Cómplices

Domiingo, 15 de mayo de 2011

Y ahora aquí, tan lenta esta mañana como el murmullo de una flor, asisto al prodigio de una esencia, a la explosión de una fragancia que huele como huelen los endecasílabos, cuomo huelen los besos, como huelen las miradas de las madres. Se acerca la hora de un silencio, ese silencio en que me sumergiré con la misma sonrisa con que los pájaros juegan con la primavera.
Y en silencio asistiré al milagro de algunos versos que limpiarán mi mirada de mentiras, orgullos y oropeles, y en silencio dejaré que brote el sonido de mis propios versos para que, luego, se escondan dentro de una nube de tormenta, esa tormenta que anuncia el canto inquieto de un mirlo invisible, para que mis palabras se deslíen en el fragor de una tempestad de niños desarbolados y sin juegos. Soy un vagón cargado de fardos de silencios. No hay más que mi silencio y el brillo intacto de sus poemas hermosos como el mármol, diligentes como el río y hondos como el pan. No soy nada, no soy nadie, silencio, hierba en el rumiar de un herbívoro adormecido.
Sí, el silencio que cruza cada uno de mis poros henchido de frío y sueños que se marchitan como las sonrisas de los lirios nacidos al solanar. Silencio, una parva de silencio entre dolorido y resignado, entre humillado y espléndido. Hay una suerte de esplendor en este silencio. No alzaré mi voz, ni siquiera elevaré mis ojos hacia las miradas que amasan las respuestas. Aquí, allá, en cualquier parte, estarán mis letras, pero mi voz no se alzará. Permaneceré vertical y silencioso, asistiendo al milagro de los versos que se olvidan, de los versos que nadan por descuido en unas pocas docenas de pupilas escindidas de los torbellinos inútiles, pero imparables. Silencio. Silencio. Anticiparé el silencio de mi nicho, la ceguera de esa tumba inexistente que un día albergará mi sangre, ya estancada para siempre, como un charco que se pudre. Sólo merezco el silencio, sólo mi silencio para no molestar, para no distraer a los ocupados de sus tareas trascendentes e improrrogables. Hollaré con mis palabras cuadernos recosidos por manos artesanas, porque si no ensucio estas cuartillas, mi mirada apestará a llanto. Allí estará el milagro de sus versos, y me zambulliré con mi silencio sobre ellos. Mi silencio se perfumará con el aroma de los endecasílabos, y mi useño se mecerá en el reverbero de una campana después del tañido de maitines… Sólo quizá, me atreva a que la aurora escuche mi voz, murmurio de algas para no romper el sueño –vuestro sueño-, y me sonría. (Aunque tampoco tengo garantizada la comba de sus labios…).
Silencio, sin más, para continuar asistiendo al prodigio de una esencia, a la explosión de una fragancia que huele como huelen los endecasílabos, como huelen los besos, como huelen las miradas de las madres.