Por fin he acabado con la primera fase de la tarea que me había trazado, acaso con más optimismo que lo que la realidad ha dispuesto.
No sé ahora mismo, si es cansancio, si es miedo, o es que me hallo perdido… O sea que una vez transcritos los trescientos folios de novela y leídos con atención, estoy en la encrucijada donde quería llegar: o sigo con su escritura o la abandonaré hasta nuevo aviso. He llegado a ese instante en que la novela quedó truncada hace cuatro años y nueve meses.
No, no tenía las fechas anotadas.
No hacía falta.
Las vivencias, algunas veces son tan determinantes que quedan grabadas en lo más hondo de nuestro recuerdo, sin necesidad de acudir al calendario o sin que sea menester utilizar una anotación, a modo de muleta, para la memoria.
* * *
Desde esta mediodía a las tres de la tarde, no tengo ni la más remota idea de cómo están las cosas sobre el famoso no referéndum que impedirá que opinemos sobre la conveniencia de la reforma del artículo 135 de nuestra Constitución. Supongo que no habrá ninguna novedad significativa. Así que daré por buenas esas informaciones.
En estas páginas no hablo, ni quiero hablar, sobre estas cuestiones relativas a la partitocracia que nos dimos como sistema de gobierno, pero haré ahora una excepción.
[La democracia y la política –a mi utópico modo de ver- poco o nada tienen que ver con este guirigay miope, demencial y destructivo de los partidos, y con este modo de gobernar y administrar, cuyo único horizonte, nada más, son las próximas elecciones y no perderlas, naturalmente, cosa que consiguen casi todos casi siempre. Y nosotros, además, entramos en el juego, porque nos parece lo máximo o porque nos entretiene o porque, en el fondo, nos encantaría formar parte de la farándula.]
Sé que es peligroso criticar sin más a los partidos, porque siguen siendo un mal necesario. No se me olvida que la extinción de los partidos políticos es el primer mandamiento de los regímenes fascistas y los regímenes totalitarios comunistas. Y entre el fascismo, el comunismo o la partitocracia, qué quieren, me quedo con esta última… Algo es algo.
Pero digo que haré una excepción…
Estoy triste, más que indignado.
Este no referéndum es la prueba más evidente de que estamos en manos de una oligarquía multinacional que decide sobre nosotros, sobre nuestra voluntad. Este no referéndum es la demostración científica de que nuestra democracia está amordazada y que su verdadero actor ha sido suplantado por unos malos intérpretes. No me vale, a nadie en su sano juicio le puede valer, que se trate de un pacto entre los dos grandes partidos que nos representan a los ciudadanos que tan dócilmente –al menos hasta ahora- hemos acudido a las urnas a votar a unos o a otros, por la sencilla razón de que esta cuestión no estaba contemplada (ni podía estarlo hace casi cuatro años) en ninguno de los programas electorales presentados a nuestra disquisición y porque no se trata de una cuestión coyuntural –o sea regulada en una ley ordinaria, que una nueva mayoría parlamentaria podría derogar o modificar sin muchas dificultades, cuando el momento puntual así lo demande-, sino que se trata, ni más ni menos, de modificar la Constitución, nuestra máxima ley, la cúspide por la que se rige –supuestamente- nuestro ordenamiento jurídico y nuestra convivencia.
Se me ocurren varias excusas que expliquen el no referéndum, y ninguna de ellas me tranquiliza, precisamente. Porque, a), no se fían del criterio de la ciudadanía y tienen que evitar el riesgo del no a la reforma –o sea lo más antidemocrático que existe-; b), si se convocara la consulta electoral, los mercados castigarían nuestra economía –es decir seguirían especulando con nuestro futuro-, porque según ellos tal convocatoria generaría dudas e incertidumbre sobre nuestra solvencia, lo que viene a subrayar que son otros los que deciden nuestras políticas económicas; c), están convencidos de que no tienen trascendencias nuestras quejas, lo que sitúa a los partidos políticos y sus jerifaltes en una burbuja o castillo de cristal que vaya usted a reírse de otros sistemas de gobierno tan vilipendiados por nuestra clase política; y, d), creen firmemente en que sus razones son nuestras razones, lo que viene a indicar también a las claras que su miopía se aproxima peligrosamente a una ceguera irreversible.
