Cómplices

Jueves, 28 de abril de 2011

Estoy envuelto por música milenaria, como si buceara en su sustancia de cristal aéreo y transparente, una música que se edifica sobre los ladrillos de la propia voz humana, sin otra argamasa que la que se obtiene del empaste de las tonalidades propias de bajos, barítonos y tenores. Contemplo el crecimiento de este edificio sonoro, montándome sólo sobre la melodía, evitando en lo posible intentar interpretar las palabras latinas que brotan como aves primaverales, tan sencillas, tan hermosas…
Cierro los ojos. Por suerte para escribir no me hace falta tenerlos abiertos, sé dónde ha de pulsar la yema del dedo para que cada letra no sea otra, y el texto no se torne un jeroglífico indescifrable. En todo caso luego repasaré, por si acaso… Digo que cierro los ojos, y sólo el sonido me ocupa. Un sonido que me haría volar hacia lugares inalcanzables de ordinario, como si me hubieran regalado un pasaje hacia el infinito.
Todo el proceso es un poco lento.
Dejo de teclear.
Simplemente relajo al máximo mis sentidos, procurando que no haya nada que los distraiga del único punto de atención: esta melodía que me inunda. Al principio es inevitable que me sitúe en el interior de una nave oscura y fría, vacía y hermosa, como la noche. El eco o el reverbero de la melodía es una referencia para mis sentidos, para mi experiencia que me habla de los templos seculares de estas tierras donde estas melodías trazaron sus primeros viajes hace algún milenio.
Tengo que hacer otro esfuerzo. Tengo que conseguir romper los muros y las bóvedas, las cúpulas y los estrechos ventanales por donde la luz entra y se colorea con los tonos de las vidrieras. Tengo que subir sobre el lomo de seda y espliego de esta melodía para alcanzar ese lugar al que ascienden, y que, sin embargo, descubro no muy sorprendido, está muy adentro, nada afuera. El Universo soy yo. Las estrellas están en mí. La caricia de Dios y su ausencia no están muy lejos del pliegue de mis pensamientos, en el mismo punto donde habitan mis deseos de acariciar la piel amada, propincuos al lugar donde los versos y las historias esperan su turno, junto al taller de las lágrimas por los olvidados… Esta música, esta música…