Cómplices

Martes, 15 de febrero de 2011

Por circunstancias del calendario, el poema Jaque mate de las mariposas ha permanecido poco tiempo en la cabecera de Pavesas y cenizas. No es algo de lo que preocuparse, antes bien es premeditado, así que desde ese punto de vista las cosas están donde debían.
Está dicho que estoy preparando un libro de poemas. Un libro que debe andar por su mitad en esta primera versión; pero eso, en realidad, es una presunción, puesto que nunca se sabe a ciencia cierta, ya que pueden suceder tantas cosas que es mejor no  hacer(se) muchas cábalas.
Como a estas horas los versos se me han escapado por alguna almohada de mis venas, me siento a reflexionar escribiendo, casi como si divagara. Así que ya saben, de poesía va hoy la cosa…
En este libro me estoy volcando con todas mis energías, fundamentalmente los fines de semana que son mis auténticos días para la creación, pues durante la semana la jornada laboral, no sólo impide (obviamente) mi dedicación a este tema, sino que, además, como la sombra sigue al cuerpo, tiene la consecuencia de cierto embotamiento o saturación o cansancio mental que disminuye hasta eliminar mi capacidad creativa. La solución suele ser un largo paseo que oxigene esas neuronas, hoy unos siete kilómetros bajo una lluvia fina y fría, quizá antecesora de la nieve. En fin que, entre unas cosas y otras (recuérdese, además, que para mi bendición cuento con pareja, hijas, padres, hermanos, cuñadas, sobrinos, primos, amigos, blogs…), hasta anochecido no me pongo a la tarea, si es que me pongo…
[Quiero aclarar, antes de continuar, que no se trata de una queja o una lamentación (salvo a quienes me acusan de que no descanso, de que desaprovecho los fines de semana en cosas que a nadie interesa -¿y qué?-, que no viajo...) pues sé que vida se asemeja bastante a la de un privilegiado. Más aún, doy gracias a esta situación constantemente. Claro que podría mejorar… como casi todo; pero es muy difícil, así que, no es que me resigne a mi mucha suerte, sino que disfruto de ella a cada momento (al menos lo intento)].
Es verdad que me falta tiempo, pero a cambio gozo de libertad y comprensión. Las fechas, los horizontes, las tareas, los límites, los retos me los impongo yo, y yo, por tanto, soy quien puede modificarlos. Incluso cada día si me apetece. Y eso, qué quiere que les diga, es impagable…
Todo esto viene a colación del poema del domingo publicado en Pavesas que, al mismo tiempo, tiene que ver con el libro del que hablaba…
En su proceso de escritura me siento como se debe sentir un viajero que pisa por primera vez lugares conocidos sólo por imágenes o por documentales televisivos.
Por mucho que uno haya visto las inmensas planicies de la sabana africana, seguro que poner los pies en ese territorio es una experiencia que no tiene nada ver con el disfrute de las imágenes enlatadas, por maravillosas que éstas sean… Como no es lo mismo ver un beso que darlo… Creo que se entiende…
La poesía ha realizado, a lo largo de su historia milenaria, un tránsito extenso que le ha llevado a manifestarse de muchos modos. Y hoy tiene tantos formas de brotar, como poetas o como sueños…, como cualquier otra manifestación artística.
Me sucede que al escuchar una copla popular o al leer un texto muy hermético de un poeta muy culto, percibo el mismo tipo de esencia poética, una sustancia inasible que aletea o cimienta (esta cuestión no la tengo clara, aunque casi me decanto por lo segundo) las palabras.
No es cuestión de anotar aquí, ni siquiera de modo somero, la evolución de la Poesía. Desde la llegada de las vanguardias, incluso quizá un poco antes, cuando el Simbolismo vino a dar una vuelta de tuerca al Romanticismo, comenzó el proceso de ruptura de la mayoría de ataduras formales que amordazaban a la poesía.
Bueno, quizá esto convenga matizarlo. Para muchos este formalismo no ataba, sino que definía la poesía, era su seña de identidad, lo que le diferencia del resto de manifestaciones literarias. Según este modo de pensar, y a poco que se siga un hilo lógico en el razonamiento, se concluirá que lo que importa en la poesía es el metro, la rima, la distribución estrófica, la forma…
¿Es así?
A mi modo de ver este asunto no tenía discusión posible, pero sin embargo la tiene, como pude comprobar durante un recital de poesía celebrado en Madrid y al que asistí vía Internet. Y la tiene desde los dos extremos posibles y desde cada uno de sus matices intermedios…
Todavía hay quien sostiene que la poesía sólo se puede llamar así cuando acontece en el cauce de un verso medido. (Me parece, al menos, que se admite llamar poesía a aquellos versos que entre sí no rimen. Algo es algo). Al otro extremo están quienes se reafirman en que la poesía sólo tiene sentido en su propia materialidad, en su propio ser de palabra, es decir, como si la poesía fuera un 'streeptease' de significados, como si la poesía fuera la pura sonoridad, el puro ritmo, la acústica y la melodía, un ejército de letras hilvanadas por sus propios engarces olvidándonos de lo que significan: azul ejército coches golpeando lunas con cadáveres de sinfonías. Escritura surrealista, automática, de asociación libre…
Repito, ahí podríamos situar los dos extremos, las dos posturas irreconciliables. Entre medias todo un glosario de grises bien matizados.
