Cómplices

Lunes, 4 de abril de 2011

Se cumplieron los pronósticos anunciados, como un mal fario. O quizá no haya sido así de negativo, salvo para nuestros torpes ojos, y nuestro corazón que se asusta, como el de los niños, de la oscuridad y del vacío, de lo desconocido, de la nada…
No tengo fuerzas, ni ánimos, ni redaños, ni seguridad para remitirme a esa vida eterna en la que siempre, sin embargo, he creído.
Acabo de leer un correo que me llega desde Tenerife, en el que se reflexiona sobre un asunto bien simple, y se hace con una sola pregunta: “¿Te diste cuenta de que la muerte de un ser humano, y más cuando es cercano, nos disminuye…?”.
Mi amiga tiene razón, toda la razón del mundo. Una muerte así quizá nos sitúe ante nuestro espejo, una muerte así nos coloca ante el abismo de nuestra fragilidad y de lo efímero de nuestra existencia. (Para mí es un milagro amanecer cada día).
¿Entonces, resta alguna esperanza? ¿Hemos de claudicar de todo puesto que somos tan frágiles, puesto que es tan efímero nuestro latido…?
El propio Zúñiga da respuesta a estos malos pensamientos en su último poema, el que leyó cuando presentó su libro y que dijo que no publicaría nunca, pero a su pesar, ya está publicado en youtube. Un poema, que dicho con su voz honda y con su sonrisa de mar cálido, suena a abrazo y a esperanza. Un poema que ya habréis escuchado en Pavesas, pues allí lo he subido. Hacia la mitad, o un poco antes se escuchan estos versos:
Creo en todas las cosas que dejamos
al borde del camino, por si alguien las recoge
con templanza y las guarda en su almario
Dice San Pablo a los cristianos de Éfeso, creo, aunque ahora no estoy seguro, que siempre demos razón de nuestra esperanza. Pues bien, esta es mi esperanza, esta es la razón por la que los días cobran sentido, por la que merece la pena arrastrarse de sueño durante cada jornada, por la que dormir poco compensa, por la que soportar burlas mudas y miradas de extrañeza es la medalla de mis horas, por la que soporto tenues regañinas de quien más me quiere. Esta será la única gavilla que ocupará mis manos en la tarde en que sea juzgado (si es que llega esa tarde, si es que vamos a ser juzgados): creo en que mis palabras, aunque sean torpes, aunque no alcancen a tantos corazones como me gustaría, son palabras a favor de la esperanza, son palabras que claman contra la insolidaridad, contra la injusticia, contra cualquier fundamentalismo (y el mundo está repleto de ellos), son palabras que se alzan a favor de la armonía, del matiz, del diálogo, de la diferencia en la esencial unidad de una especie, que sin embargo sufre del canibalismo más atroz desde que Caín aplastó el cráneo de Abel.
Y por ello no demoraré ni un minuto de mi tiempo tan escaso, tan mal aprovechado, en perderlo con sandeces insustanciales que tengan que ver con honores, envidias, dineros, falsos orgullos, prebendas, famas… No preocuparé en buscar a quien odiar o en encontrar un enemigo sobre el que descargar mi ira.
Soy tan efímero, soy tan frágil, que mi único tiempo, los pocos latidos que me queden en el corazón (aunque sean muchos miles de millones, siempre serán pocos), intentaré invertirlo en hacer lo único que sé que puedo hacer, aunque sea en silencio, aunque sea sin más afán que alguien, alguna vez, encuentre en su camino alguna cuartilla garabateada con mi letra y allí, como el palpitar aterido de gorrioncillo de invierno, halle una palabra que le consuele de una herida.
Con eso estaré colmado... Aunque sea más lo que ambicione, no me es lícito soñar, tan sólo tengo derecho a pensar que mi vida es todo un éxito porque tengo algunas horas para disfrutar haciendo lo que me gusta y compartiéndolo con unos cuantos amigos...