Cómplices

Jueves, 7 de julio de 2011

Ahora lo más importante es clavarse a la tierra. No permitir que el tiempo me arrastre. El tiempo, dicen algunos, es una ficción. El tiempo, en el fondo, es el mero movimiento de la tierra en el universo.
Me gustaría que estas páginas fueran algo así como un entramado de algas que rebosan las esencias del mar. Un laboratorio. A lo mejor la mansedumbre del légamo después de la decantación del diluirse de la vida.
Hay algo que me impulsa a mirar la vida, sin terminar de ajustarme a sus dictados, a esos gritos imperativos y sucesivos, a ese impulso horizontal y supuestamente siempre hacia delante.
En el fondo no estoy seguro de nada.
Aunque sé que cada día todo irá cambiando, como se perfilan las hojas de los sauces según las mueva la brisa. Habrá acantilados, un día. Otro, serán cumbres. Y otro, estallidos de valles frondosos, o de mesetas desérticas.
Ha hecho falta que un libro del siglo XII –un libro de viajes, en el fondo- sea robado de la catedral del apóstol, para que nos acordáramos de su valor.
El ser humano es completamente vaporoso a la memoria.
* * *
Por otra parte, la presentación de Oscurece en Edimburgo en Las Palmas de Gran Canaria ha resultado bien. El libro sigue avanzado con la lentitud segura de quien sueña con no apearse en la primera estación donde el tranvía detenga su marcha.
Tengo que domeñar mi impaciencia y hacerme sabio como el labrador que sabe que la siega sólo llega cuando el verano ha terminado su trabajo de sol y calor. Nunca antes, pero tampoco después.