Cómplices

Jueves, 21 de abril de 2011. Jueves Santo.

Era la idea de anoche haberme puesto a escribir, justo cuando el árbitro del partido de la segunda entrega de la tetralogía Real Madrid contra Fútbol Club Barcelona diera por concluido el encuentro, salvo (como avisé a dos buenos amigos) que hubiese prórroga… Lo dije con la boca pequeña, pues no la esperaba, lo dije como una probabilidad ínfima…
Hubo prórroga…
Y venció el Madrid. Una victoria más bien épica, y no sé si pírrica; eso se empezará a vislumbrar en una semana… (Vaya mes, vaya mes…).
E igual que escribí lo que escribí tras el primer enfrentamiento de esta temporada, aquel demoledor cinco a cero del equipo barcelonés en su feudo, e igual que escribí lo que escribí tras el timorato empate a uno del pasado sábado, hoy tengo que escribir que ha sido un gran partido, aunque quizá el fútbol no haya sido excelso. Pero ha sido un fútbol apasionado, un fútbol de titanes que sabían que ayer (ayer, sí) el partido era definitivo en sí mismo, pues ayer (ayer, sí) habría un campeón, y sólo uno.
Tal y como fueron las cosas, uno tiende a pensar que las heridas que dejará esta tetralogía van a ser duraderas, porque se trata de la lucha de dos contrincantes cuyas armas son bien distintas y muy contundentes ambas, pero en ningún caso desequilibradas (al menos ayer, ayer, sí), a pesar de que los culés poseen argumentos de más largo recorrido. Porque a pesar de la rivalidad de tantas décadas, en pocas ocasiones ha sucedido que ambas escuadras coincidieran en tan buen estado de forma. Lo habitual es que cuando uno está pletórico, el otro ande alicaído.
El Real Madrid, por lo visto en estos partidos, necesita de una eficacia en su juego de más de un cien por cien para que poder desarbolar con éxito la propuesta del equipo catalán. Cada jugador merengue ha de cumplir casi por dos para doblegar la superioridad táctica y técnica de los azulgranas. Y anoche se cumplió esta premisa en una lección de compromiso, pundonor y responsabilidad y buen hacer, que ha de ser ensalzada y valorada, como hago ahora. Y no me duelen prendas.
Este título, quizá el tercero en importancia de los que disputan nuestros equipos de fútbol, imagino que supondrá una liberación para los madridistas, puesto que, al menos, acabará la temporada con un título en las vitrinas de la sala de trofeos del Santiago Bernabéu… Y no sé si será premonitorio, o una simple anécdota, el incidente de la Copa casi destrozada después del accidente sufrido, tras caérsele a Sergio Ramos y acabar bajo las ruedas del autobús…
Y si anoté hace unos meses que me decepcionó el modo en que unos no supieron vencer y otros no supieron perder, hoy para mi satisfacción, tengo que subrayar que me encantó como ambos asumieron el resultado. Otra cosa hubiera sido faltar al respeto al adversario y al esfuerzo que contempló el césped valenciano de Mestalla.
La Cibeles, dicen, ha sido un hervidero de alegría. Exageradas me parecen siempre este tipo de celebraciones, pero ya parecen formar parte del guión… No importa.
Tal y como están las cosas, mejor tomarlas como vienen, no sea que no haya más que celebrar por esta temporada…
* * *
Y la intención de anoche no era hablar del fútbol, aunque era inevitable (aunque sólo fuera por coherencia interna) hacer una referencia al partido, cualquiera que hubiera sido el resultado.
La idea era hablar de la feliz tarde que he pasado junto a tres personas que se han acercado hasta Segovia, con el deseo de compartir unas horas y de conocer un poco mejor esta ciudad de mi torpe mano.
Tenía miedo de que el día se metiera en agua, tal y como nos auguraban las previsiones meteorológicas. Pero la tormenta (de mucha intensidad eléctrica, mas no tanta de agua) ha esperado hasta las diez de la noche, para decorar el celaje de la ciudad con sus luces espectrales. Por el contrario, hasta el sol nos ha acompañado en nuestro paseo por las afueras de la ciudad.
Al final, como sucede en estos casos, lo de menos han sido mis explicaciones sobre tal o cual monumento, sobre tal o cual paisaje, sobre tal o cual leyenda, tradición o historia que un lugar concreto traía a mi memoria. Y a fe que las ha habido, o las he procurado. Lo más importante, lo que sellará el día como uno magnífico en mi recuerdo (y espero que también sea así en la memoria de Ángeles, Jesús y Pruden) ha sido el encuentro en sí mismo. La conversación, pero sobre todo la complicidad que se ha generado desde el primer momento, desde el instante en el que nos hemos saludado.
