Cómplices

Jueves, 7 de abril de 2011

Como he escuchado en la radio este mediodía, en Segovia se ha decretado la primavera. No es que se trate de un bando municipal o algo semejante. Ha sido un modo de hablar del comentarista de Radio Segovia. Supongo que leyendo desde otras latitudes, esta afirmación sonará a hipérbole poética, pero quien viva por la zona sabe a lo que me refiero.
La primavera por esta parte de la Meseta castellana no suele ser más que una palabra escondida en los diccionarios, en las poesías o en los cuentos, como mucho unos instantes de algunos días (apenas un puñado). Lo normal es que la retaguardia del invierno se sitúe por aquí hasta bien entrado mayo y la avanzadilla del verano nos fatigue en cualquier momento, sin más intervalos, sin más periodos intermedios…
Pero esto año, no. Este año, al menos durante una semana, estamos disfrutando de la primavera, y en el mes de abril, nada menos. No son los días como el cristal brillante, más bien están viniendo cargados de algo de calima o nubes muy altas, no lo sé, pero hace de primavera. Los árboles –no sé qué día, no sé a qué hora- se han llenado de brotes frescos, ya no están desnudos, ya no son esqueletos solitarios y suplicantes. En ciertas laderas hasta ahora terrosas y de apariencia yerma, el verdor del césped nuevo y fresco ha aparecido, como si un pintor descontento con su obra hubiera decidido cambiar algunas partes de su lienzo tras un arrebato nocturno.
Ha coincidido, además, esta esplendidez con el cambio de hora, con lo que las tardes se han convertido en vastos territorios para el disfrute de la luz, del sol, del paseo, de los jardines, de los valles juntos a los riachuelos aún bravos, aún vestidos de serranías. El aire, entibiado y juguetón, huele de modo especial, los pájaros están todo el día interpretando sus conciertos de trino y silbo y las personas nos despojamos de la pesada vestimenta que ya nos aburre, después de tantos meses, aunque no terminemos de fiarnos del todo.
Y este año que la primavera ha decidido hacernos una visita e, incluso reposar entre nosotros unos días o unas semanas, quién lo sabe, me gustaría recogerme en el silencio, me gustaría aprehender ciertos sonidos invisibles, estar atento al crecimiento de las flores, escuchar el discurso de la nieve ya convertida en ninfa que viaja en el cauce del arroyo, contemplar cómo el sol se demora con lentitud de experto amante sobre las crestas de las arboledas, sobre cada una de las calles, torres, tejados y fachadas de la ciudad… Convertirme en gota de humanidad mezclándose en las calles risueñas con el resto de ciudadanos que salen a sus cosas y a sus casos… Y acercar a mi corazón a quienes quiero y están lejos –algunos irremediablemente lejos- para que disfruten de esta excepción, de esta noticia que se produce más de tarde en tarde que los años bisiestos.
Los más agoreros reclamarán la vigencia del refrán para advertir de la posible ofensiva del invierno que uno supone dormitando o quizá al acecho, pero mejor disfrutemos de este regalo, sin preguntar, ni imaginar nada. Hagamos como que somos niños, hagamos como que no tenemos experiencia y pensemos que es así, simplemente es así, y continuará así por mucho tiempo.