Cómplices

Lunes, 28 de marzo de 2011

Siempre he dicho que pasear bajo la lluvia me gusta, cuando no hay viento, cuando la lluvia no arrecia, sino que es orvallo o chirimiri, cuando la temperatura no es fría… ¿Parecen demasiadas exigencias? Quizá. Por eso, salvo la del viento, las otras dos puedo perdonarlas, o puedo dejarlas más de lado con un paraguas y con buenas prendas de abrigo… Pero esta tarde no ha hecho falta perdonar ninguna. Esta tarde, después de salir de la imprenta, ha comenzado a llover. Primero como si algunas de las gotas se hubieran escapado del resto del grupo, tal que celebraran una competición. Después han ido llegando las demás, hasta que ha aparecido el grueso del pelotón, que tampoco era muy abundante. Y el viento –supongo que agotado después de todo lo que sopló la semana pasada- debía encontrarse tomando un cafetito y la temperatura era agradable, al menos teniendo en cuenta lo que acostumbramos por estas tierras.
Las conversaciones del día de hoy han girado en su mayoría entorno a la media maratón de ayer. Varios compañeros la disputaron y todos andaban satisfechos por su actuación. La concluyeron, superaron sus tiempos. Esos pequeños objetivos que son los más importantes. Porque pensar en otras cosas es pensar en quimeras. El ganador, un joven etíope, según informa la prensa, desde el kilómetro octavo –como una de las primeras gotas de agua que me ha saludado esta tarde- hizo la carrera en solitario. Otro compañero le hizo una foto, cuando pasó por delante de su casa. Vestía con los colores con los que nos imaginamos a un ave exótica, verdes y amarillos brillantes, que aún resaltaban más sobre su piel de cacao. Su extrema delgadez me ha llamado la atención. La instantánea impide apreciar si su zancada era ágil o iba atrancada a esa altura de la prueba que si no calculo mal debía ser entorno al kilómetro quince, pero daba la impresión de que no.
Siempre me ha admirado la preparación y la dedicación tenaz de estas personas. En el fondo, quizá sea el único modo de alcanzar las metas. Cualquier meta.
Es verdad que influyen otras circunstancias, algunas fortuitas y, por tanto, completamente incontrolables, pero desde luego son las mínimas… Mejor dicho, cuanto más se trabaja y se dedica uno a algo, se reducen las posibilidades del azar, aunque no se puedan eliminar del todo.
Siempre he estado en contra de la competición, por lo que tiene de canibalismo destructivo, por lo que tiene de eliminar de casi todas las memorias lo que no sea vencer. Por eso me gustan más estas competiciones en que la mayoría se esfuerza en mejorarse a sí mismo, en ir un poco más allá… Y si no se logra, otra vez será. Se analizan las causas para poner remedio y, en el peor de los casos, se puede llegar al reconocimiento de que uno ha llegado a su propio límite. Hasta aquí he llegado podría decirse.
Aún así, el azar, juega sus cartas, interviene de un modo u otro, no es descartable. Quizá por ello, siempre convenga estar preparado para lo peor… y para lo mejor.
* * *
Durante estas semanas –como se está viendo por estas entradas- estoy teniendo diversas percepciones sobre el modo en que la poesía llega a los demás. Por un lado están quienes son habituales lectores de este género. A diferencia de otro tipo de lector, estos somos casi adoradores de esta expresión literaria y solemos gustar de casi todas las tendencias con bastante fruición. Para este tipo de lector, la blogosfera se ha convertido en una especie de panacea, pues el acceso a tantos poemas, a tantos poetas, a tantos estilos, a tantos modos de expresar la esencia de la literatura nunca ha sido tan elevada como ahora. Incluso a través de algunas páginas Web se puede asomar uno a los más grandes, a los clásicos a los insustituibles. (Es verdad que nada es como un libro, pero algunos son inaccesibles, porque ya no se encuentran, y otras veces las disponibilidades económicas no son las que uno desearía). Es cierto que quizá tanta abundancia pueda ir en contra de la calidad, según algún criterio; pero bajo mi punto de vista –quizá equivocado- sólo en la abundancia podrá florecer la calidad.
Y a la otra parte están los que sienten casi miedo o rechazo ante la sola palabra poesía. Aquellos que, cuando se asoman al balcón de un verso, acaban sufriendo de un vértigo que les hace retirarse, no vayan a caer abismo abajo.
No considero que Versos como carne sea especialmente difícil, aunque quizá haya algún verso de algún poema un poco más hermético o críptico, pero estoy descubriendo que algunas personas que lo están leyendo o lo han leído, se han quedado in albis, como suele decirse.
Esto me hace meditar sobre varias cuestiones: ¿Qué formación básica literaria se posee? ¿Qué grado de culpa tenemos los poetas en semejante reacción? ¿Es lícito que el artista trace su surco con independencia de los lectores? ¿Por qué si en Latinoamérica –como me volvieron a confirmar el sábado- la poesía es seguida con devoción por un ingente número de personas, en España no tiene tantos adeptos, teniendo en cuenta que usamos de la misma herramienta, o sea el mismo idioma? ¿Hasta qué punto la mercadotecnia tiene que ver en este rechazo más o menos palpable…?
Cuando publiqué el libro, era consciente de lo que hacía, pero no pensé que fuera tan exagerado. A estas alturas, al menos una docena de personas me han dicho lo mismo, y su sinceridad es loable, por supuesto: “Es que la poesía…”. Otros ni me lo han dicho, pero no hace falta. En otra circunstancia habrían actuado de modo diferente. Y no es que me moleste en lo personal, no estoy aquí para obligar a nadie a nada, pero me fastidia porque sé que será difícil que abran cualquier poemario, porque sé en fin que se pueden perder tanta belleza y un modo diferente de acercarse a la realidad.
Y me da un poco de pena, para qué negarlo.