Conozco a Ángeles desde hace algo más de un año, cuando coincidimos en el blog de otra amiga común, Mercedes, durante la publicación de la novela Maldita. Desde ese momento, y poco a poco, como ha sucedido con otras personas que he ido conociendo en esta aventura por los blog, se fue trabando una especie de amistad. Y añado ‘especie’, porque hasta que no se produce el encuentro físico, en persona, uno no da por concluido el periplo del conocimiento de la persona. Es como si faltara alguna cosa. Sin embargo, en este mundo bloguero, algunas veces ocurre que el conocimiento se va trabando poco a poco, partiendo del respeto y la sinceridad. Por tanto, cuando se decide dar el paso del encuentro personal, hay mucho camino trillado, casi el más importante, el trascendental. No me refiero al conocimiento que pueda surgir de los comentarios a las entradas en los respectivos blog. Este argumento sería raquítico y aportaría prueba de inmadurez por mi parte. Entiendo que tiene que haber algo más que, por no extenderme en esta digresión, lo concretaré en la comunicación particular y privada que nos cruzamos a través de los correos electrónicos.
En estos dos años y medio de trote por la Red, me ha sucedido con varias personas y hasta ahora puedo decir que cuando las cosas se llevan según el ritmo exigido, con respeto, con cariño y con libertad, los resultados son positivos. Tanto que en mi caso se me han ensanchado los horizontes del mundo de modo exponencial.
Los horizontes del mundo son las personas, pues éste es el paisaje que más me interesa.
Y a veces sucede –como ayer mismo- que la persona a la que uno conoce, Ángeles en este caso a quien ya conocía incluso físicamente después de que se acercó a Segovia desde Extremadura para la presentación de Versos como carne, se trae prendidos del corazón a otras dos personas que son para ella importantes y que, en consecuencia, pretende que lo sean para mí. Y se trajo a Jesús, quien ocupa el latido de su corazón con la intensidad propia del amor, y a Pruden, cuya sensibilidad para la literatura es especial. Sobre todo para el teatro, ya que forma parte de un grupo de aficionados que sube a los escenarios salmantinos obras escritas por Ángel González Quesada. Según supe ayer, este año será una que tendrá por personaje central nada menos que a Erasmo de Roterdam, uno de mis paradigmas a la hora de entender y vivir el cristianismo.
Como es de imaginar, lo más largo de la tarde fueron lo que teóricamente eran los preámbulos: el encuentro, la comida, la sobremesa… La ciudad no se sintió ofendida porque hubiera prórroga en nuestra comida. La ciudad es una dama inmóvil y paciente, tranquila y dispuesta, siempre dispuesta. La ciudad se conformó con nuestras miradas extasiadas un poco más tarde lo previsto, un poco más rápidas de lo pensado.
Comimos en un restaurante que a mí me agrada muy especialmente. Es una opción personal y siempre que puedo y las circunstancias lo permiten acabo allí con mis amigos.
El Bernardino, que así se llama, ubicado en plena Calle Real, justo junto a la Canaleja, no es ninguno de los tres restaurantes más prestigiosos de la ciudad. Es probable que cualquier segoviano, requerido en una encuesta sobre una lista de diez restaurantes, no lo incluyera en tal clasificación, o quizá en la cola de este grupo de diez y sin embargo a mí me gusta casi todo en él, pero, sobre todo, la sensación de placidez que se respira entre sus muros y algo más sutil y difícil de explicar, pero que percibo desde hace muchos años ya, la sensación de que el negocio no es una obsesión, aunque sea una dedicación plena, exclusiva y probablemente muy absorbente. Ya digo, algo complicado de explicar, pero que me llega con nitidez cada vez que soy allí recibido. Y siempre he sido muy bien recibido. Por lo demás, comer en Segovia, en cualquiera de sus múltiples restaurantes, es garantía de profesionalidad, de buen hacer, calidad y éxito. Salvo que uno sea componente de la cofradía de alta cocina de diseño. En tal caso, la situación se complica.
Pero no era el caso.
La comida ha tenido como tema principal el cochinillo y como ingrediente básico Oscurece en Edimburgo…Valga este modo de decir las cosas para explicar que es como si nos hubiéramos alimentado de la novela escrita por 7 plumas.
Es verdad que Jesús conoce mejor el proyecto, no en vano Ángeles se lo ha explicado con cierto detalle en diversas ocasiones, pero Pruden no salía de su asombro a medida que la pasión de Ángeles aderezaba sus palabras. Y esta misma pasión es la que provocaba en mí mismo una perspectiva más matizada sobre el asunto.
Quizá haber ocupado la sala de máquinas del proyecto junto a mis seis compañeros, me resta perspectiva sobre el asunto. Ahora que puedo contemplar el rostro de quien al fin palpa el volumen de trescientas cuarenta páginas, empiezo a intuir que se trata de algo sorprendente y que causa admiración… Es algo similar a lo de la amistad que escribía un poco más arriba: hasta que no se alcanza el encuentro material es como si algo faltara, como si aún todo fuera posible, pero no cierto, o no cierto del todo.
