Cómplices

Sábado, 5 de marzo de 2011

Siento que mi corazón puede acabar explotando con tantas emociones en estos días (ayer y hoy).
No merezco a la mayoría de personas que me acompañan en este vagón del tranvía llamado vida, y que ha crecido gracias a este mágico artilugio llamado Internet. No soy tan inocente como para creer en la bondad absoluta del medio. Pero tampoco soy tan estúpido de pensar que todos los males del mundo ocupan la Red… Es un medio de comunicación que acorta las distancias en cierto sentido, y, en otro, las aleja. Como todo en esta vida depende del uso que se le quiera dar.
El espacio para el insulto, la zafiedad, el miedo, la amenaza, la burla está ahí. Pero también está el espacio que hace posible el encuentro de las personas, los verdaderos sentimientos de amistad. Puede ocurrir, y ocurre, que también esos sentimientos se pueden envenenar por miles de circunstancias, incluso por el simple choque de personalidades o por malos entendidos.
Y se sufre, si lo sabré en carne propia. Y más aún aún cuando ves quebrarse a tu alrededor cosas que fueron hermosas.
Pero es exactamente lo mismo que sucede a nuestro lado, en nuestras calles, en nuestras familias, en nuestros trabajos. Hay asesinatos, robos, maltrato..., y hay personas capaces de entregar su existencia por un amigo.
Internet y la vida es lo mismo, pese a quien pese. La única diferencia es la corporeidad y que -quizá- sea más sencillo disimular detrás de una pantalla que cara a cara. Por lo demás...
Ahora mismo, por ejemplo, mientras escribo estas líneas, sé que se están produciendo cientos de conversaciones que permiten ahondar amistades entre personas cuyos cuerpos se ubican a cientos o miles de kilómetros entre sí, y sin embargo sus corazones laten a un compás muy similar y muy próximo, tan cercano que sus latidos se rozan y se abrazan sin dificultad.
Y puede llegar a ocurrir que, a pesar de la distancia, se produzcan reacciones que desembocan en un verdadero desbocamiento del galope del corazón.
He recibido, ayer y hoy, llamadas desde Tenerife y Madrid que han hecho que nuestras lágrimas emocionadas se agolparan en el auricular del teléfono.
Sólo por esto merece la pena este frenesí de estos días, aunque algunas otras cosas se resientan… Sólo por esto, merece la pena continuar en la brecha, y de vez en cuando, aunque sea cada diez años, editar algún libro con mis versos, aunque sea uno quien se lo edite…
Y me callo, no me vayan a aplicar lo que alguien dijo: “Bienaventurado quien no tiene nada que decir, y no se empeña en demostrarlo con palabras”.