Cómplices

Jueves, 24 de marzo de 2011

He leído esto en Los Cuadernos de Saramago:
“La gran victoria de mi vida es sentir que, en el fondo, lo más importante de todo es ser buena persona. Si pudiera inaugurar una nueva Internacional, sería la Internacional de la Bondad”. (Jornal de Letras, Artes e Ideias, Lisboa, nº 761, 1 de diciembre de 1999
José Saramago nas Suas Palavras )
Desde siempre me ha impresionado el verso de Antonio Machado, al que automáticamente se puede vincular esta afirmación: y en el buen sentido de la palabra soy bueno.
Cuando Ángeles Caso vino a Segovia a la última edición del Hay Festival, al final de su intervención vino a decir lo mismo.
¿Por qué entonces, me pregunto tantas veces, está tan de moda lo contrario? ¿Por qué abunda tanto ir de bucanero perverso en este mundo de la literatura? (Supongo que no sólo pasará en las letras).
Lo digo porque parece que importa más rodearse de enemigos, enfrentarse al mundo, lanzarse a despotricar contra todo y contra todos… Cualquier cosa con tal de adquirir notoriedad, no sé si prestigio.
Me resulta tan cansino y aburrido.
No sé si llegaré a ningún sitio o si se trata siquiera de llegar a algún sitio, pero desde luego no pienso adoptar posturas que no van con mi modo de ser. No pienso subir sobre mis espaldas mochilas muy pesadas que me arrumben el espinazo.
No estoy diciendo que me considere buena persona. Lo más probable es que esté a años luz de serlo, lo que estoy diciendo es que me gustaría caminar en esa dirección, que me gustaría formar parte de esa Internacional propuesta por el Nóbel portugués, que me gustaría acercarme al sentido del verso machadiano. Estoy diciendo que no me interesan navajazos, peleas, bofetadas y maledicencias.
No dispongo de minutos para perderlos en semejantes absurdeces…
* * *
El otro día escribía sobre el dolor, sobre la maldad de quien lo produce de modo gratuito.
Hoy tengo que hacerlo sobre alegría, sobre futuro, sobre el primer paso de un camino que, ojalá sea muy, muy largo. A veces esperar y confiar (porque esperar sin confiar sólo conduce a la desesperación), produce réditos, aunque sean livianos en apariencia.