Aún no entiendo cómo los días se alejan tan veloces del
presente para ocupar a toda prisa un estante del pasado. Cuando he vuelto a
abrir este cuaderno, ha pasado casi una semana y no termino de comprender el
modo en que han volado esas ciento cuarenta y tantas horas, la manera en que mi
existencia se ha sucedido en este tiempo.
A lo mejor sólo se trata de que no he dedicado
un puñado de minutos a anotar algo de los libros que he estado y estoy leyendo o de los
que me han llegado por correo o de los que he comprado, ni he dejado huella de
una tarde especialmente tensa, porque uno se entera de un nuevo problema que
acecha, ni queda el rastro del aroma de los besos, o falta el eco de las risas
en el teatro contemplando una versión del Avaro cuyos personajes son grifos.
Sí, acaso la única diferencia es que no he
tenido el ánimo, cuando tenía el tiempo, o no he tenido el tiempo cuando tenía
el ánimo, para que esos días no se fuguen como el agua sumidero abajo: fugaz,
imparable, inaprensible.