Cómplices

Domingo, 3 de abril de 2011

Acaban de llegarme negras noticias que, no por esperadas, dejan de ser tan dolorosas. La muerte vuelve a atacar con su tarea invencible e inaplazable y tan injusta desde nuestra perspectiva, sobre todo cuando su mordisco roza también los latidos de nuestro corazón.
El dolor nos lacerará de nuevo en estos días, en que la poesía vuelve a perder a uno de los suyos. Estaremos dolidos y jodidos un grupo no pequeño de poetas y de lectores de poemas. Unos más que otros. No seré yo quien se apunte ese dudoso privilegio. Pero este mordisco también me llega. Fui el último en llegar a su rincón, pero no por ello me sentí peor tratado, al contrario. La última opinión, la definitiva, la que me sirvió para decidir autoeditarme Versos como carne se la debo a él, a su sinceridad y a su bondad, a su empuje. El vacío será irremplazable, como siempre. Y ojalá que parte de su fuerza y empuje y bondad y optimismo y vitalidad y buen humor y sentido ético pase a mi modo de afrontar la vida y de afrontar esta tarea de escribir.
Hablar de otras cuestiones hoy casi se me hace absurdo y estúpido, y, sin embargo, la existencia está plagada de estas luces y estas sombras, de vida y de muerte, de alegría y sufrimiento, una complejísima urdimbre que nos hace estar tan pronto en una situación como en la opuesta.
Continúan llegando palabras realmente sentidas sobre Versos como carne, tanto que me conmueven hasta el extremo. Y es verdad que no hay nada mejor para un poeta que encontrar esa sintonía con los lectores. Ya que es un mundo tan complicado, difícil y minoritario, al menos saber que los versos anidan en corazones sensibles.
El día ha sido gris, muy gris, casi asotanado, y desde la hora de la comida llueve. Llovizna para ser precisos. Una lluvia que en realidad disimula, porque cae como si no cayera, pero no lo deja… Casi como la muerte que parece que no está, o que no la queremos ver, pero cada día nos deja el rastro de su tarea inacabable…