Cómplices

Domingo, 17 de febrero de 2013


A veces se hace complicado hacer caso de las frases de los sabios.
Ayer leí en un almanaque una atribuida a Epícteto que decía, más o menos: No quieras las cosas como deseas que sean, más bien deséalas como son.
Invitación a la calma, al sosiego, a la asunción de la vida y sus circunstancias sin queja o rebelión por parte del individuo. Estoicismo en su esencia más pura. Resignación.
A pesar de entender a lo que se refiere Epícteto, no estoy de acuerdo en el cien por cien de lo que dice, o de sus consecuencias. Acaso para la propia vida individual, sea una máxima no solo aplicable, sino muy recomendable, sobre todo en aquello contra lo que nada podemos hacer. A veces pretender modificar algo, además de conducir al fracaso absoluto, supone un gasto de energías internas tan considerable que no merece la pena el esfuerzo. Porque hay circunstancias de la vida que exceden a nuestras fuerzas; aunque esto no quiera decir que excedan a las fuerzas de todas las generaciones, ni de todos los individuos. Yendo más lejos, incluso, desear las cosas de un modo determinado y distinto al que son, puede conducir a vivir en la irrealidad, lo que nos situaría a un palmo de la locura.
En otras ocasiones, por el contrario, diría que el único modo de alcanzar un territorio próximo a la dicha y a la tranquilidad de conciencia, es acarrear día a día, con paciencia y  ternura, los deseos y los sueños hasta que se hagan realidad (si es que se hacen), sin que importe el tiempo ni el esfuerzo invertidos para alcanzarlos (si es que se alcanzan).
Sin embargo, y aplicando la mentada frase a la sociedad, creo que es perniciosa, porque si las sociedades hubieran vivido gobernadas por tal máxima (lo que a buen seguro es siempre la pretensión de quienes ostentan el poder) seríamos como el resto de las criaturas de la naturaleza que repiten generación tras generación los mismos comportamientos en un giro rotatorio sin apenas modificaciones. Si se hubiera hecho caso a Epícteto, aún habría muchos esclavos habitando en Roma, como él mismo vivió.
Por suerte hubo otros que pensaron exactamente lo contrario y fueron capaces de ir cambiando poco a poco algunas realidades según sus deseos. Y no deja de llamar la atención que él fuera uno de ellos cuando dijo en otro lugar: “¿Quieres dejar de pertenecer al número de los esclavos? Rompe tus cadenas y desecha de ti todo temor y todo despecho”.
Uno, un poco perplejo, y más de acuerdo con la segunda frase que con la primera, viene a deducir que la sabiduría no está en los contenidos de una u otra frase, pudiendo ser ambas ciertas en según qué circunstancias, sino en determinar en qué casos conviene aplicar la primera y cuándo la segunda.