Cómplices

Martes, 26 de abril de 2011

Esta tarde Oscurece en Edimburgo ha dado otro pasito. En realidad han sido dos, pero de uno no conviene que aún diga nada, puesto que no se han concretado algunos detalles que, según me han prometido, en pocos días tendrán solución…
Cuando regresaba a casa de la Tertulia de los Martes de hoy, venía preguntándome –después de haber enviado el mensaje múltiple que he mandado a mis seis ‘plumigos’- ¿Escribiría lo que voy a escribir de Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) si su reacción hubiera sido diferente a la que ha sido?
Ahora podría ser magnánimo conmigo mismo y afirmar a bombo y platillo que lo habría hecho exactamente de la misma manera; pero mentiría –me mentiría, por ser preciso, que es lo más estúpido que se le puede ocurrir a uno en un diario- y, peor aún, se notaría mucho.
Esta tarde se celebraba la última Tertulia de los Martes de este curso. Hasta la segunda quincena del mes de octubre próximo no se iniciará la trigésima temporada de esta actividad cultural que sucede un par de veces por mes. El invitado que ha cerrado este curso, ha sido, como ya se habrá adivinado, Santiago Roncagliolo. En esta ocasión ha sido Ignacio Sanz el encargado de presentar el acto.
En relativamente pocos meses es la segunda vez que tengo oportunidad de ver y escuchar al escritor en Segovia, pues en septiembre pasado fue uno de los invitados en el Hay Festival, compartiendo ‘conversación’ con el poeta y narrador vasco Kirmen Uribe. Para mi extrañeza no había tantos asistentes como yo me imaginaba, dada la enorme aceptación que esta actividad tiene en Segovia. Por ello me he apresurado a llegar con tiempo, y así tener buena ubicación en la sala. Esta anticipación ha permitido que haya sido presentado por Ignacio Sanz al escritor afincado en Barcelona. Y ha sido el primer momento muy agradable de este rato, porque Ignacio me ha presentado como otro escritor, otro colega, nada menos.
Durante el acto, SR ha hablado, sobre todo, de su última novela Tan cerca de la vida que discurre en Tokio. Para ilustrar su disertación, se han ido proyectando en la pantalla que dispone la sala una serie de fotografías que, según he entendido, había tomado durante la estancia en la capital nipona.
Sus novelas nacen siempre de algún acontecimiento de carácter personal, que le impulsa a ‘mejorar’ lo realmente sucedido. En este caso esa experiencia personal es la soledad. La soledad a la que se vio abocado por razón de la propia modernidad tecnológica de Tokio, adonde había viajado enviado por una revista para realizar una serie de reportajes. Tokio es una ciudad tan preparada para la tecnología de última generación, que un móvil que no sea 3G (que nadie me pregunte que es esto) no puede funcionar. Tan potente era la línea de banda ancha del hotel, que su ordenador personal, no podía soportar tanta información y, simplemente, no funcionaba, no era operativo. Además, la diferencia horaria entre España y Japón, entre Japón y Perú, suponía que cuando él estaba en vigilia su familia –la de un lado y la de otro- dormía. Los japoneses, según ha dicho, no hablan tanto inglés como se supone, y los que lo hacen tienen un acento nipón tan marcado que se hace prácticamente ininteligible. Durante su estancia en ese hotel, se celebraba un congreso sobre inteligencia artificial, en concreto la creación de robots-personas. Lucy, una robot guapísima según se ha visto en la foto, fue la persona más amable y con quien más palabras cruzó en su estancia japonesa… En fin que esta experiencia le empujó a escribir una novela de ciencia ficción en el que el trasfondo es el desarrollo de los robots para convertirlos en personas. O dicho de otra manera: ¿Puede el ser humano crear a otros seres humanos? Sin embargo, el tema central de la narración es la soledad.
He resumido, porque SR habla extensamente y con mucho sentido del humor. Atrapa a la audiencia con el modo cercano y sencillo de contar las peripecias que puede narrar, trufándolas de muchas connotaciones vitales y personales. En fin, que sabe cómo seducir al público, sin mostrarse lejano o pedante.
Mientras hablaba de su novela, iba desgranando otras circunstancias que nos hacían comprender la génesis de algunas otras de sus obras como Pudor, Abril rojo, El príncipe de los caimanes, etcétera.
