Cómplices

Domingo, 27 de febrero de 2011

Afirma Cicerón, según he leído esta tarde: quien tiene una biblioteca y un jardín lo tiene todo. No se puede decir más en menos. Lo más probable es que en el contexto que él aseveró ambas cosas –la biblioteca y jardín, digo- fueran como hoy en día poseer un yate con embarcadero propio. O sea, lujos inalcanzables para la mayoría.
Pero hoy en día quien no tiene libros y quien no disfrute de un jardín es porque no quiere. En el peor de los casos, tendrá que agenciarse los libros en la biblioteca pública, porque los jardines también suelen estar disponibles para su disfrute por cualquiera. Quizá el orador latino se refería al disfrute sosegado de una buena lectura en la tranquilidad del jardín de su villa, pero aunque nuestros jardines sean de uso público, no quiere decir que no se pueda gozar de la lectura bajo un árbol, junto a algún parterre, quizá disfrutando de la leve música de fondo que el agua de una fuente proporciona y que pueden pespuntear los piídos de los pájaros… Porque no se me acuse de excesivamente bucólico-pastoril, matizaré que también es muy posible que el susodicho jardín esté invadido por otra suerte de melodías, un poco más agresivas, como el fragor del tráfico urbano u otra serie de alteraciones acústicas que impidan la concentración. Pero, en general, creo que lo mismo que dijo Cicerón entonces, sería aplicable hoy en día…
Precisamente hoy no, porque el día se ha levantado con cara hosca y alguien por el Norte, ha dejado todas las puertas abiertas, con lo que las temperaturas se han refugiado en el subsuelo. Vamos, que, otra vez, hace un frío que marchita las ideas, las pocas ideas que uno tiene…

Pero también he pensado que, por suerte, en algunas cosas hemos avanzado desde los romanos para acá. En esta parte del mundo (donde tantas huellas nos quedan de aquellos antepasados nuestros), que la inmensa mayoría podamos disfrutar de la lectura y de los jardines, no se valora. Quiero decir que es algo tan cotidiano, tan a nuestro alcance, que hay niños que piensan que leer es una obligación, casi una especie de castigo, y no un disfrute, o, al menos, la posibilidad de disfrutar.
Y lo tercero que he pensado es que Cicerón tenía razón. Disponer de una biblioteca y de un jardín puede proporcionar toda la dicha del mundo, porque es lo mismo que decir que la lectura al aire libre nos permite cultivar el interior y estar en armonía con la naturaleza, al menos con un pedazo de ella...
...Hace mucho que no leo en un jardín... Muchísimo.
En realidad es lo primero que he pensado cuando he leído esta frase. Y es una pena, porque días ha habido para cruzar la calle y aposentarme en un banco bajo uno de los centenarios cedros que no están más allá de doscientos metros de esa casa. O en su defecto, unos pocos metros más abajo, procurar la sombra de algún castaño, más que nada para que ese susurro del agua acompañara mi lectura. O unos trescientos más arriba, traspasar las verjas del Jardín Botánico y allí, ya para rizar el rizo, podría distraerme con la visión de los murales diseñados por mi hermano. Incluso, más de una vez, a imitación de Machado, podría haberme echado algún libro al bolsillo –no necesariamente la biblia que cita en su poema- y haberme paseado hasta la Alameda de la Fuencisla y allí, junto al oscuro Eresma, leer. Yo no tendría el problema del Poeta. No me dejaría las gafas en casa, más que nada porque forman parte de mí. Y ya puestos allí, podría, en vez de quedarme junto a la ribera, subir por la huerta de los carmelitas descalzos, ascender hasta la ermita que está en lo más alto, y apoyado en su muro, bajo el esqueleto del ciprés que San Juan Cruz plantó, repasar algunos de sus versos.
Y sí, no haría falta nada más.
Ni siquiera pensar en escribir, pues ya está todo escrito.