Cómplices

Viernes, 4 de marzo de 2011

Vengo de estar con Luis Javier Moreno, para hablar del libro. Para hablar de la presentación. La tarde –como el resto del día- más ha parecido de enero o febrero que de comienzos de marzo. El viento quería dibujar trenzas blancas sobre el lienzo de la ciudad. Me fumaba un cigarrillo en un soportal de la Plaza Mayor, contemplando la catedral… El carnaval comenzaba a cambiar la fisonomía de algunos paseantes. Pero con este clima, los carnavales me parecen un poco tristes o melancólicos.
Cuando ha llegado el poeta al lugar de la cita, sólo le he preguntado, si le había gustado el libro. De pronto, durante un rato, me había entrado la duda. Por unos minutos, me había cruzado el miedo, como ese viento que durante todo el día nos ha acompañado. ¿Y si no le hubiera gustado? Pero no ha sido así. El libro le ha gustado, le ha sorprendido gratamente. Luis Javier, según me ha dicho, sólo conocía mi prosa, la novela, los relatos, los cuentos de navidad, pero no sabía de mi poesía y le ha gustado. Y ese juicio es como un abrazo de bienvenida a alguien que llega de otro lugar y no sabe si será bien acogido.
Mis lectores en Internet ya han manifestado (en público y en privado) lo que opinan sobre mis versos. Pero hasta ahora nadie ajeno a la Red –completamente ajeno- había leído el conjunto de poemas que forman Versos como carne. Era un paso necesario, y este paso parece que ha sido seguro. Me ha señalado alguno de los poemas que más le han gustado, ha comentado algún detalle, pero de pasada, reservándose la sorpresa para el día de la presentación, para que (y también me lo ha dicho) no supiera lo que iba a decir.
Un pequeño juego para mantenerme a la expectativa ese día catorce.
Pero en realidad yo tampoco pretendía nada más. Esperaré con calma ese momento y procuraré disfrutar de lo que me diga, de lo que nos diga.
La conversación ha continuado tranquila y como saltarina de unas cosas a otras. Para mi desgracia, de sus palabras, he recibido la confirmación de otras sospechas que tengo desde hace tiempo. Y que él haya sido quien las haya confirmado, no deja de ser significativo.
Y triste.
Ahora no hablo de mi libro, hablo de otras cuestiones relacionadas con la poesía, de otros manejos que, a la postre, deciden lo que caerá en manos del lector.
Ayer anotaba aquí mismo, la comparación que Margarit hacía sobre el lector de poesía, equiparándolo al intérprete de una partitura, no al simple oyente. Parece ofensivo para esas personas que por oscuras razones haya poemas que nunca crucen el cajón donde el poeta los atesora. Si es un género minoritario, que lo es, cómo es posible que tanto se medre en el ambiente donde se cocina sobre el asunto. Cómo es posible tanto navajazo cruel...
Carlos Aganzo, último ganador del Gil de Biedma, en sus primeras declaraciones a la prensa tras saberse con el galardón, habló de Internet como gran aliado para los poetas. Como el gran medio para la poesía.
Y me parece que tiene razón. Mucha más de lo que él mismo suponía.
Ahora mismo no estoy en condiciones de desarrollar todos los pensamientos que se me agolpan en la cabeza, cuando pase un tiempo prudencial y tantos acontecimientos vayan pasando, supongo que iré convirtiéndolas en decisiones o en actitudes.
En estos momentos sólo puedo decir que la poesía es una criatura pura, que en demasiadas ocasiones va a parar a manos de torturadores profesionales, y que sólo cuando estos no pueden hacer nada contra ella, se manifiesta como lo que es.
Los grandes, sólo ellos –y son un pequeño puñado-, están al margen de tanta zafiedad y torpeza. La mayoría, que no pasaremos de la categoría de aprendices por más años que vivamos, al menos hemos tenido la fortuna de que este medio (al menos por el momento) nos iguala a todos.
Disfrutaremos mientras podamos… Pero como ávido lector de versos, siento que por culpa de algunos, me están hurtando demasiados. ¿No son bastantes mis propias limitaciones de tiempo, mis propias debilidades, mis propias prioridades, como para tener que soportar a tanto truhán manejando los hilos de una marioneta…?
* * *
Oscurece en Edimburgo ha dado otro paso más. Cada día está más próximo el instante en que el libro también se materialice. La ilusión que nos invade a los siete se nos transparenta en la mirada. A quien puedo le hablo de la experiencia, y si soportan más allá de las tres primeras frases, acaban sorprendidos por lo que hemos conseguido. Es posible en literatura el trabajo en grupo. Es posible. Y esta constatación me sigue pareciendo el éxito más importante de la experiencia. Creo que hemos abierto la puerta a un nuevo modo de entender la práctica literaria. Una puerta que nadie había abierto hasta ahora, ni siquiera en aquellos casos en que se ha firmado una obra por más de un autor. No me refiero al soporte, ni siquiera me refiero al resultado concreto. Me refiero a algo mucho más hondo, algo que es mucho más revolucionario, porque tiene que ver con una mirada al conjunto, al fin perseguido, y no con el propio prestigio personal, porque, además, en todo caso, este prestigio –si llega- llegará como consecuencia del resultado global.
Era un riesgo el que se corría, pero, como suele decirse, quien no arriesga no vence. Y hemos vencido porque nos hemos desnudado de cálculos interesados, porque hemos despreciado el futuro y hemos abrazado nuestro día a día como si no hubiera nada más. Porque, de algún modo, hemos sido puros y sólo nos hemos planteado escribir.
En cierta ocasión, hace un par de años quizá, me encontré con quien me había presentado Cuentos de Euritmia en Cuéllar. Y me preguntó por mi escritura. Le dije que no paraba de escribir –lo cual era absolutamente cierto-, pero me lamentaba porque nadie me publicaba. Y él me dijo algo que no compartí en absoluto en ese momento, pero que hoy ya es el pivote de mi tarea: ‘No te preocupes. Eso no importa. Sólo importa que escribas’.
Es la única receta factible. La única que evitará que los monstruos se conviertan en nuestros caníbales.