Cómplices

Miércoles, 16 de marzo de 2011

Si la mañana de hoy hubiera sido de enero, en vez los idus de marzo, como quien dice, habría habido una estampa de la ciudad hermosa, una postal inverniza y blanca, como de novia… Pero por suerte para los torpes viandantes –entre los que me encuentro en alto escalafón- según caía la nieve, se deshacía, salvo en jardines, árboles y tejados. Por unos minutos, poco antes del mediodía, justo cuando salíamos al desayuno, algunas aceras presentaban la típica sustancia deslizante de esa especie de hielo embarrado que se forma cuando la nieve se licua… Nada más. El resto del día y de la tarde se ha metido en lluvia fina, fría, transparente, limpiadora de asfaltos y miradas.
A mi lado, detrás de la pared de mi derecha, está el salón del vecino, y a través de ella me llega el reverbero apasionado de las voces de un locutor no sé si de radio o televisión. Quizá debiera estar viendo el partido del Real Madrid, pero tengo la sensación de que debo avanzar en la tarea que está a punto de concluir y de la que hablaré en su momento. Pero antes de ponerme a ella, quería dejar las anotaciones de este día.
Me doy cuenta –es decir, constato en propia carne lo que en teoría ya sabía- que la poesía es refractaria a la inmensa mayoría. A mi alrededor siento que la mayoría sabe de la existencia de Versos como carne, pero casi nadie –salvo unos pocos- hace intención siquiera de acercarse al libro. Recibo aquí y allá los parabienes por la criatura –lo que es de mucho agradecer- y nada más. Por supuesto que no me quejo, pues, al fin y al cabo sabía a lo que me arriesgaba y quienes se interesan lo están haciendo de un modo tan desmedido y sobresaliente que la venta de la edición marcha a buen ritmo. Quería reflexionar sobre otros asuntos.
¿Por qué la poesía es rechazada de esta manera? Quizá sea más justo hacer la pregunta de otro modo, ¿por qué un libro de poesía no atrae, no llama la atención, no genera expectación? ¿Por qué, en fin, la poesía o levanta pasiones o simplemente es ignorada?
No se trata de algo actual o contemporáneo. Es un fenómeno que viene desde tan atrás, que casi no se puede contemplar su inicio. Perdemos la perspectiva por cierta ‘malformación’ cultural ya que nombres como los de Rosalía de Castro, Bécquer, Rubén Darío, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Miguel Hernández, Luis Rosales, Gabriel Celaya, Blas de Otero, Gil de Biedma, etcétera, etcétera, son nombres de personas que aprendimos en nuestro bachillerato… ¿Pero cuántas personas han leído sus poemas, cuántas personas leyeron su obra en su momento? Y hablo y he mentado a propósito los cimeros, a quienes una persona con un nivel medio de estudios, reconoce como poeta.
El lunes, durante la presentación, también salió esta cuestión. Sobre ella quise reflexionar. Sin embargo en Latinoamérica sucede lo contrario. Los lectores de poesía son legión, e incluso se abarrotan enormes recintos para seguir, como quien forma parte de una liturgia, recitar o leer poesía. ¿Por qué semejante diferencia si la herramienta que se usa es la misma, es decir, el español? ¿Se trata de un defecto suyo o de una carencia nuestra?
Es archiconocida la dedicatoria que en uno de sus libros dejó JRJ, a la inmensa minoría. Él ya era muy consciente de lo que decía, y sabía que su laboreo entre las palabras, los ritmos y las imágenes, era poco menos que un clamor en mitad del desierto, salvo para unos pocos, quizá medio poetas, quizá medio orates, que preferían desperdiciar unos minutos de su tiempo en la lectura de un poema.
Quizá, y dejé el lunes la opción como un alcotán flotando en el salón, haya parte de culpa en los propios poetas que se han decantado –en mucha parte- por cierto hermetismo, por cierto lenguaje muy críptico, sólo inteligible para unos pocos iniciados, casi como si de miembros de una secta muy exclusiva se tratara. Es decir, a veces el propio afán de buscar caminos, voces, tonos, melodías personales, intransferibles, originales, etcétera, ha a alejado al posible lector de nuestras letras.
Pero no estoy seguro de que esto sea así. O sea así del todo. También puede estar sucediendo que –como para la mayoría de las artes- falta mucha cultura, incluso básica.