 Somos materiales o, al menos, una parte de nosotros es material y hasta que no hacemos partícipe a alguno de nuestros sentidos de las ideas y los sentimientos, es difícil que aniden de modo definitivo en nuestro interior. Quizá no sea ésta la mayor de las virtudes humanas, quizá –como pretenden muchos filósofos, teólogos y místicos- esto demuestre nuestras carencias, nuestros límites no sólo como individuos, sino como especie…
Pero es así, somos así. Estamos muy vinculados a los sistemas periféricos que transmiten información a nuestra unidad central y si no vemos o escuchamos o palpamos o gustamos u olfateamos algo, este algo es como si no existiera. El amor, por ello, necesita de los besos, las caricias, la pasión desbordante, la amistad necesita de los abrazos y la conversación…, quizá por ello la literatura necesite de los libros, de ese gran invento de la humanidad que será tan difícil de reemplazar; quizá varíe su materialidad, pero no su concepto básico. Y me daba cuenta, mientras saboreaba mi ración de cochinillo y hablaba –demasiado sobre mí y sobre mis andanzas de escribidor desmedido-, que esta tarea no es baldía, o no es del todo baldía, que merece la pena…
Luego, casi a las cinco, nos sumergimos en la tarde espléndida y soleada. Con el coche hemos recorrido la Cuesta de los Hoyos o Pinarillo, para disfrutar de las postales que desde el lado suroccidental ofrece la ciudad, en un entorno de vegetación. Detrás de nosotros, a la izquierda, el oterillo que sirvió de cementerio a los judíos de Segovia y que en su día era un montecillo pelado y ahora llamamos Pinarillo, merced a la iniciativa que a finales del siglo XIX decidió sembrarlo con semillas del pino piñonero procedente de Chañe, según refiere Mariano Grau (uno de los cronistas que la ciudad ha tenido) en uno de sus trabajos. La primera parada ha sido en el primer mirador dispuesto para la contemplación, en este caso de la Catedral, esta Dama de las Catedrales en afortunado calificativo de un escritor norteamericano, que poeticé en Cuentos de Euritmia con el nombre de Esbelta Dorada. Un poco más abajo otra parada, frente a la proa del Alcázar, escondido en el oleaje tormentoso de la arboleda que estalla vigorosa y sin complejos por ser más verde que el verde en estos días tan primaverales. Y en la Alameda de la Fuencisla nueva parada. Larga. Sosegada como la brisa que iba meciendo las hojas de los árboles. Visita al templo –tan recoleto e íntimo-, y luego indicaciones sobre San Juan de la Cruz, sobre su estancia en estas tierras, justo en esta parte de la ciudad, justo contemplando el paisaje que nosotros contemplábamos…
Como si estuviéramos abriendo el preámbulo a la poesía…
Porque Jesús se ha empeñado en recitar poemas de Versos como carne. Porque a Jesús le gustan mis poemas y Jesús es habitual lector de poesía, quizá por ello sea tan alegre, quizá por ello se tome la vida con esa pizca de estoicismo y buen humor que exige para que la melancolía no nos termine por almidonar el alma, convirtiéndola en lágrima destructiva.
En esta arboleda, ayer abrisada en tibiezas, resonaban mis versos en su voz de un modo especial, casi como si hubieran nacido para ser dichos allí mismo. Y me daba perfecta cuenta de que estos versos nunca fueron míos del todo, porque sólo de una potencia ajena a mi conciencia pudieron nacer. Algo que se me escapa e incluso tardo en reconocer, aunque a la postre sé que son mis versos los que nacieron poco a poco o en feroz tumulto; pero aún así, siento que soy más instrumento que otra cosa.
Regresamos hacia el Acueducto, nuevamente, por el otro lado, recorriendo los dos kilómetros y medio que he dado en bautizar como el Arco místico de Segovia: La Fuencisla, los carmelitas (con la presencia incluso física de San Juan de la Cruz, pues allí está enterrado –excepto la pierna que en Baeza quedó-), la Vera Cruz con el rescoldos medievales de ordenes militares, la sombra jerónima del Monasterio del Parral y la Cueva de Santo Domingo, oculta –casi- en la iglesia de la Santa Cruz, gótico isabelino con afanes imperiales e inquisitoriales, que hoy es sede de una universidad privada que ha postergado la poesía de sus muros…
Dos horas de camino para regresar a Salamanca, con un partido de fútbol en la perspectiva, fueron suficiente excusa para situar a mis pacientes visitantes –que tanto tuvieron que aguantar mi voz- camino de vuelta, previo café.
Una tarde así, merece este recuerdo. Es la mejor forma que conozco para que no se quede en el olvido.
* * *

Ahora mismo el sol baña la ciudad, pero los nubarrones de apariencia pesada y turbulenta, acechan por las cuatro esquinas.
Al menos durante unas horas se cumple el dicho popular: Hay tres jueves en el año que brillan más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y la Ascensión… Pero me temo que esta tarde las procesiones no podrán recorrer nuestras calles. Supongo que el ronco llanto del tambor no retumbará por las callejuelas camino de la catedral, ni los pasos se alzarán sobre nuestras miradas para empujarnos a una pequeña reflexión, siquiera pequeña, sobre el dolor, la entrega, la muerte, la injusticia o tantas cosas que a uno se le puedan ocurrir…