La única certeza que ahora mismo puedo sostener, justo cuando la noche
está a punto de saltar la frontera con el nuevo día, es que algo está cambiando
en mí, algo que no sé a dónde me llevará, si es que me lleva a alguna parte.
Me tengo que conformar con esperar.
Y quizá con desobedecer a la lógica. Dejarme llevar por los
mordiscos áridos de cierta dosis de intuición y silencio. Desmarcarme del ruido
y el vocerío.
Explorar el contenido del latido del corazón.
Pero sobre todo esperar con los ojos y los oídos pendientes de
todo cuanto sucede, incluso de lo que no sucede.