¿Será la que se ha ido, la última racha fuerte del invierno? Si bien es verdad que este año no ha sido muy duro, a uno cada vez se le hacen más largos. Acaso los años. Y total para lo que salgo de casa… O precisamente por ello, porque para lo que me gusta salir de casa es preferible, al menos, un día como el de hoy. Quizá hayamos llegado a los doce o trece grados…
Vengo de ver un partido de fútbol juvenil. Uno de los equipos de esta ciudad, El Quintanar, ha ganado a otro de Burgos, me parece. No estoy seguro, pero por un autobús que he visto a las afueras del campo, pudiera ser.
No me ha gustado lo que he visto. Pero no es de fútbol de lo que quiero hablar.
El encuentro se ha disputado en unas instalaciones sin graderío, como tantas, y por ello el público está a unos pocos pasos del césped. A un partido de estas características, además de los jugadores, sus familias o personas de cada club, no suelen acudir espectadores. Me parece –que tampoco es que esté muy seguro- que la categoría se llama Nacional Preferente, y debe ser algo así como la segunda división regional en esas edades juveniles. Uno diría que unos dieciocho años máximo, quizá diecinueve.
Los chicos no disfrutan.
Hoy no han disfrutado.
Los chicos ya juegan como juegan los mayores, con la competición metida en la sangre y con el objetivo de no perder o de ganar. Según. Eso ya depende de los entrenadores. Al menos los de aquí han jugado a ganar, los de allí creo que a no perder, pero tampoco está claro.
No, no ha habido violencia, ni juego especialmente sucio. Si no me equivoco mucho, en toda la segunda parte el árbitro habrá pitado unas seis o siete faltas (en total), y, salvo una entrada un poco fuerte y a destiempo de uno de los de Segovia –que no ha tenido consecuencias-, ninguna de ellas ha sido espectacular: algún agarrón, algún empujón, alguna mano, un par de patadas sin intención…
Pero los chavales no han jugado al fútbol como uno piensa que tienen que jugar los chavales: con alegría, con imaginación, con arrojo, con determinación. También pudiera ser que no hay más cera que la que arde. Me han gustado un par de jugadores. El extremo izquierda del Quintanar (creo que lo llamaban Adri), y el medio centro del Burgos, hasta que se ha agotado físicamente y el marcador se les ha puesto muy cuesta arriba.
Mención aparte merecen los entrenadores.
El de la ciudad hermana parecía que se estaba jugando el puesto o el título de campeón del Mundo. Vicente del Bosque estuvo más tranquilo (al menos en apariencia) durante ese partido –que sí era la final del Mundial- que este hombre. A diferencia de lo que sucede en estadios con público, lo que los entrenadores gritan lo escucha todo el mundo. Desde luego sus jugadores –que ahora estarán camino de Burgos- no estarán muy felices con él.
Sin embargo, el entrenador del Quintanar, además de chillar poco –claro que las cosas iban bien-, cuando lo hacía era para animar y para reconocer los méritos de los suyos. Tampoco he oído una palabra soez saliendo de su boca, aunque eso es lo de menos…
Por suerte, o por desgracia, eso mismo se transmite al césped. Quizá el resultado influya, no lo sé, pero entre los jugadores del equipo visitante había demasiadas recriminaciones y tensión.
Y otra cosa que me ha sorprendido (pero no sé por qué me sorprende si en categorías inferiores ya lo he visto) ha sido cómo los jugadores copian todos los tic que ven en sus ídolos, en los ídolos de todos, cómo repiten gestos y actos. Cómo han aprendido la ciencia del disimulo, de la pérdida de tiempo, de la picaresca propia de los profesionales de este juego.
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Se llena el ocaso de plata, y hoy, aunque no lo haya dicho, se puede considerar otro gran día.
Quizá son de los que hubiera que apuntar en la agenda para recordarlos siempre. No todos los días se puede decir lo mismo, pero somos así de zafios y justamente esta fecha será la que se olvide, ésta que es la importante…