Cómplices

Sábado, 12 de marzo de 2011

No todos los días son el mismo día. Hay jornadas en las que todo se circunscribe a algo tan interior, a una tarea tan íntima, que ni siquiera da para anotar alguna peripecia en un diario.
Son días de silencio, porque es el trabajo el que marca el ritmo de la jornada. Sábado que ha dado para conversar a través del teléfono con dos queridas amigas, recibiendo parabienes por Versos como carne. Un sábado en el que se abre una puerta para un horizonte más despejado, aunque aún es un poco temprano para lanzar las campanas al vuelo, así que mejor esperemos. Un sábado tan tranquilo, que también se puede dedicar al asueto, tanto que hasta he visto un flojo partido de fútbol. A ratos soporífero.
No es cuestión en un diario, de anotar las veces en que se respira, los pasos que se dan, el número de ocasiones en que los dedos se posan sobre las teclas del ordenador ni sobre la piel amada, ni la cantidad de latidos que mi corazón ha bombeado la sangre que me irriga y me mantiene pegado a la vida, a esta vida que tanto deseo y tantas satisfacciones me da…
Un sábado que va cerrando sus persianas, porque quisiera que el domingo comenzase temprano, para poder avanzar en la tarea que me traigo entre manos, la que realmente me ocupa, la que realmente me tiene atenazado, porque el tiempo se va echando encima de modo inexorable, y para esta labor necesito algo de lucidez, y en la mañana es cuando encuentro un poco más.
Una labor que sin embargo, si no fuera por los ánimos y la ayuda constante de una gran amiga, no avanzaría, o avanzaría mal, que quizá es mucho peor…