Cómplices

Sábado, 26 de febrero de 2011

Hoy he salido algo más tarde a pasear, porque después de la comida me he entretenido con el pdf de Oscurece en Edimburgo. Anoche Francisco nos envió este documento y, aunque estoy desbordado, como un río, no he podido por menos de abrirlo, de echarlo un vistazo… Bueno, ésa era la intención... A la hora de la verdad, me he puesto a leerlo como si no lo hubiera hecho nunca hasta este momento. ¿Será la cuarta vez que lea la novela? Será. Pero se trata del último empellón, así que lo daré encantado. Pasados un par de meses, casi tres, desde la última vez que procedí a su lectura, la novela no ha perdido. Quiero decir, que una vez que el tiempo ha hecho que tome la perspectiva suficiente, y por tanto, deje de estar influenciado por el trabajo cotidiano e intensivo, el texto sigue siendo atractivo, nada pesado. Recomendable, diría yo. O dicho de otro modo, el guiso ha reposado lo suficiente, y tras este descanso, está sabroso.
De todos modos, y aunque era un poquito más tarde, he disfrutado de otra tarde de clima primaveral. Si no hubiera sido porque parece que mañana vuelve el general invierno a aposentarse sobre estas tierras, quizá el paseo hubiera sido más corto, pero menos maravilloso. Ante la perspectiva del mal clima que se nos anuncia y, por tanto, la posibilidad de que mañana me quede en casa, he decidido zambullirme en la brisa primaveral y me he recorrido parte de la senda peatonal del Eresma. Todo un descubrimiento. Toda una gozada.
Si ayer contemplaba el lienzo norte del perfil de la ciudad, hoy ha sido la parte del mediodía, y la proa de ese navío, el Alcázar, hoy majestuoso y como flotando, sobre el acantilado que se asoma al oscuro Eresma, justo desde el Mirador del Último Pino, que es un nombre recientísimo, porque todo este itinerario se debe, sin duda, a la imaginación de alguna persona, o de algún grupo de personas tan sensibles y tan imaginativas que han sido capaces de habilitar este espacio para los ciudadanos.
Ya sé que quien tuviera esta idea, quien la supiera plasmar en un papel, quien la supiera vender y quien la aceptó y la hizo realidad, no leerán estas palabras, pero no me resisto a agradecerles profundamente este regalo. Un regalo que nos ayuda a disfrutar del ocio, a conocer un poco más y mejor nuestra historia, que es respetuoso con el medio ambiente y que consigue que la ciudad no sea eterna enemiga de zonas más o menos boscosas. Supongo que del mismo modo pensarán las decenas de personas que hemos compartido en uno u otro punto de este camino (he recorrido unos ocho kilómetros –cuatro de ida y los mismos de vuelta, obviamente-). Ya tengo otro itinerario para mis caminatas, otro lugar donde intentar desconectar mis neuronas y desentumecer mis músculos, y, ¿por qué no?, aligerar algo mi sobrepeso que ya empieza a ser exagerado, otra vez.