Cómplices

Martes, 22 de marzo de 2011

El poema que publiqué ayer en Pavesas y cenizas me salió como si se hubiera roto un dique de contención en mi corazón… Es verdad que puede parecer muy cómodo hablar desde nuestra situación muelle de Occidente (muelle a pesar de la crisis), sobre el terremoto en Japón, o la guerra en Libia, porque a la hora de la verdad es algo que está muy lejos de mi cotidianidad y de lo que no conozco nada, o casi nada. Lo que se encargan que conozca y lo que acabo por conocer según la selección de los medios de comunicación que hago para informarme (incluyendo unos cuantos blog entre los medios de comunicación).
Pero en este caso concreto no estoy yo muy seguro de que Libia y Japón estén lejos de mi vida. Sobre todo por las consecuencias, sobre todo por lo que está por llegar, tal y como avisa Antonio Campillo en su comentario al poema, precisamente.
¡Ojalá me equivoque!
Con todas mis fuerzas deseo equivocarme, pero…
Siempre he huido de los alarmismos y de las fanfarrias que promueven el miedo y la histeria. Pero ciertamente las noticias, aunque sean pálidas, sesgadas y dirigidas, no pueden evitar ser ya un esbozo de lo que está sucediendo.
En el blog de Antonio Martín Ortiz, la bloguera Elena Clásica, Elena Pascual, ha hecho un comentario en que ha insertado el poema de Miguel Hernández que aquí transcribo Tristes guerras:
Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.
Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes.
Y esa es la sensación profunda que me queda de toda esta situación.
Tristeza.
Una honda tristeza, porque, al fin y al cabo, no dejo de pertenecer a una Humanidad que después de tantos milenios dirime sus diferencias del mismo modo: guerreando. Con el agravante de que en esta época, hacer la guerra es sinónimo de destrucción total y no sólo de batalla encarnizada. Antaño, al menos, había campos de batalla donde sólo los ejércitos peleaban, mataban, morían… Es verdad que desde siempre han existido –incluso como tácticas militares- los asedios y los saqueos y las rapiñas, pero no siempre, no en cada caso… Ahora no.
Ahora –y al decir ahora hablo desde la I Guerra Mundial, pero sobre todo, desde la Incivil Guerra española-, las guerras se dirimen en las ciudades y los muertos civiles (ancianos, mujeres, niños, enfermos, jóvenes…) –cuya única opción, en la mayoría de los casos se reduce a estar- aumentan de modo tan desmesurado que causa horror… Tanto horror que, la semántica diabólica de los estrategas bélicos y de sus voceros propagandistas, pretenden modificar las palabras y su sentido. Así, a los cadáveres se les dulcifica su estado y se les re-bautiza convirtiéndolos en víctimas colaterales. Como si ya no fueran muertos, como si estuvieran las calles reventadas de vísceras de maniquíes, o algo así.
No es menos cierto que la crueldad del tirano libio, Gadafi, no invitaba a sonreír especialmente. Probablemente si la ONU no hubiera tomado la resolución que adoptó, también habría muchas voces clamando contra la habitual desidia e inoperancia de esta organización. Muchos hablarían de lo sucedido en España, cuando las democracias abandonaron a su suerte a la II República, o cuando en Hungría o en Checoslovaquia, se miró hacia otra parte, o lo sucedido hace bien poco en Birmania, donde los Generales que tiranizan a sus ciudadanos se bañaron en la sangre de su propio pueblo.
Pero por eso mismo, a uno se llenan los ojos de interrogantes y dudas, como si fueran pedradas. Suena tanto a cuestión económica o estratégica, que da miedo pensar... Si Libia hubiera sido Senegal –por ejemplo-, se seguiría discutiendo sobre si son galgos o son podencos. Y también puede que se trate de un aviso para navegantes, para evitar que lo sucedido en Libia continúe hacia el Oeste, para que ni Argelia, ni Marruecos entren en determinadas aventuras y se conformen con lo justo, con lo mínimo, con lo formalmente aceptable, sin ahondar en profundidades.
No va a bastar, si esta opción es la que buscan los habitantes de estos países. La libertad, al final, es imparable. Es como si con la revuelta tunecina, de golpe, todo el mundo árabe pretendiera entrar en la modernidad, como se estuvieran intentando acabar con esos regímenes que más parecen feudales en algunos casos… Y si se empeñan, lo harán, y que nosotros lo veamos.
No lo dudo.
Empezó a suceder en la Vieja Europa hace más de doscientos años, en 1789. Siguió en el continente Americano poco después… Es un avance imparable, repito.
Pero con ser grave todo lo anterior, más grave me parece lo de Japón.
Infinitamente más grave.
Desde hace mucho tiempo se está advirtiendo que el ser humano juega con fuego, que ciertos avances técnicos o tecnológicos son un riesgo si la Naturaleza se alza con su poderío incontrolable. Sin embargo, son voces convenientemente acalladas o compradas (o compradas para acallarlas), son voces que se muestran al ciudadano medio como pertenecientes a visionarios con poco raciocinio dentro de su caletre. Quien ostenta el poder establece la verdad, y controla los altavoces que la difunden. Y es bien sabido por cualquier estudiante de publicidad que una afirmación repetida cientos de veces y cientos de veces escuchada, acaba por convertirse en verdad, por muy mentirosa que sea.
El ser humano continúa pecando de orgullo y soberbia. En esto, como en las guerras, no ha cambiado en nada. Pretende que puede tener todo bajo control, pero eso es incierto. Las fuerzas de la Naturaleza tienen algo que siempre se escapará a nuestro control. Las fuerzas de la Naturaleza pueden acabar con cualquier obra humana, por maravillosa y perfecta que sea. Y por mucho que se avance en las técnicas preventivas que puedan detectar con tiempo suficiente lo que va a suceder, siempre habrá destrucción.
(No estoy diciendo que no se avance en la tecnología que avisa sobre estas cuestiones. Creo que eso es lo mejor que se puede hacer, y creo que es lo única defensa un poco inteligente que nos queda. Intentar evitar la muerte es un derecho que tiene el ser humano. Cualquier cosa que se destruya se puede reconstruir, menos la vida).
Pero a veces la destrucción de algo desencadena mucha más destrucción…
¿Alguien sabe cómo se expandirá la radiación que ya contamina el mar próximo a la central nuclear? ¿Alguien sabe si dejará de ser destructiva esa contaminación alguna vez? ¿Alguien sabe cómo afectará a la cadena alimenticia? Esto suponiendo que no sigan goteando noticias acerca de nuevos avances de la radiación atómica.

