Cómplices

Jueves, 14 de abril de 2011

Sólo resta que la criatura comience a caminar por su propio paso. Y será un paso firme, estoy seguro.
La foto ya circula por los blogs, como paso previo, como noticia en sí misma. Allí están los cuatro (Francisco, Ana, Inma, Dácil) sosteniendo cada uno su ejemplar y sonriendo con la misma cara con la que, efectivamente, sonríen los padres cuando presumen de sus hijos. Sé que mi ejemplar viene de camino, pero yo juego en desventaja, pues el mío tiene un trecho más largo que recorrer. Me imagino que mañana, quizá pasado, pueda abrazarlo y pueda pasearlo por la calle y pueda mostrarlo con orgullo a más de una persona que aún me mira con algo de recelo cuando le digo que está a puntito de llegar.
Quizá, por las razones que expuse el otro día, estoy más expectante que con Versos como carne. Es mayor la responsabilidad y mayor el deseo de que todo salga como se merece este empeño.
Si digo que toda la mañana la he pasado mirando a la puerta por ver si alguno de mis compañeros ordenanzas llegaba desde la oficina de Correos con el sobre en la mano, no exagero nada. Si digo que cuando hemos ido a desayunar, tentado he estado de entrar en Correos (total, ya me podrían incluir en nómina después de estos meses) y revisar las sacas, no estuviera ya allí el libro, dormitando y descansando tras el largo viaje, tampoco digo algo que no haya pensado. Si digo que cuando he llegado a casa y he visto un aviso de la mentada oficina, me ha dado brinco de alegría el corazón, pensando que había entendido mal la información de Francisco y, en realidad, me lo había enviado a casa, tampoco es incierta la frase…; pero no, era un aviso para mi hija, a quien también le llegan envíos por correo, aunque poco tengan que ver, precisamente, con las letras.
Así que no me queda más remedio que esperar. No me morderé las uñas, porque no tengo costumbre, está mal visto y queda feo, pero sí, estoy impaciente…
* * *
El nuevo programa de Paloma Corrales es, también, una conversación que me ha hecho disfrutar, y me ha emocionado, y me ha vuelto a confirmar el largo trecho que aún me resta por recorrer en este mundo de la poesía. En este caso se trata del poeta valenciano, residente en Madrid desde hace más de treinta años, Rafael Soler, que como se especifica es primero de todo poeta, aunque también sea ingeniero y sociólogo.
Como sucedía con Elvira Daudet, también fue Jaime Alejandre quien hace unos años rescató del olvido a este poeta que desde finales de los setenta, hasta mediados de los ochenta había publicado diversas obras en narrativa y de poesía. Desde 1985, por lo que he visto, dejó de publicar –no de escribir, como se recalca en la entrevista-, hasta que en 2009 reaparece con Maneras de volver, poco después, por lo que deduzco, de haber protagonizado una de las delicadas antologías hazversas. Hace unos diez días ha presentado su último poemario Las cartas que debía, como el anterior editado por Vitrubio, y que ya ha sido seleccionado como libro del mes por la Asociación de Española de Editiores.
El programa arranca con la emoción puesta en la garganta, en la mirada y en los silencios de ambos contertulios. Y para que la emoción fuera más completa, se hizo teniendo por testigos al sol y al cielo de Guadalajara –tan cercano, tan similar a este de Segovia-,  con el viento revolviendo a sus anchas, pero sin fastidiar en exceso, con el sonido de una ciudad vital que llegaba sin molestar (al fondo el tráfico, los trinos de los pájaros, una charanga, las campanadas de una iglesia, las del reloj de alguna torre dando alguna hora...). Y quizá sea ésta la mejor banda sonora para la poesía de Rafael Soler, al menos la que he podido intuir por lo que ha leído.
Hablaba de emoción… La emoción ha comenzado con el recuerdo de nuestro llorado Zúñiga. Él era, inicialmente, quien iba a protagonizar el tercer programa de la serie, sin embargo la muerte que lleva su propio calendario inexorable, no atendió a razones de este tipo. Paloma y Rafael han leído cada uno un poema del último libro de José, Ya veo la bala en mi cabeza. Y a ambos la emoción les ha cortado el último latido del corazón, al final de cada uno de los poemas. Cualquiera puede comprobar que en ese leve gesto, como de sollozo engullido entre la rabia, el cariño al amigo y el dolor, había más sinceridad que en cualquier discurso que se pudiera proclamar.
Y como si estas lecturas y estos gestos hubieran enmarcado todo el programa, éste transcurre en ese tono de amigos conversando sobre lo que les interesa. En este caso la poesía de Rafael Soler que se hace como harina de lo usual, que se camufla como la brisa cálida de la primavera, entre los andares de cualquier persona, en la cotidianidad más absoluta, ésa que nos conduce irremediablemente a la muerte, porque la apuesta más arriesgada es vivir, porque vivir inexorablemente acaba en la muerte. Y desde esa cotidianidad el poeta trata de los temas universales que a todos nos interesan y a todos nos afectan: la muerte, la soledad, el amor…, la mirada del perdedor… cotidiano todo repito, por tanto trascendente.
Y todo, bajo el sol radiante de primavera iluminando la tarde alcarreña y envuelta por el viento vespertino que jugaba con los versos y las palabras, quizá para que volaran lejos, muy lejos, hasta el corazón de todos los hombres, que, al fin y al cabo, son los destinatarios del dolor y el anhelo de los poetas, de sus versos, de estos grandes versos.