Cómplices

Domingo, 13 de marzo de 2011

Mañana, supongo, será un día de cierto vértigo. Al menos para mí que estoy acostumbrado a un ritmo sosegado. Pero no se presenta un libro todos los días. Así que, a pesar de que no estoy nervioso (más bien algo tenso), se va notando algo en el ánimo. Son muchos detalles a tener en la cabeza, pero el más importante de todos es que el acto sea entrañable y sencillo. Creo que eso es lo que más me preocupa.
Por ello me acordé de Luis Javier Moreno desde el primer momento, y por ello tanto me alegré de que me dijera que sí en cuanto se lo propuse. Tengo la impresión de que así será. El libro lo es, por tanto no hay otra pretensión con el acto. Darlo a conocer, presentarlo en sociedad y que empiece a funcionar.
La verdad es que tenemos ganas de ver a unas cuantas personas que van a venir a estar con nosotros, y también me apetece saludar a otros que hace tiempo que no veo.
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En estos días, desde que tengo el libro en las manos, he echado la vista atrás. Una serie de circunstancias así lo han propiciado. Es mi segundo libro de poesía publicado… Al decir segundo, de inmediato accede al recuerdo el primero. Humanidad perdida hace ahora treinta y un años que se estaba gestando.
Hay una serie de paralelismos entre ambos que me resultan curiosos y que, quizá, sean una pista para enfocar mi laboreo cotidiano. Por ejemplo: en ambos casos se recopilan poemas que ya fueron publicados (en 1980 los que había ido publicando en Adelantado de Segovia, ahora los que he publicado en Pavesas y cenizas); en ambos casos han sido personas ajenas (y muy queridas por mí) quienes me impulsaron a convertir en libro los poemas; en ambas ocasiones, mientras escribía los poemas, no era consciente de que, poco a poco, se edificaba un libro. Pero sobre esta cuestión escribiré más despacio en otro momento, cuando pase todo este lío que tengo en la cabeza y algo más que me traigo entre manos.
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A raíz de los sucesos en el mundo árabe, en estos días se ha hablado mucho sobre la energía nuclear, sobre la necesidad de reabrir el debate, sobre lo imprescindible que es para la economía española dejar de ser dependiente de los combustibles fósiles, puesto que en determinadas situaciones –como la actual que se vive en los países del Norte de África y la Península Arábiga- nuestros bolsillos resultan esquilmados de un modo que a todos nos preocupa. Para los más impacientes, la solución más rápida es la de las Centrales Nucleares, porque el desarrollo de las denominadas Energías Renovables (solar, eólica, etcétera…) está en mantillas. Lo sucedido en Japón, y lo que ojalá no suceda, pero puede suceder, creo que debiera ser suficiente aviso para que se zanje la discusión. Pero no sucederá, y me temo lo peor.
No obstante, a uno siempre le queda la duda de por qué alternativas como la energía solar en España no avanzan lo suficiente, cuando llevamos tantas décadas discutiendo sobre el asunto. No me gusta ser mal pensado, pero a uno no le queda más remedio que llegar a la conclusión de que hay demasiados intereses empujando a quienes frenan este desarrollo. Fuertes multinacionales y oligopolios que no quieren dejar de serlo. Con la cantidad de avances técnicos y tecnológicos que contempla nuestra época, es difícil de creer que, curiosamente, en este ámbito no se haya logrado gran cosa, salvo los nuevos campos de cultivo que se extienden por buena parte de la Meseta y de otras zonas de España. Esos campos llenos de espejos que, se supone, son como receptores incansables de las caricias del sol que después, de algún modo para mí rayano en lo milagroso, transforman en la energía que el ser humano necesita. Estos campos, casualmente, han provocado enriquecimientos cuantiosos a algunas personas, pero parece que de ahí no se pasa.
El común de los mortales no sabemos, como suele decirse, de la misa la media, pero ciertos asuntos resultan, al menos, sospechosos… y tristes, porque, a la hora de la verdad, sólo hay una cosa que interese.
Sólo una.
Sin embargo, sólo hay una cosa que importa, y ésa precisamente es la que se menosprecia. Hablo del Planeta que, justamente, es el único vehículo que debemos cuidar con esmero, pues es el único del que disponemos para que se pueda mantener en vilo a nuestra especie.