Vuelvo a Luis Rosales. Después de un año, más o menos, regreso a sus versos amplios y hondos, como el mar. Siempre he comparado a este poeta con el mar. Y no sé por qué, aunque tampoco me importa excesivamente averiguarlo. Esos días tranquilos del Norte, donde el mar parece tranquilo, pero bajo su superficie gira con toda su fuerza y precisión el mundo.
Antesdeayer estaba en la biblioteca pública para devolver otros dos libros y para buscar uno que ya tenía entre ceja y ceja. Y saltó, como un pájaro desvalido, hacia mis ojos el ejemplar. Estaba en la estantería correspondiente a novedades. Una señora, justo antes que yo, lo había hojeado, y, después de una duda infinitesimal, pero detectable por mis ansias, lo devolvió a la balda. Y mis manos, como si tuvieran hambre de siglos o fueran delfines juguetones, se abalanzaron sobre Diario de una resurrección.
Lo más curioso del volumen es que esta editado en 1979. ¿Por qué siendo de tal fecha, hace treinta y dos años, aparece en novedades? Supongo que será una adquisición –probablemente una donación- reciente.
Ahora la historia de amor que cuenta en sus versos está en mi mesa, a mi lado.
Y esta historia merece mi silencio, mi tiempo y mi dedicación.
“Quien no sufre se quema” afirma el poeta, y sólo este verso sería suficiente compensación para un libro… Pero hay tantas…
Y el silencio.