Cómplices

Sábado, 19 de febrero de 2011

Supongo que mis lectores empezarán a aburrirse con este deambular de letras que recorren los mismos pasos cada jornada, como si fuera una mula dando vueltas con el trillo después de la siega, allá en las eras amarillas del pueblo, junto a una de las ermitas.
Estoy con una lágrima haciendo rima con este sábado de lluvia y versos. Escucho El concierto de Aranjuez interpretado por Narciso Yepes, después de haber escuchado su versión del Concertino para guitarra de Salvador de Bacarisse…
Y así quizá sea sencillo que los versos nazcan y duelan.
No ha sido casual la elección de esta música el poema que, provisionalmente, se titulará Gallardo, mas no altivo (Gentilhombre), hace referencia a esa generación que quedó cercenada, hundida, rota, descuajada durante y tras la Guerra Incivil. Y escuchar la melodía que Bacarisse trenzó, sabiendo que buena parte de su vida tuvo que suceder en París, siempre me produce algo de rabia, una rabia que no me ciega, espero, pero que está ahí. Una rabia que me emociona hasta el llanto. Una rabia que hoy tengo que compartir con tantos seres humanos que por culpa de tiranías sin cuento han de abandonar el horizonte de su infancia para que su corazón siga latiendo en otras latitudes.
Y no me es muy difícil imaginarme estas situaciones. Quizá por este afán mío de la escritura, puedo hacer el ejercicio de meterme en la piel de alguien (por ejemplo yo mismo) que mañana o cualquier día tuviera que salir, ligero de equipaje, camino de un lugar extraño. No digo malo, no digo hostil, no digo adverso, sólo digo extraño.
¿Cómo soportaría mi corazón la ausencia de estas tierras, de sus horizontes, de la cresta inmóvil de su perfil de torres y tejados como pináculos, de esas calles que se empinan cada poco, a cada paso, de esa luz que de tan transparente rasga la piel de la mirada como el diamante...? ¿Cómo soportaría dejar de ver para siempre ese peine de los vientos, como ceniza en vilo, esa esbelta dorada, como caricia del sol, ese alcázar de los sueños, como barco hacia el infinitio...?
Y esta música, la de Bacarisse, digo, me lleva, de inmediato, a Machado, a Cernuda, a Alberti, a López de Ayala, a Altolaguirre, a Lorca (a él lo mataron) a Miguel Hernández (a él lo mataron por negligencia) a Picasso, a tantos y tantos..., pero también me lleva a esas riadas ingentes de españoles y españolas que cruzaron hambrientos, desprotegidos, acaso traicionados, las fronteras, aquellos que se embarcaron en el Mediterráneo, aquellos niños que viajaron a Rusia… Tanto dolor, tanta injusticia… Una generación resquebrajada...
Y todo lo que ya no existirá.
¿Se imaginan las melodías que se han perdido entre las estrellas? ¿Y los versos que no abandonaron la tinta de las estilográficas? ¿Y los surcos de trigo que quedaron en barbecho tantos años? ¿Y las embarcaciones vacías, pudriéndose el aparejo con el salitre? ¿Y la pobreza moral y espiritual e intelectual…?
Y voy, y escribo el poema, y con la música de fondo, subiendo esa octava que suben los violines como si ellos también lloraran, me leo a mí mismo y tiemblo…
Y no sé, no creo que el poema sea tan bueno.
¡Qué más me da!
Me ha emocionado tanto que no sé si algún día le cambiaré un solo verso.
(Hoy especialmente para Leo, por obvias razones)