No pertenezco a ninguna de estas tendencias, pero no hago ascos a ninguna de ellas. En sí mismas, y llevadas al extremo, ambas me parecen cepos envenenados y trampas que, en el fondo, conducen a lo mismo: la artificiosidad, puesto que, al final, esa supuesta escritura asemántica es entelequia, por imposible, pues ni el poeta ni el lector puede huir de la carga significante de las palabras.
Y sin embargo en ambas propuestas anida parte de la verdad tan poliédrica que conforma el concepto poesía.
Cuando comencé mi devenir entre los versos (y esto lo he contado en más de una ocasión), mi primer maestro, el poeta segoviano Moisés Sanz Montarelo, que ya era muy anciano a mis dieciséis años y murió hace más de veinte, me animaba a escribir versos medidos, sobre todo endecasílabos. Según él, el verdadero ritmo de la poesía —incluyendo el verso libre, el versículo, el poema en prosa…— reside en el endecasílabo, en los alejandrinos y en los heptasílabos.
Le hice caso… treinta años más tarde. (Uno es duro de mollera, o es que hasta que no ve las cosas por sí mismo no se da por aludido). Entonces con los dieciséis y diecisiete años, digo, la poesía era el cauce por el que tenían que galopar mis sentimientos, con pocos planteamientos más. Usé de rudimentos como la repetición de las mismas palabras en los versos, los encabalgamientos abruptos, la disposición similar de los acentos dentro de cada verso casi siempre libre… No es ni buena ni mala esa poesía (perdón es mala, pero eso ahora no importa), es algo así como una roca sin pulimentar lo más mínimo. Cuando descubrí el endecasílabo —o los necesité— me hice en fiel adepto a su orden. Y durante años (incluidos buena parte de los poemas publicados en Pavesas y cenizas y que en gran medida ya son el libro Versos como carne sólo a falta de su impresión) no pude zafarme de sus exigencias, y a la vez no me quise escapar de su ritmo, de sus posibilidades, de esa cadencia que regala al oído una exquisita melodiosidad que viene, en español, desde los tiempos de Garcilaso.
Pero no me quedaba satisfecho sólo con la medida de los versos, con acoplar el acento allá dónde debe ir.
La imagen para mí es el verdadero camino para alcanzar la esencia de la poesía, para llegar al concepto. A mi modo de ver no es tan importante el ritmo, como la fuerza de una imagen. Conseguir —al contrario que el grupo que antes he referido— que el significado de las palabras situadas en otro contexto supongan un destello en el corazón y en la mente del lector, intentar reforzar y ampliar, dotar de nuevas cualidades o matices cualquier objeto, cualquier realidad, cualquier pensamiento. Importa, bajo mi punto de vista —probablemente equivocado—, ahondar en el significado de las cosas, y para ello las imágenes (metáforas, comparaciones, alegorías, tropos varios…) vienen en ayuda del poeta. Porque el poeta, a pesar de lo que se diga (y esto no tiene que ver con las cuestiones formales, sino con las esenciales) no puede olvidarse del mundo en el que vive. No puede ir contra la propia esencia del don que ha recibido. Y si tiene que denunciar, no puede callar su voz; aunque no por ello ha de escribir meros panfletos. Lo que tampoco sería lamentable, dicho sea a título de aclaración.
En esta tesitura, ¿nos sirve el surrealismo, nos sirve cierto punto de irracionalidad como se observa en el poema Jaque mate de las mariposas? Ahí es donde estoy, ese es el proceso. La respuesta es afirmativa. Sirve y ayuda, pero también puede dificultar, pues quizá necesite de un mayor esfuerzo para el lector, además de para el poeta, pero esto último es lo de menos.
Quizá haya dado con este poema un salto demasiado largo, no lo sé, simplemente lo intuyo. Incluso lo intuía mientras lo escribía, pero ya no pude salir de su propia estructura... Ni quise, para qué engañarnos.
Este poema que no voy a explicar en detalle, pues ya es patrimonio de cada lector y de cada lectura (otra de las fascinantes posibilidades de la poesía), no deja de ser un clamor contra quienes pretenden matar los sueños. Y creo que acabo de decir tanto, que casi me dan ganas de borrarlo.
Perdonen tanto vómito, pero es que se conoce que el silencio de esta casa me ha producido un ataque de verborrea.