Cómplices

Lunes, 7 de marzo de 2011

Pues sí, estoy de acuerdo, una vez más, con Alberto Olmos, quien en su post de hoy reflexiona sobre algo tan simple y tan sencillo como la disyuntiva que a veces existe con la remuneración de los escritores, con su preocupación por las ventas de sus libros, por el reconocimiento de su obra. O de algunos escritores, al menos, porque sobre otros –creo- nadie se extraña.
Es como si fuera una indignidad tal asunto, cuando todos sabemos que no es así…, al menos con otras manifestaciones artísticas.
Tuve un profesor de matemáticas que en cierta ocasión nos explicó que una de las maneras de hacer una demostración era por el método de la reducción al absurdo. Hagamos un ensayo…
Si a mí la sociedad me facilitara los medios para acceder al vestido, el alimento, el alojamiento –con todo lo que esto lleva- los viajes y el ocio a cambio de mi aportación como escritor, evidentemente no me preocuparía por cuestiones tan prosaicas, si acaso, al final de mes echaría un vistazo para ver cuántos han leído mi obra.
Es obvio que esta sociedad (por suerte, supongo) no funciona de este modo. Lo hace usando otro parámetro: tu aportación vale X. Y la aportación de un escritor es la que decidan sus lectores. Así de sencillo y de duro y de hermoso y de arriesgado y de auténtico, probablemente.
¿O es que el escritor no tiene derecho a ropa, alimento, alojamiento, viajes, ocio…? ¿El escritor está hecho de otra pasta, con otra carne…? El hecho de que se confunda en tantas ocasiones la afición apasionada (la vocación) con la tarea, parece que es excusa suficiente para que el salario sea la propia tarea. Y lo es…
Pero resulta que cuando esa tarea pasa del folio y se torna libro, ya entran en juego otras cuestiones: papel, imprenta, tinta, distribución, etcétera…
Todo esto nos puede llevar a otra cuestión. Soy consciente de ello: ¿Por qué publicas lo que escribes? ¿No es suficiente dejarlo en el cajón, en el armario, incluso en un blog –bendito invento de la modernidad-? ¿No es suficiente con que escribas?
Silencio.
Esa pregunta también me acribilla en estos días.
Por ello quizá el autor no deba nunca editarse a sí mismo. Por eso el autor debe tener a alguien que le diga: ‘Este libro es el que tienen que leer. Este libro va a interesar (o va a gustar o va a hacer pensar o es necesario…) y por tanto te lo edito’... Por tanto también debería estar prohibido que haya editoriales que pidan dinero al autor para que un libro vea la luz.
Vale.
¿Y qué sucede cuando son muchos los que dicen que el libro es bueno, que se puede editar, que es una pena que no lo conozcan más personas, pero, ay, no pueden dar el paso de editarlo?
No hay respuesta, de momento.
¿Cumpliré esta vez la promesa de que es el último libro que me autoedito? ¿Cumpliré la promesa de que mi próximo libro –el que sea-, lo ha de publicar un editor? ¿Cumpliré esta vez la promesa de que sólo me tengo que preocupar por escribir y, como mucho, enviar mis textos a los editores y que ellos decidan?
Lo mismo dentro de siete años vuelvo a lanzarme a otra aventura, y vuelvo a incumplir esta palabra...