Cómplices

Viernes, 26 de agosto de 2011

Anotar palabras con la intención de transmitir latidos. Quizá sólo en el ayer, cuanto más lejano mejor, esté la certidumbre de los versos, porque sólo en la distancia quedan los posos o la esencia, que a fin de cuentas es lo que le importa a la poesía, que escancia el tiempo y sus recuerdos y es capaz de unir los sueños y las vivencias, la imaginación y la experiencia, el miedo y la esperanza, la alegría y la tristeza en una redoma donde maceran hasta que nace el poema...
Se asoman los primeros dedos del otoño. Hoy ha sido una batería de nubes negras que han rodeado la ciudad de buena mañana. Buena parte de la temperatura, supongo que asustada, ha huido. Me he librado por muy poco de la lluvia que, sin pedir permiso y sin mucha educación, ha caído durante un buen rato, oscureciéndonos. Se ha vestido, sí, la mañana de melancolía. Quizá haya sido sólo un primer aviso. Como el tráiler de una película que nos insinúa el contenido de la cinta.
Luego el sol ha decidido asustar con un grito de oro a las nubes que se han llevado de paso cualquier partícula que ensombreciera la tarea de la luz. Cuando he salido de la oficina, no había aire, sino luz, una luz purísima, decantada en todos los alambiques imaginables e inimaginables. Tampoco la temperatura ha regresado. Como si le hubieran dado un día de asueto.
Y la tarde ha sido para que las piernas no olviden una de sus funciones, y para que mis ojos se adentraran en las distancias amplias de horizontes abiertos.
En uno de los taludes sobre los que descansa la circunvalación, junto a un camino vallado con una alambrada poco amistosa, me he fijado que la ladera estaba completamente agujereada; pero no eran huecos pequeños, sino múltiples oquedades de unos treinta centímetros de diámetro (aunque a la distancia que los veía, es difícil de precisar). De pronto, casi sólo con el rabillo del ojo, he visto como los cuartos traseros de un gazapo entraban a toda velocidad en uno de ellos. Me he fijado con más detalle y, de pronto, han ido apareciendo conejos que al verme o intuirme, se metían en su guarida.
No me extraña que en zona tan solitaria haya conejos. Están protegidos casi de cualquier depredador. Un cernícalo o dos, planeaban por los alrededores. Quizá a alguno le he fastidiado la merienda, o quizá, no. Total han sido muy pocos segundos.
Casi como algunos recuerdos, casi como alguna inspiración.