Leer el periódico, escuchar o ver los noticiarios, en los últimos tiempos es asomarse a un precipicio, a una especie de museo de los horrores.
Nunca he sido especialmente pesimista; siempre he creído en que el ser humano, ante un problema de cierta importancia acaba por encontrar la solución que evite otro inconveniente de mayor trascendencia aún.
Pero ahora mismo siento que estamos ante un acantilado cuyo paso va a traer como consecuencias mucho dolor e incluso muchas muertes. Quizá a todos nos parezca cosa de políticos y economistas lo que sucede con el euro, la crisis de la deuda europea, el valor de la prima de riesgo y todas estas cosas que llenan y llenan hasta las conversaciones de las tabernas.
Pero desde hace algún tiempo todo esto ya no es problema de esas castas de acceso restringido. En realidad, según lo voy viendo, caminamos a pasos agigantados a uno de los modelos de vida más inhumano de la historia. Este capitalismo salvaje y con tendencias homicidas, en el que sólo importan palabras tales como productividad, eficacia, eficiencia, optimización de recursos humanos, etcétera, nos lleva directamente a un estadio próximo a la esclavitud, puesto que lo único que interesará de nosotros serán nuestros brazos, es decir, nuestro trabajo. En la medida en la que seamos útiles al sistema productivo permitirán que podamos disfrutar de vez en cuando de algo de alcohol, sexo y entretenimiento (aquí póngase deporte, telenovelas, redes sociales, etcétera). Cuando nuestro organismo llegue a cierto estadio de agotamiento y sea menos productivo (quizá, con suerte, hacia los setenta años) se nos permitirá una jubilación más o menos digna, pero sin derecho preferente a la salud. Mejor convertirnos en cadáveres cuanto antes.
Cada día veo más claro que George Orwell tenía razón cuando escribió 1984. Sólo se equivocó en el título, quizá por menos de cien años.
Ya sé que algunos pensarán que escribo en estado de alucinación, pero todas las reformas y todas las medidas que se van sabiendo y otras que se intuyen caminan hacia ese territorio.
Nos ha vuelto a derrotar el neoliberalismo económico. La política (en el sentido más noble y clásico de la palabra, si es que algo de esto tiene aún) ha sido derrotada estrepitosamente, por quienes hace unos treinta años dieron el primer paso.
Volverá a resquebrajarse el tejido social, los ricos serán más ricos (sí, más aún; pero sólo en cantidad de bienes no en número de ricos) y los pobres seremos más en cantidad (mejor dicho, no cantidad) de bienes y en número.
Tener trabajo a cualquier precio es una trampa que se tiende. Porque tener trabajo a cualquier precio, supone vivir el modelo norteamericano y ese modelo es uno de los más próximos al feudalismo que conozco. La única diferencia es que el señor del feudo, no es noble, sino una multinacional o gran empresa, y quizá se haya eliminado el derecho de pernada. Poco más.