Cómplices

Miércoles, 30 de marzo de 2011

Esta mañana me fijaba en sus caras casi aún adolescentes. Treinta y cinco o treinta seis chavales y chavalas de unos dieciséis años. Más chicas que chicos, al fin y al cabo hasta hace muy poco el colegio era sólo femenino. Primero de bachillerato de las Madres Concepcionistas, al lado de la Diputación. Hoy he desayunado versos, por así decir.
No es la primera vez que me enfrento a un grupo así de jovencitos, de hecho quizá debería hacerlo a diario, si la situación en su día (hace tantos años ya) se hubiera desarrollado de modo diferente. Pero eso ya no tiene remedio.
Cuando presenté Versos como carne un exprofesor de Literatura, Juanjo, me propuso la posibilidad de acercarme hasta el colegio para hablarles a un grupo de sus alumnos del libro. Y me encantó la oferta, así que acepté de inmediato. Hoy ha sido el día.
Después de la excesiva presentación de Juanjo, he intentado que estos jóvenes abrieran un poco su corazón a la poesía. Cosa muy difícil, y menos en un rato. Al principio el interés que mostraban sus miradas en lo que decía era muy alto, pero poco a poco (una vez pasada la novedad) la atención ha ido decayendo. Es lógico. Se acercaba la hora del recreo. Supongo que esa sería la tercera hora de clase. Y encima, un señor les estaba hablando de algo tan raro como la poesía.
Y eso que sólo he leído tres poemas. El primero que escribí con quince años, en la versión que apareció en mi primer libro, en Humanidad perdida, que a mí mismo me ha parecido esta mañana enternecedor por lo pueril, y otros dos de este libro, los dos primeros. De ahí no he pasado.
A medida que avanzaban los minutos, me daba cuenta que excepto en un grupito de tres o cuatro, estaba dándome de cabezazos contra un muro. Mucho más interesados estaban los dos profesores que nos acompañaban. Ellos sí que no perdían detalle de mis palabras…
Y al mismo tiempo, seguía pensando en algo que está sucediendo últimamente en Internet respecto de la poesía. Algo que aparece y reaparece como falso Guadiana; algo de lo que también se habló en el encuentro que tuvimos en Segovia el sábado…
Desde ciertos grupos de la crítica literaria se está pontificando sobre la sobreabundancia de la poesía basura en la actualidad, fundamentalmente en Internet. He llegado a leer que lo llaman la bloguesía, casi como si ya fuera un género…
No estoy en condiciones –ni es mi tarea- calificar la calidad de los poemas que se publican en los cientos de blog en que publicamos poemas. Ya hace unos años Margarit, el excelso poeta catalán (y lo digo en serio, sin ironía, pues sus poemas me fascinan, y desde aquí invito ávidamente a su lectura, que se puede hacer en Internet pues existen varios enlaces que nos acercan a amaplias selecciones de su obra), hablaba de la necesidad de depurar la mala poesía, para que sólo quedara la buena –obviamente la suya entre otras, claro-. Es probable que, efectivamente, la suya esté en ese grupo de poetas de esta generación que pasarán a ocupar un pedazo en la Historia de la Literatura (nótense las mayúsculas). Está por ver si será uno de los imprescindibles, de los grandes, de los buenos secundarios, poeta menor o nota a pie de página. Yo no llegaré ni a asomarme a ese último lugar, si acaso algún loco me citará en algún estudio local sobre la poesía en Segovia. Punto.
Pero es que resulta que no escribo para semejantes cuestiones. Escribo porque me sale escribir, porque cuando escribo, mientras escribo, me siento tan a gusto que no hay casi nada que sea más atractivo para mí en el mundo. Y también porque me parece que hay un determinado número de personas que tenemos el deber de poner voz a determinados sentimientos, realidades, vivencias, etcétera. El resto, como suelo decir, ya no es cuenta mía. Es más, el resto me cansa bastante, es como una inversión de energías muy, pero que muy absurdas.
Creo que me estoy desviando de lo que quería decir…
En realidad quería apuntar que por muy malos que sean nuestros versos (o sea, que parto de la hipótesis de que formo parte de esa pléyade de poetas menores o malos poetas que contaminamos la gran poesía y que en realidad escribimos bloguesía), siempre seremos necesarios. A veces, algunas veces, algún mal poeta se podrá colar en el salón exclusivo del club de los grandísimos poetas, esos que se seleccionan en antologías preparadas por los intocables e inalcanzables, casi como dioses griegos, pero sería tan improbable que se produjese semejante fenómeno, que a uno le extraña tanta preocupación. No creo que ninguno estemos eliminando ningún lector a ninguno de ellos. Pero es que además, me parece, es necesario que haya variedad y cantidad para que la calidad florezca con fuerza y potencia. Siempre o casi siempre, ha sucedido que las mejores generaciones de poetas han brotado cuando había un número importante de poetas o versificadores, si se quiere. Como me comenta una buena amiga, la cantera siempre es necesaria, porque el relevo es fundamental, porque cada momento necesita de sus propias voces que pongan por escrito los sentimientos, dudas, angustias, preocupaciones, modos de entender la vida y la muerte en cada generación.
No estoy yendo en contra de estos críticos en cuanto a su tarea de señalarnos quién es quién en este ámbito y de mostrarnos a los que no se pueden obviar. Esos nombres que todos tenemos en la cabeza. Estoy yendo en contra de ese afán de guillotina que a algunos les ha entrado. Si la tecnología permite que los poemas que antaño no salían del cuaderno que estaba bien encerrado bajo siete llaves en un cajón escondido de la casa, ahora vean la luz a través de un blog, creo que malo no ha de ser. Ni siquiera podrán confundir a nadie o a casi nadie.
Es más, yo diría, que la labor pedagógica de señalar dónde están los aciertos y los errores es fundamental. Ésa es su tarea como críticos, la que más se necesita para orientar a quien puede perderse en todo el maremágnum de poemas, poetas y estilos.
El verdadero gran poeta, ése que esté señalado para esta época, podrá apoyarse en nuestros lomos para ascender hacia la cumbre de la pirámide con más facilidad. Algo habremos aportado, aunque sea lo que no se debe hacer, lo que es necesario evitar por manido, por superficial, por obvio…
Y entretanto, mientras se debaten estas y otras cuestiones, tan trascendentales, la poesía continúa perdiendo lectores. ¿No sería más necesario que nuestros jóvenes tuvieran mejores mimbres para no salir corriendo ante un poema? Los editores –al menos en España- se abstienen de publicar libros a autores desconocidos que previamente no hayan ganado un concurso o no hayan pagado la compra de parte de la edición. Y la razón es buena y poderosa. La poesía no se vende. Y cuando dicen que no se vende, es que no se vende. Hablar al respecto con un librero es toda una revelación.  Sin embargo ellos, nuestros críticos (algunos críticos) a lo suyo. Es como si creyeran que la Poesía es una secta en la que sólo pueden entrar una serie de iniciados, probablemente para aplaudir con las orejas, o con las pestañas…
* * *
Esta tarde, mi amiga Ana Joyanes ha presentado su novela Sangre y fuego. Según las noticias que nos llegan desde Santa Cruz de Tenerife, todo ha sido un éxito. Media hora antes del acontecimiento, me ha enviado un mensaje en el que decía que estaba algo nerviosilla. No me extraña, es para estarlo. La tensión de ese momento es única, pero seguro que todo ha sido así de maravilloso como me cuentan.
¿Habrá también algún crítico que pontifique contra la intromisión en la novelística de algunos aficionados del tres al cuarto...? Probablemente.