Cómplices

Miércoles, 27 de abril de 2011

Espero que estas palabras salgan un poquito antes que los primeros comentarios escritos tras el encuentro que el Barça acaba de ganar al Real Madrid, en el Santiago Bernabéu y con el que deja la eliminatoria de la semifinal de la Champions League –y probablemente la temporada- finiquitada, a favor del cuadro catalán.
Hasta que Pepe ha confundido la pasión con una patada innecesaria –no tan alevosa quizá, pero sí excesiva- y ha descuajaringado el centro del equipo, era el partido más aburrido de todos los que han disputado en este mes tan plagado de los llamados clásicos. El partido del miedo, donde la única premisa era no encajar un gol. Estrategia arriesgada por parte de los madridistas y lógica en los barcelonistas. Pretender que la eliminatoria se resolviera en el feudo barcelonés era demasiado arriesgado desde la perspectiva blanca. Las visitas al Nou Camp suelen saldarse con resultados bastantes negativos, como se ha visto esta misma temporada.
La primera parte ha sido –acaso para equilibrar la calidad de la final de hace una semana- un flojísimo partido de fútbol donde –como ha dicho el comentarista de la televisión por donde lo he visto- se ponía más pasión en las protestas que en el fútbol.
El inicio de la segunda ha sido un paso al frente de los blancos; pero ese paso al frente, por la precipitación o por el atolondramiento de Pepe –la clave de los últimos partidos en el equipo merengue, tanto para lo bueno como para lo malo-, se ha tornado en un suicidio, en un costurón de un traje que venía cosido con alfileres. Y el Barcelona ha vuelto a jugar como sabe hacerlo. Claro que, confirmando la machacona teoría de Mourinho, con uno más que el rival.
Sin haberlas oído, me imagino las ruedas de prensa de ambos entrenadores. Me estoy empezando a imaginar también portadas, crónicas, titulares. Los ríos de tinta que van a terminar por incendiar el próximo enfrentamiento, el del martes que viene.
Por eso escribo esto, sin leer nada, para no contaminarme con nada. Salvo extrañísimas circunstancias, está todo el pescado vendido, como diría un castizo. La tarjeta de Pepe era roja, me temo. Ya sé que la mayoría de la prensa madrileña no lo reconocerá y dirán que una amarilla habría sido suficiente. Sé que no había mala intención en el jugador, sé que ha sido una cuestión de excesivo ímpetu, sé que ha llegado a penas unas décimas de segundo tardes a ese balón; pero no había ninguna necesidad de arriesgar tanto…
Lo peor de este asunto es que ya hay coartadas, una vez más, para justificar una derrota.
* * *
Por suerte para mí, hoy había algo mucho más importante, algo que me congratula mucho más y que me da alas para seguir soñando.
El fútbol, por mucho que me guste –y me gusta-, no supone más allá de una distracción de un par de horas algún día de la semana,  y algún comentario en el trabajo o en la cafetería. Casi lo que más me gusta del fútbol es poder narrarlo, poder inventarlo con palabras, mejor dicho, poder recrearlo con palabras.
Los comentarios y análisis tácticos que pueblan la prensa son bastante aburridos, pero las crónicas de los encuentros –algunas de ellas- son verdaderas piezas literarias que entretienen y divierten.
Y en este punto quiero unir estas palabras, o enlazarlas con el respeto que se merece ella, a la entrega del Premio Cervantes a Ana María Matute. Como ella dice en su discurso, “el que no inventa no vive”. En esta frase ha apoyado el texto más corto de lo habitual y lleno de esa humanidad, sencillez y cariño que pone a todo cuanto hace la escritora barcelonesa.
Quizá sea un discurso el suyo que pueda ser criticado por algunos eruditos en comparación con otros discursos, pero a mí me ha llenado de emoción leerlo despacio en la edición digital de El País. Quizá estas cosas se puedan decir así con ochenta y cinco años, cuando nada puede importar lo que los demás puedan decir. Por el contrario, yo le alabo con todas mis ganas y energías, y que en sus páginas se muestre amedrentada por tener que escribir un discurso, que confiese que cada día aún le habla a su muñeco Gorogó que le acompaña desde los cinco años y que –incluso- está en la habitación del hotel que ya a estas horas recogerá a la escritora, me ha parecido de una grandeza literaria y humana encomiables.
Es posible que la literatura cada vez esté más lejos incluso de los lectores, no ya del gran público. ¿No tendrá que ver esta masiva huida con la fiera costumbre de los poetas y escritores de escribir sobre cosas que pocos entienden porque no han vivido? ¿Por qué la emoción y la sencillez son síntomas de mala literatura?
A mi modo de ver, la mejor novela de Ana María Matute es, como ya he dicho en varias ocasiones, Olvidado rey Gudú. Una novela de más de mil páginas que en realidad es un cuento tradicional infantil elevado a la categoría de inmensa novela (en todas sus acepciones). El tema es bien sencillo, y es el mismo que tantas veces palpita en las líneas de los cuentos: sólo el amor puede salvarnos.
Esta misma semana nos ha dejado el grandísimo poeta chileno Enrique Rojas, que en su día fue galardonado con el mismo premio, y recuerdo vagamente que también me impresionó aquel discurso, por la sencillez desnuda del mismo que venía a señalar, como hoy ha hecho Ana María Matute que la literatura viene a salvarnos, viene a hacernos la vida un poco más llevadera, porque quien inventa no vive. Y con ella confirmo, que ha habido muchos que gracias a la Literatura han convertido en Dulcineas (o Dulcineos) a cerriles Aldonzas (o Aldonzos). Que muchos gracias a la literatura han descubierto gigantes, donde sólo había aspas de molinos. Que muchos, gracias a la literatura, han encontrado un mundo donde la bondad puede ser un valor que lleve incluso al éxito, en todo caso a la dicha. Sí, un valor tan puesto en solfa como la bondad, es uno de los componentes de la personalidad de un tal Alonso Quijano, más conocido por D. Quijote de la Mancha, el personaje más universal de la Literatura universal, tanto que muchos han llegado a pensar que realmente existió en carne y hueso.
Y ha resaltado la escritora muchas más cosas que yo no repetiré, porque imagino que muchos lo habrán leído, en todo el enlace al discurso está aquí. Pero voy a resaltar otra, quizá por lo que indica de modernidad en esta escritora que aparenta salud tan frágil. El canto que hace a los cuentos, al relato corto. No es la primera vez que escucho a esta mujer hablar sobre la poquísima importancia literaria que en España se le daba a este tipo de relato. Y resalto lo de su modernidad por cuanto, es ahora cuando gracias a muchas circunstancias –a la que los blog no son ajenos- esta extensión de los relatos (cuentos, relatos, relatos largos, novelas cortas…) ha aumentado, y de he hecho son muchas las editoriales que se especializan en este tema. Y además lo quiero señalar, porque tengo más de un amigo, en especial Francisco, que sostiene que en las longitudes escasas, donde el autor ha de condensar todo sus esfuerzos, es donde habita la verdadera literatura.