Cómplices

Lunes, 21 de marzo de 2011

Desde siempre me he preguntado por el tiempo. No sé, supongo que se trata de algo consustancial al ser humano y quizá más para algún tipo de sensibilidad especial, como algunos artistas. Aunque en general es algo que a todos nos ocupa, al menos alguna vez en nuestra existencia.
El tiempo…
El tiempo se me desmiga entre las yemas de los dedos como si fuera pan reseco o poco compactado, como si en realidad no existiera…
El tiempo, a lo mejor, no es otra cosa que la vida, y la vida es lo único que tenemos, si es que la tenemos y no se trata de algo –la vida- que nos posee a nosotros… El tiempo quizá sea la única realidad física en la que podemos explicarnos como individuos, incluso como especie.
Siempre he pensado que la noche, mejor dicho, cuando dormimos –en esta parte de la historia de esta civilización los jóvenes duermen poco durante la noche-, es como si muriéramos un poco, como si la dueña de nuestra última jornada se acercara para echar un vistazo a su próximo bulto. (Por más que esté lejos, siempre está próximo). O como si el caballero de la férrea armadura (en las culturas sajonas la muerte es un señor bastante huraño y frío) tomase alguna medida de nuestro esqueleto, de nuestro cuerpo, de nuestro volumen…
Hoy los científicos saben que esta fase del día, o sea la de la noche (yo sigo durmiendo protegido por la oscuridad), entre otras muchas cuestiones sirve como taller de reparación para el organismo.
¿Pero sólo para el organismo?
Me parece a mí que el sueño repara muchas más cosas, adecenta muchas ideas, lava mucha sangre del ánimo y ordena el caos que algunas veces se produce durante del día dentro de mi 'almario'. Quizá por ello sea principal y preferente procurar a los enfermos mentales un descanso adecuado.
Creo que me he desviado de lo que quería decir. Quería hablar del tiempo, no de su conclusión. Retomo...
Pero en realidad el único tiempo que existe es el ahora.
Esta tendencia a vivir el presente en exclusiva, porque no hay nada más, aún siendo cierta y liberadora de muchas ansiedades y preocupaciones, también me parece un poco peligrosa. Es verdad que sólo existe el presente, pero somos una especie con conciencia del tiempo, o sea que, de algún modo, el pasado y el futuro nos conforman, nos informan y hasta nos reforman. De ser absoluta la verdad de esa tendencia a la que me refiero, seríamos peces…
Dicen que los peces sólo tienen una memoria que almacena experiencias de unos pocos segundos…
No me imagino vivir de ese modo, eso sí se podría considerar el presente absoluto… Prefiero intentar vivir en presente continuo que es otra cosa. Entiendo, y desde ese punto de vista me parece que hay que acoger esas teorías, que es necesario no dejarse aplastar ni por el peso inútil del pasado, ni dejarse derribar por las expectativas o miedos del futuro. Pero no acunar esos tiempos –reales e irreales a la vez- en nuestro corazón es despreciar la esencia de nuestra especie.
Somos seres insertos en la historia. Probablemente la que se escribe con mayúsculas no es nuestra, en esa seremos un mero número, una estadística –quizá en el mejor de los casos una breve nota a pie de página-. Sin embargo la que se anota con minúsculas, la nuestra, la de cada uno, la que se llena con recuerdos de infancia y con sueños, hemos de vivirla, y para vivirla no se me ocurre mejor modo que mirar hacia el futuro como la consecuencia de un pasado. Se repiten los ciclos (hoy comienza una nueva primavera, y otra vez podemos vivirla: saludémosla), pero por mucho que así sea, y por mucho que nuestras experiencias se puedan compartir con cualquier otro ser humano, sólo son las nuestras. Y además, atesorar los recuerdos puede servir para evitar cometer errores en el presente y en el futuro, por mucho que sea verdadero aquello de que el ser humano es el único animal que tropieza un par de veces (o más) en la misma piedra.
Creo que he de vivir en el presente porque es lo único que existe, cierto. Pero mañana (con todo el misterio que aún no conozco) será presente, y ayer (la maravillosa tarde contemplando una nueva vista de esta ciudad de ensueño) también fue presente. Y no puedo, ni quiero renegar de ninguno, eso sí con la sabiduría de quien sabe que ayer ya pasó y mañana aún no ha llegado. El camino tiene espalda y tiene horizonte. Renegar de ambos es convertirnos en peligrosamente ilusos y facilmente manipulables.