Cómplices

Jueves, 24 de noviembre de 2011

Pizpireta. Así dibuja Paloma a Olaia Pazos en el Conv3rsando que ha subido hoy a la red. Una descripción perfecta, esencial, atinadísima. Sí, pizpireta, y además magnética y fluvial como una cascada de un río de montaña. Olaia aprisiona la atención del espectador. También se ha resaltado en la entrevista que la joven coruñesa se comunica con todo: manos, ojos, sonrisa, expresión y voz… No en vano también es actriz y cantante…
Y ahí me gustaría detenerme. En esa capacidad suya para comunicarse, para entregarse en la exposición que hace de sí misma, no sé si con reservas o siempre en plenitud, pero da la impresión de esto último. Parece –me ha parecido- que no se guarda nada, o casi nada, que se entrega entera cuando habla, cuando canta, cuando recita… y, sobre todo, cuando escribe.
Los ríos en su curso alto, cuando aún son pequeñas criaturas de las montañas, como lágrimas suyas, son arrebatadores. Son puros y directos, esenciales y atrevidos, como si nada les asustase. Si, de pronto, se topan con un desnivel insalvable, ellos siguen, a carcajadas, su curso, se lanzan al vacío y en ese salto es cuando mejor cantan, cuando son más hermosos, cuando resultan fascinantes para quienes les contemplan.
Así, de algún modo, me ha parecido la poesía de Olaia Pazos que se ha presentado revestida con su sonrisa blanca y una emoción contenida que, sin embargo, supongo habremos apreciado todos los espectadores.
No he leído su primer libro editado, Bipolar, pero por el muestrario que ha extraído durante la entrevista, se trata de un poemario más que interesante: valiente, variado, profundo, directo. Se descubre que esta pizpireta no lo es de espejismos. Cuando Olaia habla de Aurora Ríos (la co-autora del libro y co-autora de tantos textos -¿heterónima de la gallega?-), uno descubre ese hondón profundo y melancólico que discurre por sus versos.
El primer poema que leí de Olaia, hace unas semanas, fue el que publicó en el Blog de los poetas que admiten críticas. Tuve la osadía, además, de comentarlo. Recuerdo que aquel poema se me apareció una tarde/noche cuando mis neuronas andaban saturadas por los versos. Me sorprendió, pero no fui capaz de adentrarme en su interior. Sabía que si en ese instante escribía algo acerca de él, me equivocaría, pues estaba convencido de que había más de lo que a primera vista mi sopor me permitía ver. Volví sobre él al día siguiente, y me sucedió lo mismo. Horas más tarde, con la mente algo más oreada –la oreé a propósito-, detecté eso que tanto me seduce de la poesía: el dolor por los que sufren, esa mirada inquisitiva del poeta que se fija en aquellos que padecen angustia; deduje, no sé si con acierto, que hablaba de los seres humanos que con la hipocresía del lenguaje manipulado llamamos emigrantes, cuando, en realidad, son desterrados: una de las peores condiciones que puede alcanzar una mujer o un hombre.
Esa intuición se ha confirmado en esta media hora de haber disfrutado de la entrevista, cuando la poeta afirma que el dolor es de todos. Olaia Pazos (también lo dice en uno de sus poemas) huye de la filosofía del aplauso, Olaia Pazos no se exhibe, sino que se expone (añade en los versos de ese poema). Ambos trazos, como bien ha señalado Paloma, podrían ser la esencia de su poética, algo así como el basamento sobre el que va alzando una poesía repleta de imágenes audaces, a veces juguetonas con el lenguaje, sobre todo con las variaciones semánticas que producen las pequeñas alteraciones fonéticas. Artista/arista, por ejemplo, le sirve para, en ese mismo poema, anudar aún más su concepción poética y adentrarse en el hermosísimo y necesario concepto de la unión entre puntos sucesivos y distantes. (¿Será lo mismo que yo digo cuando hablo de pequeño eslabón de la cadena?).
Punto y aparte, merece su forma de recitar.
Envidiable.
Tienen razón Paloma y Olaia cuando sostienen que se descuida en demasiadas ocasiones el recitado por parte de los poetas. La poesía nació para ser escuchada, por tanto hay que decirla bien; al menos correctamente, al menos ser respetuosos con las pausas versales y con la mínima entonación que señala la puntuación: comas, puntos, interrogaciones, exclamaciones, puntos suspensivos… Es verdad, tal y como afirmó Gil de Biedma, que la poesía moderna no se escribe para ser oída, sino para ser leída; pero cuando el poeta decide transmitirla con su voz, debería hacerlo en condiciones mínimas. Y demasiadas veces se hace mal, e incluso peor.
No se trata de llegar al nivel de Olaia que recita interpretando maravillosamente, pues para eso es actriz. Ni siquiera se trata de llegar a ser rapsoda (alguno de los cuales matan al poema por exceso de grandilocuencia), se trata, como mínimo, de leer poesía…
Pero (y, repito no estoy en contra de lo que han dicho, sino que al contrario, me muestro muy a favor), durante la conversación ni Olaia ni Paloma han tenido en cuenta un pequeñísimo problema: el miedo a leer (a hablar) en público. Muchas personas (también poetas) que leen muy bien, e incluso recitan bien, cuando tienen ante sí espectadores o la presencia de un micrófono, llegan a sufrir el miedo escénico. No me considero ni mal lector, ni suelo quedar agarrotado por los nervios ante el público, pero sí noto que en algunas ocasiones me empequeñezco, como si una soga aferrase el vuelo de mi voz e impidiese su real vuelo.
Tenemos (tengo) demasiado miedo al ridículo. Lo cual en muchas ocasiones nos debería de cortar un poquito a la hora de saltar a la palestra con la asiduidad con la que hoy se hace.
Olaia, sin embargo, cuando recita, se crece. La cámara queda hechizada por su forma de comunicarse y el encuadre se llena de ella. Su voz recorre –sin que sea nunca una sobreactuación- todo el espectro que requiere el sentido de los versos; pero no sólo su voz. Esa mirada y esa sonrisa y esos dedos largos y ágiles subrayan o apoyan o enmarcan el ritmo de sus versos, y al espectador no le queda otra que embeberse en el recitado. No hay alternativa, no hay escapatoria.
He visto este programa después de haber venido de una de las Veladas Poéticas, la última de este año, que el incombustible Apuleyo Soto coordina y presenta. En la de hoy el poeta invitado era Luis Alberto de Cuenca. He llegado a casa oxigenado por los versos del famoso poeta, sí. Poemas de amor, sobre todo, nos ha leído. Poemas que invitan a la vida y a atraparla en toda su extensión, sin, por ello, olvidar la melancolía y la soledad que tantas veces llenan al hombre de angustia. Pero algo me sonaba a hueco, algo que no sé definir, o que no quiero indagar, porque lo más probable es que el único culpable sea yo mismo; sin embargo, con Olaia y con Paloma no me ha pasado lo mismo.
¿Tendrá que ver con ello, la filosofía del aplauso y no poner siempre toda la carne en el asador en lo que se hace?