El ser humano es un animal que habla. Esta es la definición que aún resulta asombrante para cualquiera que se detenga ante ella y que dejó por escrito un tal Aristóteles, hace un puñado de siglos. Y ha sido de esta definición de la que el maestro Emilio Lledó ha partido esta tarde para hablarnos de la esperanza en este mundo que, en apariencia, avanza hacia el abismo.
La edición de la Tertulia de los Martes de hoy ha contado con la antorcha de este pensador que, a pesar de su edad (nació en noviembre de 1927 en Sevilla), sigue mostrando una envidiable vitalidad y lucidez mentales.
No pretendo –ni podría siquiera- resumir lo que ha dicho este hombre, no me gustaría embarrar sus brillantes ideas con mi pálida y torpe versión. Diré, sí, con Ignacio Sanz (quien le ha introducido y despedido) que, como siempre, nos ha puesto las pilas. El largo, espontáneo, unánime y entusiasta aplauso final de más de un minuto de duración, no me dejará mentir.
El mensaje ha sido el del optimismo, pero no un optimismo iluso y un poco ñoño, sino la esperanza de quien desde del estudio de las honduras del ser humano a través de la historia del pensamiento y a través de su propia experiencia, sabe que hay más de amor y bondad en el ser humano, que sus opuestos, aunque estos parezcan domeñar todo cuanto importa.
Ha cargado contra la famosa frase del filósofo británico Hobbes, ésa que tantas veces hemos dicho o pensado todos, incluso en latín: homo homini lupus. Porque, según Lledó, el ser humano es el mamífero del logos, de las palabras, que es capaz de dar el paso de crear comunicación desde la abstracción y las categorías. El primer verso de la Ilíada, nos ha dicho, el primer verso de la literatura de nuestra civilización podría decirse también, es Canta musa la cólera de Aquiles. Pues bien, este verso se escribe a sabiendas de que no hay musas ni existe Aquiles, o lo que es lo mismo: la palabra ya ha pasado de lo concreto a lo abstracto. Y es ese salto, el que nos define como humanos y nos permite avanzar a pesar de que (permítaseme esta analogía, ya que del mundo griego hablamos) los faunos y los monstruos acechen nuestro deambular por el laberinto.
Somos palabra y memoria, y por ello las humanidades son no sólo necesarias, sino imprescindibles, salvo que queramos la destrucción. Somos palabra y memoria, y porque somos palabra y memoria, somos diálogo, somos pasión, somos encuentro y somos creativos. Y únicamente aquellos pueblos que inviertan todo cuanto puedan (iba a escribir, todo cuanto tengan) en cuidar y cultivar los cerebros de sus ciudadanos a través de la libertad de pensamiento, serán los pueblos más ricos –incluso hablando en términos estrictamente económicos-, pues quien es libre de pensar es más creativo, y ser creativo no sólo se refiere a manifestaciones artísticas, sino a cualquier otra materia científica o tecnológica. Creo que no es necesario que desarrolle la idea para entender a lo que me refiero.
La libertad de pensamiento sólo se adquiere si desde la infancia se enseña a pensar, se enseña a hacernos preguntas, se enseña a observar, se enseña a apasionarnos y emocionarnos con el mundo y cuanto en él acontece.
La parte más emocionante de su disertación –al menos para mí- ha sido cuando ha declarado, con la convicción que ha transmitido durante toda la hora, que le gustaría volver a nacer para ser maestro. Maestro de niños ha recalcado como si su voz fuera un rotulador amarillo fluorescente. Y llegar a clase, ha dicho, y delante de esos niños pequeños pelar una naranja (tal y como lo decía, yo veía la naranja), abrir sus gajos, partirlos para que vieran esa maravilla de la naturaleza. Sí, me gustaría volver a nacer para ser maestro y enseñar a los niños a mirar una flor, los árboles, sentarnos en la orilla del río y aprender a mirar su cauce…
Y mientras nos lo decía, yo juraría que se emocionaba, y también apostaría doble contra sencillo que estaba rezando al dios verdadero para que eso sucediera.
Así, ha rematado, se forma la verdadera libertad de pensamiento, en la observación y la pasión. En el fondo (esto lo añado yo) pura aplicación de las viejas y válidas teorías de los filósofos.
(¿Cómo no pensar en La lengua de las mariposas mientras se explicaba, casi con la misma convicción del viejo maestro creado por Manuel Rivas?).
Por desgracia (y esto es de mi cosecha) nuestro sistema educativo no está orientado a escarbar en las preguntas, ni en la observación de lo que nos circunda, ni siquiera fomenta la pasión por lo que se hace. Más bien se funda en la posesión de las respuestas. Cuantas más, mejor, aunque no todas ellas sean necesariamente verdaderas. No se persigue la búsqueda, no se trabaja el proceso, no se cree en el camino; sólo se premia a quien llega a la solución, a quien concluye antes, a quien encuentra los atajos. ¿Por qué lo primero que ha desaparecido con la excusa de esta crisis han sido las ayudas para la investigación, que sería el paradigma de cuanto vengo diciendo? En el fondo, este sistema no es más que un modo de crear súbditos barnizados en datos, e incluso en múltiples lecturas que sólo pespuntean la piel, por así decir, y no nutren el pensamiento, ni la sensibilidad, ni el pensamiento. ¡Es tan imprescindible una buena educación sentimental!
En nuestro sistema educativo no se pretende enseñar a leer, ni enseñar a pensar científicamente, ni enseñar a pensar filosóficamente, ni enseñar a pensar de ningún modo… Nuestro sistema educativo no es más que una fábrica de pensamiento unificado, de pensamiento superficial, ligero y maniqueo, muy maniqueo, cada vez más, diría yo. Los malos siempre son ellos, quienes, además, no tienen razón en nada. Y esto es así porque nuestro sistema educativo está en manos de quienes ostentan el poder, y no en manos de los educadores. Y porque, en el fondo, no se desea seres humanos libres, sino individuos que entren a formar parte del sistema productivo.
Pero a pesar de lo que parezca de estas últimas reflexiones, he salido feliz de haber pasado una hora sabiendo que este mundo (incluso nuestro mundo en crisis) saldrá de este túnel, porque a lo largo de la historia este mismo ser humano que ahora se debate en este mundo injusto, ha pasado por trances similares y siempre ha encontrado el modo de progresar, en el mejor sentido de la palabra, es decir, crecer hacia lo que nos irá haciendo mejores seres humanos. En el fondo, es el mejor modo de encontrar caminos hacia la supervivencia.