Cómplices

Viernes, 29 de abril de 2011

Parece que no hay nada que hacer en este mundo si no te dedicas a reivindicarte como un tirano de un territorio cuyo único habitante eres tú mismo. Hay ciertas poses de niño terrible que me hastían, pero al mismo tiempo me dejan el cuerpo como lleno de agujetas. No lo entiendo.
En fin.
Si la única estrategia es convertir el triunfo a cualquier precio como objetivo vital, si para ello es necesario dedicarse a intentar derruir todo cuanto los demás construyen, para que sólo permanezca mi torpe chabola, me prefiero bajar de este vehículo, y contemplar cómo los leones se destrozan a zarpazos y dentelladas.
Aunque lo parezca, no hablo de fútbol, sino de libros.
Aunque lo parezca, no hablo de algo que me ataña en persona, pero me procura un malestar bastante cercano a la náusea.
Aunque lo parezca, no me irrita la crítica, sino la destrucción.
Aunque lo parezca, no me irritan los modos, sino el contenido.
Y lo peor es que algunas veces, justo la última línea sirve para desmontar todo el argumento anterior, como si ese renglón fuera un himno a la contradicción.
Siempre he creído que la crítica es uno de los ejercicios más nobles y más necesarios, porque a veces no se poseen todas las claves que ayuden a discernir los misterios que se encierran en una novela, en un poema, en una película, en un cuadro, en una escultura... Y quien ejerce la crítica (a mí no me interesa demasiado, en todo caso, sólo me apetece escribir de lo que me gusta), podría pensar que el lector no busca encontrarse con un cadáver en proceso de putrefacción. Por mucho que un libro sea horrible, es probable que se pueda denostar con cierta educación.
Sé que hablo fuera del mundo, porque cada día me doy más cuenta de que este planeta (también el territorio de las letras) es una selva intransitable y peligrosa. Pero por suerte, también sé que las pocas personas que me leen están de acuerdo con lo que digo.
Quizá el problema sea otro. Quizá el problema sea que uno no pinta nada en este escenario, y que a pesar de lo que se crea, no ha nacido para ser escritor, porque para ser escritor no sólo hay que tener ideas, escribirlas de un modo más o menos hermoso y original y conseguir que te las publiquen... Además, parece, hay que crearse fama de granada de mano arrojada sobre las huestes enemigas: el resto del mundo, o casi…