Cómplices

Lunes, 21 de febrero de 2011

Iba a escribir algo muy distinto, sobre asuntos muy distintos, pero a medida que ha avanzado el día, me he dado cuenta que no merecía la pena, que además podría ser mal interpretado y con la racha que llevo mejor no dar posibilidades al asunto. Me van permitir, eso sí, que haga una simple cita al asunto.
        Se trata del último artículo que Alberto Olmos ha publicado en su blog al que les remito, si es que el tema interesa. Creo que merece la pena su opinión y su lectura. Me ha parecido muy buen artículo, literariamente hablando y, en general, estoy de acuerdo con él, aunque no es menos cierto que no creo que tenga nada que ver lo uno con lo otro. Pero como artículo que se precie ayuda a reflexionar, y eso, teniendo en cuenta los tiempos que corren, es impagable. Así que desde aquí le agradezco el que me haya hecho pensar un buen rato.
Y es que el día de hoy se ha convertido en un hermano gemelo de una pesada ametralladora de plomo. Incluso con su munición.
Suelen decir los analistas en bolsa que ciertos movimientos de algunos de los valores que allí cotizan ya se han descontado en fechas anteriores.
No sé qué sucederá con los valores bursátiles, pues de eso no entiendo nada (de eso tampoco, quiero decir), pero con las cosas de la vida o con los afanes de cada uno, no sucede igual. Aunque uno tuviera descontada la posibilidad del contratiempo o del traspiés, no se resigna a quedarse como cuando le piden un cigarrillo o el número de teléfono. Al menos yo no puedo. Ya digo, a pesar de tenerlo descontado en mi ánimo (procuro no esperar demasiado de las cosas para que cuando suceda lo que parece inevitable, el estropicio de entrañas y vísceras no sea muy abundoso), cuando me ha llegado la noticia, ha empezado a llover y el día ha puesto la directa hacia su ocaso. Y estoy hablando de las doce y diez minutos del mediodía. Ahora es una metáfora, pero como si el director de escena de la jornada hubiera querido convertirse en protagonista, también la ciudad ha oscurecido, se había cubierto del color del ala de las moscas y ha estado lloviendo un buen rato. Por suerte no ha vuelto a llover (ni dentro ni fuera).
Uno es humano, y, aunque no lo aparente, ni lo difunda, toma cariño a sus cosas. Las conclusiones son evidentes, pero conmigo las conclusiones tienen un problema y es que soy muy, pero que muy tozudo.
Tengo para mí –que diría un antiguo-, que he nacido para lo que he nacido, o sea como todo el mundo para ser feliz, y no encuentro mayor felicidad que en esto de escribir. Aunque a estas alturas ya sé que mi obra no será nada en el ámbito literario –ni aspira a serlo-, esto no quiere decir que vaya a arrojar la toalla al ring. El directo de hoy ni siquiera ha necesitado la cuenta de protección, es verdad que cuando suene el gong y me retire a mi esquina, notaré el corazón un poco más magullado, pero con el aire que ya me han proporcionado quienes saben de lo que estoy hablando, mañana este dolor será menos molesto que unas agujetas.
* * *
A veces uno tiene encuentros extraños en la calle. Encuentros que le hacen pensar en lo complicado que es el ser humano, y me hacen pensar en lo retorcido que puede llegar a ser mi corazón.
Paseaba, después de haber subido a la Biblioteca a devolver la antología de la poesía de Luis Rosales, cuando me ha parado un señor mayor. Un anciano por ser claros y precisos. Su aspecto no era de abandono, descuido, o pobreza, por el contrario vestía de modo impecable y sencillo, se le veía limpio y desde luego no tenía aspecto de haber bebido ni una gota de alcohol.
Al pasar a su altura ha extendido su mano derecha, un tanto temblona, y me ha pedido dinero para comer. No le he dado nada.
Y como siempre que me ocurre, en este caso u otros similares, termino por pensar que hago mal, pero si le hubiera dado algo, también pensaría lo mismo. Ayer me ocurrió algo similar, pero fue más sencillo seguir adelante, pues el individuo que me intentó cortar el paso  no presentaba el mismo aspecto (más joven que yo, menos limpio, más decidido, menos sereno), y formaba parte de un grupito que había intentado sisar en el supermercado de la esquina la víspera, según me contó la cajera. Mendigos que hacen de la mendicidad su modo de vida. Una de las profesiones más vetustas y respetable de la historia y cuyo número de seguidores, para nuestra desgracia, va en aumento en épocas como las que atravesamos.
Sin embargo el anciano de esta tarde me ha hecho dudar. ¿Le haría falta de verdad el dinero para comer? ¿Será una persona que tiene algún problema mental y lo manifiesta de este modo? (Algún caso he conocido, también por Segovia, hace años). Desde luego si alguien me dice que es un pobre hombre que vive en alguna residencia o algún asilo y que a esa hora está de paseo, cuadraría perfectamente con su aspecto.
Creo que si me hubiera puesto la mano por delante a las tres, cuando salimos de la oficina le hubiera dado algo, pero a las cinco de la tarde…
* * *
Pocos minutos después de este encuentro, he entrado en la librería Antares. No ha sido algo premeditado, ha sucedido de este modo. Pasaba por la puerta, cuando salía Blanca para poner en la calle un expositor y hemos empezado la conversación. Hacía tiempo que no hablábamos, y con el aire frío, apetecía meterse dentro.
Ha sido un buen rato del que he salido aliviado, un poco más aliviado.
No obstante siempre que entro en una librería, se me queda una sensación extraña. Por una parte la inmensa alegría de haber podido estar rodeado de libros que se muestran siempre sugestivos. Y por otra el sabor ácido de que más de un noventa y cinco por ciento de los títulos que allí se amontonan serán perfectos desconocidos para mí. (En ese conteo no incluyo los libros infantiles ni los de coleccionista). No obstante al final he encargado uno… de Alberto Olmos. Ejem.
Hablando, hablando, hemos acabado en Versos como carne.
No sé.
Resulta que en los bajos de la librería hay un espacio que se puede adecentar para presentaciones. Ya hace años se usó para este menester. Quizá resulte un poco angosto, pero creo que puede ser interesante. Para las fechas que barajo no va a dar tiempo, casi seguro. Por otra parte, creo que tenía otra idea. Aunque esto último aún no lo tengo nada claro, pero es que nada claro.
Y creo que tengo que ponerme las pilas. La criatura se lo merece.