Cómplices

Domingo, 24 de abril de 2011. Domingo de Pascua.

Aunque la ciudad se vacía, se está vaciando, todavía hoy ha sido lo que nuestros hosteleros llaman buena jornada. Se notaba a la perfección en el bullicio de la calle Real, en que muchos restaurantes a las cinco de la tarde aún no se habían vaciado, en que algunos clientes aún buscaban lugar donde satisfacer su apetito con las buenas viandas de la tierra.
Ha habido un par de artículos de prensa que he leído esta mañana que, al final, confluyen en el mismo tema, aunque nada tiene que ver el uno con el otro.
Me han remitido esta mañana un enlace con un artículo en el que se explica el funcionamiento profundo del facebook. No es que hable –o no me he enterado- de la técnica de su manejo, sino de las verdaderas pretensiones que se persiguen con este invento, que lleva visos de convertirse en el verdadero mundo. Quien no esté en esta red social, no va a existir. Simplemente. Quizá sea un resumen muy drástico, pero es la conclusión a la que se llega, porque va a resultar que todo lo que está sucediendo, ha sucedido o sucederá se cuelga en los famosos muros. Se afirma en tal artículo que facebook va a alcanzar mayor importancia que el propio Google, porque muchas de las noticias que se producen llegan antes por la red social que por el buscador. Lo importante es tener los canales adecuados para que tu muro –o alguno de los que tienes enlazado- sepa pronto lo que hay que saber. Parece que para el marketing es el ideal, el sueño perseguido durante décadas y décadas… Por no hablar del aspecto económico que, como siempre es el más importante; de hecho la publicación en que aparece es de carácter económico.
Por otra parte, en su artículo dominical, Javier Marías reflexiona sobre la palabra liberal en el sentido antiguo y original del término, procurando remitirse a los ecos de profunda libertad y respeto por el otro que atesoraba la palabra, hasta que, primero, el liberalismo económico lo tornó en capitalismo salvaje y, después, al menos en esta España nuestra, la ideología más conservadora se apropió de él para hacerlo sinónimo de su bandería, por lo demás nada liberal.
Pero el artículo del escritor madrileño no trata sobre estas cuestiones, sino que se convierte en un ataque, o quizá o una queja, porque estamos viviendo una época en que la valía profesional de los individuos se juzga con la óptica de la crítica de su vida personal y privada. Y si en ésta existen sombras, lagunas, errores, defectos o cuestiones de peor valoración moral, automáticamente se excluyen y censuran los méritos profesionales.
El autor de Tu rostro mañana utiliza varios tipos de ejemplos. Unos que simplemente ponen de manifiesto la opción política del individuo, lo que automáticamente implica rechazo total por parte de sus adversarios ideológicos. En esta cuestión probablemente no haya nada que discutir, pues es evidente que es injusto que una determinada opción ideológica, religiosa, ética o social, si es diferente a la que sustento, sea la que decida mi apreciación sobre tal o cual obra, y reste objetividad a mi valoración. Del mismo modo que porque una autora o autor forme parte de mi órbita de pensamiento, todo lo que diga, haga o escriba esté bien.
Pero Marías da un paso más y llega hasta el extremo de su razonamiento. Probablemente tensando la cuerda hasta el límite para hacernos reflexionar. ¿Es lícito censurar hasta el olvido la obra artística de alguien que ha sido condenado por un delito? Creo que de este modo se podría formular la pregunta que nos quiere hacer el escritor al poner ante nuestra vista los casos que pone sobre la mesa. Releo. No, en realidad no es muy correcto mi planteamiento, pues aquí tendríamos que incluir a Cervantes que estuvo en la cárcel por supuesto delito no sé si de estafa o de malversación de caudales públicos o de chorieceo puro y duro o de burda calumnia… Veamos si soy capaz de ser más preciso… ¿En casos de pederastia, asesinato, apología del genocidio, malos tratos, etcétera, la obra puede analizarse con independencia del juicio moral que merezca su autor?
Difícil tesitura ante la que nos sitúa el escritor.
Uno, al menos en teoría, tiende a pensar que la obra –una vez hecha- cobra independencia, vuela por su cuenta y es ajena a la vida y milagros de quien la compuso. Y si una obra es una obra de arte como tal habrá que ser juzgada por muy canalla que sea su autor…
Sin embargo creo que esto sólo se puede producir de este modo cuando ha pasado mucho tiempo desde la desaparición del autor y probablemente sus felonías también queden igualmente alejadas de quien pueda disfrutar de la obra de arte. Mientras la memoria está próxima al propio autor se hace casi imposible tal tipo de neutralidad. Quizá porque por mucho que digamos otra cosa, somos nosotros y nuestras circunstancias, según el concepto orteguiano del individuo. Por tanto las obras, de algún modo, también corren el mismo destino que sus autores, pues de alguna manera, también son el autor.
Y aunque comprendo lo que quiere decir Javier Marías y en el fondo estoy de acuerdo con él, todo tiene un límite o todo tiene un precipicio, según se mire…
Otra cuestión será (y aquí es donde a mi modo de ver se hacen tangenciales ambos artículos) que gracias a los medios que hoy existen, cualquiera pueda ser acusado de cualquier cosa, con apariencia de ser real sin serlo.
Como me comentaba el otro día un conocido, la democracia, al final, es una cuestión de límites y de contrapesos, y no todo siempre ha de estar permitido, porque, probablemente si no se establecen estos linderos, lo que para uno es muy rentable o beneficioso, puede estar suponiendo la eliminación de otra persona. Y, sinceramente, creo que las mal llamadas redes sociales aún están lejos de garantizar esa libertad, porque con la apariencia de libertad, en realidad se convierten en agentes invasores de esos espacios que uno quisiera mantener a buen recaudo.