Para empezar no se enseña a leer poesía.
Porque leer poesía es diferente a leer novela. La poesía requiere de más tiempo, de más tranquilidad, de cierta disposición de ánimo y de mente que quizá no sea tan exigente para una novela. (Estoy generalizando. Ya sé que está mal, muy mal, pero estoy generalizando). Para que un poema llegue adentro es menester que el lector –al menos durante el tiempo de su lectura- lo intente interiorizar, cosa que con la prosa no sucede. El poema, como un tren extraño, no tiene un solo destino, es decir su última parada no está en el andén del cerebro, sino que busca y, quizá antes aún, esa estación que a veces está medio abandonada y en penumbra llamada emoción. No me refiero a una parada previa que se encuentra unos centímetros más arriba, casi en la epidermis, y llamamos sensibilidad, me refiero a la emoción, a ese lugar al que no todo el mundo suele llegar. El poema en fin, no sólo se lee con la mirada, sino con las entrañas.
Quizá el problema estribe en que nuestra sociedad es una sociedad demasiado racional o racionalista, la realidad –en cualquiera de sus ámbitos- sólo tiene explicación posible desde la lógica de un cerebralismo extenuante. Si hay algo que no se puede explicar con las mismas armas con que se explica, por ejemplo, la teoría que demuestra que el volumen de un cuerpo sumergido en un líquido es el mismo que el volumen de líquido desalojado, o no existe o no es real o es un error, un sofisma, algo por el estilo. Por tanto, cuanto más se aleje de esta lógica empírica un modo de expresarse, menos adeptos encontrará entre sus posibles seguidores. Quizá por ello la religión (me refiero a su aspecto espiritual, no al rito), la poesía, la filosofía, la música… estén en franca decadencia.
Si a esto se añade, además, la velocidad superficial a la que vivimos, probablemente nos encontremos con los cimientos de la actitud frente a la poesía de esta parte del mundo.
Y si, por último, se suma el sentido utilitario de nuestra cultura, creo que tenemos todos los componentes, puesto que, efectivamente, la poesía no sirve absolutamente para nada práctico.
Y sin embargo, aún me sigue extrañando semejante rechazo. No por mí, repito. No por mi libro. Hablo de la poesía en general…
Muchas veces pensaba –y cada día lo confirmo- que la mayoría de lectores de poesía, son poetas. Por ello, quizá, el éxito de los blog de poesía y su abundancia. Por ello quizá que un rincón de la blogosfera sea el de la poesía, su refugio. Porque con este modo de publicar, de editar poemas, se satisface el afán de dar a la luz nuestros versos, contar con lectores y leer poesía variada y abundante.
O quizá, no. O quizá no haya nada de lo que digo. Simplemente que la poesía para que sea, tiene que ser minoritaria, pues, de lo contrario, perdería parte de su ser, acaso la parte más importante, ésa que la relaciona con la intimidad, con el silencio, con la lentitud, con la intemporalidad, con la sorpresa, con la posibilidad de detenerse una hora o dos sobre el mismo poema, sin que haya algo detrás de ese poema que nos empuje a abandonarlo, me refiero a la trama que desarrolla una historia.
A mi modo de ver, como dije el lunes, la poesía es un modo diferente de mirar e interpretar el mundo. No es –y lo subrayo como lo subrayé- ni mejor ni peor que otras maneras de explicar el mundo, no es ni mejor ni peor que el modo en que la física, la química o la historia o la economía se aproximan a nuestra realidad para intentar explicarla e iluminarla y ordenarla. Es otra manera. Otro modo que se detiene en lo hondo del ser humano y desde allí intenta dar una respuesta a cuanto le rodea o le falta…
Ayer comentó Luis Javier Moreno, durante la Tertulia de los Martes, que un escritor –¡Cuánto lamento no recordar ahora su nombre, que sí dio!- explicó la diferencia entre poesía, relato y novela del siguiente modo: la poesía sería como beber whisky solo, el cuento sería como beber whisky con hielo y la novela sería como hacerlo con agua. De los tres modos es apetecible –a mí me gusta al menos- pero quizá no todos los días se deba o se pueda beber lo mismo.
Ya ha empezado la segunda parte del partido, y el Real Madrid gana por un gol a cero.