Y al final la gran pregunta, como siempre, es ¿por qué?
Y todas las respuestas me conducen a lo mismo. Todo es proteger el sistema económico bajo el que vive en esta parte del mundo. No citaré aquí y ahora las palabras que todos tenemos en la mente y que inundan nuestras conversaciones como si todos tuviéramos la carrera de Económicas o Empresariales o ambas. Pero según quienes gobiernan (y no hablo de los políticos –pobrecillos-), o se crece económicamente o el sistema muere, porque no crecer es morir… Todos los gobiernos occidentales, o casi todos, han claudicado en sus políticas sociales. Sólo importa la economía, es lo único que importa, y de la economía, su crecimiento. Nada más. Por tanto hay que crecer a toda costa, a cualquier coste.
Lo malo es que se ha llegado a tal extremo, que crecer será morir. Es lo que tiene correr hacia delante, sin freno. Habrá un precipicio o habrá un muro y nos despeñaremos por él o nos estrellaremos contra él.
¿Soy pesimista?
Sí, lo soy.
Antes contaba con que un torpe consuelo: el final llegaría dentro de unas cuantas generaciones en un gradual proceso de corrosión y perversión del sistema, cuando mis tataranietos –si llegan a existir- no sepan nada de mí, como si ya no fueran nada mío. Puro egoísmo, lo sé, pero un consuelo, al cabo.
Ahora ni siquiera tengo claro eso. Aún suspiro por no vivirlo, pero me duele tanto creer que lo podrán sufrir mis hijas o mis nietos que es como si mi propia carne lo experimentara con dolor.
¿No sería conveniente que se decidiera que vivir es la prioridad para este Planeta, y no crecer económicamente? ¿No sería conveniente que alguien decidiera que se trata de llegar y no de llegar antes y más rápido?
¿Es que estas cosas sólo las vemos algunos locos?