Cómplices

Lunes, 14 de febrero de 2011

Oscurece. Ha oscurecido. Más deprisa o antes que estos días de atrás. Como ayer, cuando la apariencia climatológica del día lo asemejó a un bostezo licuado. Me lleva doliendo la cabeza todo el día, después de una noche de extraños sueños y de poco dormir. Un dolor perezoso, quizá tímido. Una molestia que no se atrevía a ser contundente. Es como si hubiera querido jugar al despiste, como si me hubiera querido atrapar con una técnica envolvente, para que no la viera. Se iba y volvía y se volvía a retirar. Se asomaba, pero en cuanto mi atención (pendiente de cosas tan emocionantes como números, facturas, plazos…) se percataba de su presencia, como un niño pillado en travesura, volvía a esconderse, tras algún matorral de mis músculos.
Después de comer he salido a pasear, como la mayoría de los días, pero en este caso, además, se trataba de la mejor terapia para mi inspiración y para ahuyentar a ese dolor.
El día ha vuelto a ser invernizo, como si no hubiera terminado de amanecer en toda la jornada. Sobre mis deportivas he subido ciudad arriba en dirección a la sierra. A medida que mis pasos se adentraban en las zonas más desprotegidas de edificios, el aire se clavaba en mi cara como alfileres, como planchas de hielo golpeándome. En apariencia podría resultar desagradable, pero a cada paso notaba que se trataba de un buen masaje para toda la zona dolorida (mi lado de babor para entendernos). Podría afirmar, sin un ápice de exageración, que semejante climatología tan adversa y acerba, sin embargo, ha sido para mí terapéutica.
Con más ánimo, aunque con más sueño, he llegado a casa un par de horas más tarde y ya he podido acabar con el encargo que tengo de los compañeros que llevan la campaña de animación para la lectura y me he terminado de leer los cuentos de los chavales que se han presentado este año al concurso.
Creo que está siendo el año de peor calidad de los tres o cuatro que llevo formando parte de este jurado. Estamos en la primera fase, y ya veremos que me depara la selección que hayan hecho mis cuatro compañeros de fatigas. Pero en lo que a mí respecta ha sido desalentador.
No diré más. Todavía es un poco pronto.
Pero por encima de la calidad de los textos, se repite cada año el mismo esquema, los mismos miedos, los mismos anhelos, las mismas ilusiones. Es fascinante leer estos cuentos para darse cuenta de cómo son y qué sienten los chiquillos.
En la primera categoría, los que están en segundo y tercero de Primaria (siete u ocho años por regla general) abunda la necesidad —yo diría que nutricia— de sus padres, de su presencia. No hay peor condena para una niña o niño de esta edad que sus padres no estén o que ellos piensen que no les quieren. Serían capaces de dar la vida por conseguirlo. Por así decir, el mundo gira entorno al amor de sus padres, más allá de su presencia; claro que —como suele afimarse—, el movimiento se demuestra andando, y lo mínimo para demostrar que se quiere a alguien es estar a su lado. Una noche en soledad, perderse en un bosque, descubrir que no son queridos son como auténticas penas privativas de felicidad.
El otro grupo, el del segundo ciclo de Primaria —cuarto, quinto y sexto; o sea hasta los once años— no podrían vivir muy bien sin sus padres, pero sus progenitores ya no son el elemento fundamental de su existencia. Son el amparo, el paraguas, el seguro, la referencia (se puede escoger cualquier palabra), pero lo determinante son los amigos, y los amigos son los próximos, son los compañeros, no sólo de colegio, sino de clase. Y hay otra variante, u otra característica que he detectado, la necesidad de no llamar la atención, de no ser un bicho raro, y, al mismo tiempo, de autoafirmarse, de singularizarse del resto…
Es muy típico que a estas edades (ya tienen cierto bagaje lector y se nota —no entro en la calidad de lo que leen, porque esa es otra cuestión— en sus textos) el cuento empiece con la presentación del personaje y no son pocos los que escogen un animal (osos, perros, dragones…), pero en la segunda línea el perro, oso o dragón se llama Daniel, Darío, Rubén, Alicia, Ana, Paula… y va al colegio y tiene unos diez u once años y juega al fútbol o al escondite.
En uno de los que he leído, el personaje era un dragón amarillo que lo pasaba fatal y sufría mucho porque era el único dragón amarillo de la clase (formada al parecer por un par de docenas de dragones verdes —¡qué ordinariez, por Dios!— cuya principal diversión, era burlarse de él). Por suerte a los pocos días llegaron a clase otros dos dragones amarillos de los que, como es fácil deducir, se hizo amiguísimo.
Y en este deseo de igualdad y a la vez de autoafirmación personal, también se descubre, y esta la parte más dolorosa de este descubrimiento, la crueldad del grupo respecto del que es distinto o, mejor dicho, del que por ser distinto puede resultar "defectuoso", perdóneseme la expresión. El diferente, quizá por estar en minoría, es más débil y ante los débiles actuamos con prepotencia.
Otro descubrimiento —y éste es desalentador— es la tremendísima influencia de la televisión en la imaginación de los niños, mejor dicho en la falta de imaginación de los niños. Quizá todos hayamos sido así, y cada generación tiene sus propios peajes que pagar, pero, sinceramente esta parte es desalentadora.
* * *
Seguimos con muestras de la estupidez rampante. Leo esto que transcribo de modo literal en el diario El País:
"La Agencia de Salud Pública de Barcelona ha enviado una advertencia a los responsables del musical Hair, Love & Rock Musical, que se representa en el Teatro Apolo de la capital catalana, porque se fuma en el transcurso de la obra. El aviso de una posible sanción llega después de la denuncia de un espectador. La ley antitabaco, que entró en vigor el 2 de enero, prohíbe fumar en todos los locales públicos cerrados.”
Alguno va a terminar por denunciar a Humphrey Bogart.
Probablemente en este musical se represente la situación del movimiento hippy. ¿Van a denunciar alguna escena en que los protagonistas interpreten el consumo de LSD o algún otro tipo de droga? ¿Podrán fumar mis personajes de alguna ficción?
La estulticia de algunos seres humanos no tiene fecha de caducidad. Y me temo que contra eso no hay legislación vigente.