal con su literatura pánica-, lo son en el mismo grado o lo son con el mismo grado de pureza, o lo son siempre, ni siquiera durante el mismo tiempo…
Algo así como el arcoíris.
Aunque parezca que esa curva de colores tiene siete franjas (¿eran siete, no?) bien determinadas, como si entre una banda y otra existiese una vía que impidiera la mezcla, lo cierto es que si uno fija la mirada con más detenimiento –con todo el que sea posible-, se da cuenta que no es así, que las transiciones entre un friso y otro están apenas esfuminadas, y son difíciles de determinar. Es verdad que no es lo mismo la poesía de JRJ que la de Machado (ni siquiera tiene mucho que ver la de Manuel con la de Antonio) o la de Cirlot o la de Lorca (¿qué Federico, por cierto el del Romancero Gitano o el de Poeta en Nueva York) o la de Alberti o la L. Rosales o la del propio Crémer o la de… Es verdad, pero no es menos cierto que dependiendo de cómo se ubiquen, uno no encuentra compartimentos estanco, ni siquiera mojones indicativos de una propiedad u otra, sino que se encuentra una cadena repleta de eslabones engarzados, cuyo tramo final no se atisba. Lo importante de este estudio es, en fin, constatar algunas de mis intuiciones y mostrarme nombres, alumbrar posibles inspiraciones… Lo que poco o nada tiene que ver con la primera intención del autor, sin duda, pero es infinitamente más de lo que este lector buscó el viernes, que fue un poco de distracción en una mañana en que la corriente eléctrica decidió tomarse unas cuantas horas de asueto.