Es como si ayer, poco antes del anochecer, se hubiera
reabierto el portón de las letras en mi cotidianidad, tras estos meses de tanto
silencio perezoso, un silencio que prefería, sobre todo, perderse en la nada,
en el vacío esférico de una pelota rodante o volante chutada o cabeceada por
los héroes millonarios de esta época.
[Digresión: En el estío de 1959, Luis Felipe
Vivanco afirma que los héroes para los españoles eran algunos toreros (en
Segovia el rejoneador Josechu Pérez de Mendoza, del que he oído hablar no poco
en casa) y Bahamontes. Ahora son rutilantes futbolistas quienes encandilan o
desesperan —según el día y según las pasiones— por su acierto o desacierto en
el manejo del esférico].
Es verdad que la temporada no ha finalizado, y
que aún quedan unos cuantos partidos por ver, pero, al menos, ha concluido la
sucesión —casi un sinfín— de encuentros, que me servían como buena excusa para
alejarme de esta tarea. En las dos próximas jornadas de liga los partidos se
juegan a la misma hora, y ya no habrá fútbol cada día… Algo es algo.
Leer y ver fútbol, cuando no andaba en otros
menesteres menos agradables, así ha sido mi ocio durante estas semanas. Mi
pereza.
Pero ayer, decía, poco antes del inicio del
atardecer, Norberto García Hernanz presentó su poemario Indefensa certidumbre.
Por suerte, y a pesar del ajetreado, otra
vez, ocaso de la antevíspera, pude acudir a la librería “Intempestivos” donde
se celebraba el acto. Y pude acudir con la antelación suficiente como para
degustar un delicioso café, y que Norberto dedicase mi ejemplar, pues sabía que
al finalizar el acto las manecillas del reloj, más que avanzar, me patearían el
trasero como si tuviera algo urgente que hacer.
Otro día, muy pronto, hablaré más despacio de
esta librería, relativamente nueva en la ciudad, cuyo local acaso respire a
través de los poros del Acueducto, pues su fachada casi roza los pilares de
algunos de sus arcos; ahora simplemente dejo huella, no puedo evitarlo, de su
nítida apuesta por hacer visible la poesía y otro tipo de literatura ajena a la
tiranía de los bestseller. Pero hoy —ahora—, si me bifurcara en esta dirección,
no hablaría de lo que más me importa en este instante: Norberto y su libro.
La poesía de Norberto camina por senderos próximos
a lo meditativo, cercanos a la reflexión filosófica que le provoca la
contemplación del cosmos completo, desde las constelaciones más alejadas, hasta
las células más pequeñas e invisibles que nos forman, ese pasmo feliz del puro
existir, sin más: explicación o fin que la vida de hoy, de ahora, de este
instante en que —parafraseo uno de sus poemas— un grano nuevo de arroz blanco
ocupa la mitad de la palma de la mano, iluminado por la luz cenital de una
claraboya dada. Por usar, en parte, de sus palabras, su poesía destila el
asombro que le produce el ejercicio del pensamiento humano en mitad de la
existencia, en sí misma tan poco explicable o inteligible.
Prefiere, por seguir con sus ideas, quedarse
indefenso, acaso acoquinado por el desamparo que provoca la reflexión personal
y casi intransferible, pero libre —por tanto más humano—, a vivir arropado por
el calorcito y la protección que otorgan seguir sin reflexionar algún
pensamiento (ideológico, religioso, patriótico…) compartido por la mayoría o
por muchos o, al menos, por un grupo. De algún modo, su poesía es la concreción
de ese pensamiento muchas veces acrisolado como interrogación, otras como duda,
o como encrucijada ante la que uno se detiene por un periodo de tiempo
indeterminado y, en no pocos poemas usa, a modo de armamento pesado, la sonrisa
que provoca su fina ironía, ese modo tan inteligente de alejarse de uno mismo
para contemplarse con la perspectiva exacta —al fin y al cabo es profesor de matemáticas—
como para verse tal cual es, o sea, más bien poca cosa, sin embargo irrepetible
e insustituible.
Estuvo en el acto Xavier de Tusalle, el editor
de LápizCero, sello encargado de publicar y difundir Indefensa
certidumbre que, además, cantó varios
temas acompañado por una poeta armenia —según dijo, creo— tan hermosa como verso
inalcanzable, y por su guitarra, y su armónica. Pura utopía, puro deseo, puro
horizonte sus canciones, empezando por la versión que de Imagine de John Lennon hicieron, con lo que ya me
han ganado para los restos.
Norberto, además, estuvo flanqueado por dos
colegas de su instituto, Pepe —profesor de dibujo— y Roberto —profesor de
literatura—, quienes leyeron sendos textos donde glosaban, respectivamente, a Norberto
y a Indefensa certidumbre. Ambas piezas
hermosas y muy distintas, ambas, en cualquier caso, acaparadoras de la atención
de los espectadores que llenábamos la sala dedicada al evento. Y ambas, sobre
todo, llenas de sensibilidad y que tuvieron la gran virtud de abrir el apetito
lector para tomar el libro con urgencia entre las manos y bebérselo al
instante, pues sus palabras provocaron sed de poesía, de esa poesía que se desnuda
de casi todo ornamento y va directa al núcleo del instante:
Tres
minutos para decir
que somos verdaderamente admirables,
perdidos aquí en medio de la indefensión selvática
y además, según circunstancias,
sufridos padecedores de tendencias religiosas
que tratan aún de hacernos más polvo, más nimios,
más menos de todo lo que incumplimos,
fallamos, pecamos, debemos, pensamos.
que somos verdaderamente admirables,
perdidos aquí en medio de la indefensión selvática
y además, según circunstancias,
sufridos padecedores de tendencias religiosas
que tratan aún de hacernos más polvo, más nimios,
más menos de todo lo que incumplimos,
fallamos, pecamos, debemos, pensamos.
Lo
nuestro, definitivamente,
es de darnos besos suaves con las manos en la cara
y no parar.
es de darnos besos suaves con las manos en la cara
y no parar.
(Norberto García Hernanz, Idefensa certidumbre,
LapizCero ediciones Pág. 31)
LapizCero ediciones Pág. 31)