Descansa la bolsa azul ya repleta de libros, algo de ropa y muchas ilusiones. Me espera el reencuentro con amigas y amigos en tierras mañas.
Me gustaría no salir con una sombra fría agazapada en el alma, pero hay cosas que son inevitables, según parece.
Los versos, la novela, los relatos me acompañan. Vuelvo con ellos a territorio amable y son el perfecto motivo para el abrazo y compartir sueños, quién sabe si proyectos.
Por suerte y porque mi entorno está bordado con el hilo resistente de los afectos, nadie se hace imprescindible, aunque uno sienta cierto vértigo por la presencia próxima del terreno pantanoso…
Te miro. A veces estás cerca, pero otras te has fugado o te has extraviado en laberintos de pasadizos tenebrosos e inextricables. Sólo resta que mis manos, sobre las tuyas, sean la antorcha que necesitas para que no te adentres demasiado. Regresas, pero no te puedes alejar en exceso de esa puerta oscura.
Y ahora pienso en esos días azules, en ese sol de la infancia, y reconozco un miedo como una semilla del horror. Pero yo entonces no sabía nada acerca de la horticultura del pánico. Estuve atento, una vez, al grito de tu desesperación y creí encontrar un pesticida infalible. Pero no fue suficiente. Y ahora nadie sabe si aquel sueño será recuperable.
Lo difícil no es soñar, lo difícil es recordar los sueños. Por eso conviene que aquellos que perduran en la memoria se graben a fuego en el corazón y sean el motor de los pasos y de las miradas…