En estas últimas semanas disfruto mientras leo poesía. Casi sólo leo poesía y probablemente sea algo poco recomendable. Resulta que la narrativa ha comenzado a cansarme. No me llega. Demasiada velocidad, o, mejor dicho, demasiada superficialidad, todo hay que contarlo pronto, rápido, con urgencia, pero sin ahondar, como si patináramos por la superficie, como si tuviéramos que llegar con hora hasta al placer de la lectura, sin dejar espacio para que el tiempo se oville al ladito, como un gato perezoso, y deje de corretear o de brincar.
Supongo que esto va en rachas. Supongo que ahora mismo, el problema que tengo es poder sentirme atrapado por un argumento que se extienda a lo largo del tiempo, quizá ahora mi sintonizador esté en otra frecuencia, a la que he ido acercándome poco a poco.
Que recuerde (pues no pienso levantarme de esta silla para comprobarlo), tengo empezadas y sin ninguna gana de continuar, tres novelas. Novelas bien escritas y con buenas expectativas, o eso me han dicho. Pero me he cansado de ellas, simplemente. No descarto volver a sus páginas, pero ahora mismo sólo pensar en ello, me produce pereza y un poco de hastío. Sin embargo, simultaneo con gozo, tres libros de poesía, de los que, por el contrario estoy disfrutando y por ello mismo me despego antes de este territorio de Internet.
Quizá porque me quede un mundo por descubrir, o un universo, no lo sé, los ojos se me van hacia los libros de poesía. Prefiero degustarlos, saborear lo que me van entregando.
Algunas veces, supongo que casi siempre, es necesario pasearse las ciudades de la madrugada, para poder encontrar la luz y disfrutar del sol, cuando amanece.