Y analizar, aunque sea sin el más mínimo interés o detalle, quiénes dan por buena esta reforma y su modo de tramitarla no es que me tranquilice especialmente. Unos, directamente aplauden ambas cuestiones y se hacen cruces, extrañadísimos, por estas reivindicaciones. Otros tragan quina por no hacer más leña del árbol caído, o sea para evitar una debacle inevitable que les va a costar muchos años reconstruir y, que por tanto, va a hipotecar su futuro más próximo. Si en esta circunscripción electoral de Segovia, se produce un tres a cero, a diferencia del sempiterno dos a uno, a quien esto escribe no le produciría ni una micra de extrañeza.
Como ocurrió con el referéndum sobre la constitución europea, que en paz descanse, en España somos más papistas que el Papa. Supongo que hasta Sarkozy y Merkel se miran extrañadísimos de esta reacción tan rápida, tan desmedida. En ningún país –al menos que yo tenga noticias- se han planteado esta cuestión. Sólo Alemania cuenta en su constitución con semejante disposición. Ni siquiera Francia –que también es mentora de la propuesta- ha dicho nada al respecto. Pero nosotros, nuestros gobernantes –y acudo a una comparación que salió de boca de Gaspar Llamazares, o sea que no es de mi cosecha-, como el repelente niño Vicente han corrido hasta la mesa de la maestra para mostrarle que hemos sido los primeros en hacer los deberes.
Después se quejarán de lo que ocurra.
Esta vez va a ocurrir. Como alguien tuiteó en días pasados, si la reforma es tan urgente y necesaria, no se entiende que se haga sin referéndum, y si no es tan urgente y necesaria, no se entiende por qué se hace con tantas prisas. Creo que en los temas de esta trascendencia cotidiana –aunque a primera vista no lo parezca- habría que aplicar como regla de oro lo que decía el torero aquél: ‘Vísteme despacio que tengo prisa’. Que la propia carta magna prevea que algunas de sus reformas no exijan referéndum –como el presente caso que nos ocupa-, no quiere decir que no se convoque, no quiere decir que a sus señorías les falle tanto el sexto sentido y la sensibilidad, o simplemente el oído. Digo yo para qué querrán casi todos Twitter, Facebook, para qué querrán algunos sus blogs, para qué… Con la que está cayendo en nuestras calles, plazas y bolsillos este ninguneo a la voz de la ciudadanía es como pedir a gritos el próximo castigo. En su fuero interno alguno se repetirá una y otra vez que con semejantes amigos no necesita enemigos. Salvo que una parte del espectro político, a estas alturas de la película sólo se considere espectro, sin más, o tenga influencias niponas y crea firmemente en el harakiri, en este caso político.
Y alguien, sin abrir los labios, como quien dice, se va a encontrar con la papeleta resuelta.
Verdaderamente la mayoría de cuestiones sobre las que se puedan escribir son muchísimo más importantes que el techo del déficit público. Creo que nadie lo dudará, salvo políticos y tertulianos y opinantes de los medios de comunicación. Ni siquiera perder o ganar unas elecciones es trascendente, salvo para quienes contiendan en ellas. Nuestra vida continuará con sus breves o inciertas ilusiones, con sus pequeñas debacles, con sus sueños y sus pesadillas, con sus monotonías o sus aventuras domésticas, con eso que hace que nuestro corazón lata en primera o sexta velocidad. Pero algunas cosas, señorías, nos afectan más de lo que parece.
En mi casa, si el dinero no llega para comprar un nuevo frigorífico o si por comprarlo este hogar se queda en una situación financiera más bien delicada, tengan la seguridad que hasta que el que tengo no dé encefalograma plano, no lo cambiaré… Ahora bien, si para que mis hijas estudien o para que mis hijas se sanen de una enfermedad –Dios no permita que la contraigan- tengo que endeudarme, no duden que acudiré hasta donde haga falta, aunque tenga que hipotecar hasta los calcetines en el Banco Central Europeo, o tenga que ponerme a pedir a la puerta de una iglesia (aunque no sé yo si esto es buena idea). Y probablemente me dará igual que mi prima de riesgo baje su calificación al nivel de bono basura.
Y a buen entendedor…