Leo correos electrónicos y participo en conversaciones con un común
denominador: el desánimo marcado entre los latidos de sus palabras.
Reflexiones de amigos y amigas que demuestran el hartazgo por cuanto se está
perdiendo en esta parte del mundo llamada España; sobre todo ilusión y ganas. Pensamientos
que muestran su temor hacia la acción de determinados grupos políticos que
consiguen ahogar las justas aspiraciones de muchos, con la vieja táctica del
divide y vencerás.
Es tal la necesidad de recuperar la autoestima en nosotros
mismos como colectivo, como grupo, como sociedad, que hasta la admisión a
trámite de la Iniciativa Popular para modificar nuestra infumable e injusta ley
hipotecaria, se convirtió en alegría colectiva. (Y si uso semejantes
calificativos, en realidad voy a rebufo de unas cuantas sentencias judiciales.
Reconozco que ni soy original ni soy valiente).
Me enteré casi en directo, mientras tomaba un café en un
solitario bar muy céntrico. Tuve dos sentimientos encontrados: por una parte me
alegró hondamente que se consiguiera ese primer paso que minutos antes parecía
una utopía; por otra me enfadó hondamente que la sensibilidad de nuestra casta
política sea incapaz de pulsar la realidad de las gentes de este país, y tenga
que movilizarse con unos cuantos muertos a sus espaldas.
Y ya que he dicho en este lugar tantas cosas sobre la mentada
casta política, es de justicia resaltar ahora el gesto del PSOE de retirar una
de sus iniciativas legislativas a las que tiene derecho según el cupo
reglamentariamente establecido, para que esta iniciativa popular tuviese su
opción en este trimestre y no esperar al próximo. (Y esto a pesar del
deplorable gesto de Valeriano Gómez —exministro de trabajo y sindicalista
según tengo entendido— hacia Ada Colau, al darle la espalda ostensiblemente y
preferir continuar compadreando con Vicente Martínez Pujalte, cuando a éste
le ve cada día del año en el hemiciclo).
Ojalá que este primer paso no sea el último; ojalá que la
sensatez elemental de la propuesta formulada por la plataforma de afectados por
los desahucios obtenga la categoría de ley. Porque lo verdaderamente lamentables es que aún no sea ley.
Aunque uno se teme lo peor, en este mundo cuyo único baremo es
la rentabilidad financiera y hacer negocio de todo, incluso de la vivienda, uno
de los derechos más elementales de las personas.
Pero si se consiguiera, no habría líneas suficientes para
agradecer a esta iniciativa y a su cabeza visible, Ada Colau, tanto esfuerzo,
tanta pasión, pues, acaso esta labor sea la primera piedra que nos conduzca
hacia la recuperación de la esperanza, el optimismo y la ilusión. Hacia el
profundo convencimiento de que las cosas sólo podrán empezarse a resolver
cuando la mayoría nos pongamos manos a la obra, y no dejemos que otros actúen
como si nuestros asuntos fueran una de las macetas de su cortijo.