En cuanto a la propia técnica del escritor –una de las razones fundamentales por las que voy a este tipo de actos-, he sacado algunas conclusiones. En realidad ha sido la confirmación de dos certezas que ya atesoraba. La primera –y creo que primordial, pues se ha referido a ella nada más comenzar su disertación- ha sido la necesidad imperiosa que tiene de observar todo cuanto acontece a su alrededor. Más aún, ha dicho que para él viajar es primordial, por cuanto exacerba más esa cualidad, como si estar fuera del propio entorno, propiciara que todos los resortes que disponemos para la observación se dispararan. La otra conclusión –que ya era una certeza asumida- es que es en los perdedores y en los personajes oscuros donde están los personajes realmente literarios. De los buenos y triunfadores poca literatura se puede hacer. Sobre este asunto quizá haya mucho que discutir, pero, a mi pesar, creo que no está muy desencaminado, pues probablemente en esas zonas de sombras es donde aniden las dudas, las incongruencias, los motivos ocultos que mueven a los seres humanos…
Al final del acto, y a propósito, -para qué negarlo ya-, me he demorado con la idea de comentarle nuestra aventura llamada Oscurece en Edimburgo. No se me había olvidado en estos días previos a esta Tertulia que él fue el encargado de escribir el primer capítulo en Internet de una novela colectiva que se ha intentado vender como la primera que se escribe de este modo. ¿Por qué no hablarle de nuestra experiencia? ¿Qué me lo impedía? Me ha parecido una persona cercana, asequible, directa. No ha llegado al limbo inalcanzable de los intocables y, además, se han producido todas las circunstancias precisas…
Ignacio ha estado hablando con una persona sobre un asunto que les competía a ambos en exclusiva. Así que me ha parecido oportuno preguntarle por esa experiencia colectiva… Según él, ha sido –o está siendo- un poco compleja y ya desea verla en papel, porque se va a publicar, parece ser, para ver el resultado final.
Era el instante.
Me he decidido.
Le he dicho que nosotros lo hemos conseguido. Que siete autores hemos llegado hasta el final, que ya existe el libro.
Y le ha llamado la atención. Me ha dicho que le gustaría tener el libro, que se lo hiciera llegar.
En ese preciso momento me he arrepentido de no haber llevado uno conmigo, sobre todo porque lo había pensado, pero al final me ha parecido de mal gusto presentarme con él, así que no lo he hecho.
Pero se ve que la fortuna estaba de nuestro lado.
Durante esta temporada, La Tertulia de los Martes, tiene, por así decir, una extensión en Cuéllar. Los miércoles por la tarde el autor invitado junto con quien lo presenta, se desplazan hasta la villa cuellarana, con lo que el invitado está hospedado, al menos durante una noche en Segovia. Así que he quedado con él en que mañana por la mañana le haré llegar un ejemplar de nuestra novela.
Y lo haré en persona, sin duda.
No es que quiera hacerme muchas ilusiones, porque luego el batacazo puede ser más gordo. Pero también he reflexionado que quien no se arriesga no obtiene réditos y que, por otra parte, SR no tenía ningún motivo para haberme pedido el libro. Podría haberse callado. Podría haber comentado que se pasaría por el blog. En fin, podría haber dicho cualquier cosa… o ninguna.
Tiene muy claro, y de eso también hemos hablado, que igual que se está arriba se está abajo, que igual que se sube se baja. Es consciente de que en este mundo no hay muchas cosas duraderas, todo es bastante efímero y voluble.
Su rostro, que no desmiente su edad, sonreía con afabilidad y con la cercanía propia de quien sabe que, aunque el oficio más fascinante sea contar historias, haber alcanzado cierta notoriedad en el mundo de las letras (un premio Alfaguara de novela no es precisamente algo para pasar desapercibido nada menos que en 27 países del mundo, sin mentar las traducciones), no le ha hecho olvidar que mañana puede ser un nombre prácticamente desconocido. Él, que cuando llegó a Madrid hizo de negro para algún escritor –según se dice en su biografía de Internet-, él, que tuvo que limpiar pisos para sobrevivir en la vorágine matritense, él, en fin, sabe de lo que habla, y parece que no ha olvidado de dónde viene… ni ha descartado la posibilidad del fracaso. Sin duda esto le hace más grande a mis ojos. Lo que más le engrandece.