Hay determinadas fechas que pasarán a los anales de la historia. Hoy es una de
ellas. Esta vez no es una exageración de las que estamos habituados a proclamar
en esta época, en la que cualquier acontecimiento fuera de lo habitual adquiere
este calificativo.
Sin embargo, por muy histórica que sea la renuncia de un papa (técnicamente
el quinto de la historia, aunque en puridad el segundo —suponiendo que nada
haya escondido tras esta decisión de Joseph Ratzinger—), poco influye en la
cotidianidad de la mayoría de vidas (incluso de los católicos practicantes).
Podría ser un momento para la esperanza, pero no soy optimista. En
la jerarquía y en la curia vaticana creen que han conseguido dominar al viento,
domesticarlo para que permanezca tranquilo, apenas una leve brisa, dentro de un
jaula y, pelean con uñas y dientes porque todo continúe de este modo.
Entretanto el viento sigue a lo suyo, soplando allá donde
quiere, con la fuerza que quiere y sobre quien quiere.