Cómplices

Lunes, 16 de mayo de 2011

La noche se estanca en revoluciones de frases contundentes y llenas de rabia. Me da un poco de dolor todo lo que está sucediendo en la Puerta del Sol de Madrid y empieza a suceder en otras partes, como Barcelona. Ya ha habido alguien que ha convocado una acampada en el Acueducto. No sé si con ironía o muy en serio. Quizá salga. Este mundo es muy extraño… Pero ya empiezo a divagar.
Me da dolor, digo, porque es todo un poco la puesta en escena de la impotencia, aunque se pretenda justo lo contrario: minar las bases de este sistema que nos deshumaniza, de este sistema que prefiere las flores de plástico a las naturales, que, si pudiera, nos rebajaría aún más la categoría para convertirnos en meros consumidores sólo necesarios para que los balances de sus empresas y los porcentajes de las encuestan sirvan para algo. En ello está esta parte del mundo gobernada por unos desconocidos (muy conocidos) que se escudan bajo el nombre de Mercados, y que utilizan como señuelos a sus alumnos más aventajados y que más les deben: los llamados políticos. (¿Cómo puede haber caído tan bajo el contenido de una palabra que nació tan noble?). Están a punto de conseguirlo. Y tienen hambre, son voraces. Se han tragado a Grecia, a Irlanda y comienzan con Portugal: están a punto de enviarla al desolladero. Les van a prestar no sé si setenta y ocho mil millones de euros (lo escribo con letra para que se note más, y porque casi no sé escribirlo con número –que la RAE me perdone-). De más está decir que el sufrimiento de los funcionarios que despidan (y sus familias) unos veinte mil, les importa menos que nada. Sobra decir que la reducción en los fondos para educación o sanidad no les afectan (incluso podría ser mejor para sus intereses personas menos formadas o con peor salud). Los despidos se abaratan hasta el pago de diez días por año trabajado… ¿Para qué seguir? A la Mercadocracia real en la que vivimos, no le importa otra cosa que la salud de sus finanzas, saber que –como aquellos avaros prestamistas del Renacimiento- sus créditos, tendrán pronta y rentable devolución. No hay más misterio.
Dejamos de ser personas hace mucho. Nos convertimos en individuos. Luego, cuando ser individuo no era suficiente para que el sistema encontrara el alimento que le permitiera seguir con vida, empezamos a ser trabajadores. Entre medias hubo que derrotar a la clase proletaria, domesticar sus instintos salvajes, para ello se llegaron a ciertos compromisos que han servido para que todos fuéramos ciudadanos. Ahora estamos en camino de ser, repito, sólo consumidores. Suponiendo que no lo seamos ya desde hace tiempo. Y nos lo hemos creído durante muchos años. La felicidad era mantener el sistema económico. Mejor dicho, la salvación, el único camino posible para alcanzar la felicidad era/es conseguir que el neoliberalismo económico alcanzase sus más altas cimas: la verdadera ley de la selva: sólo sobrevive quien es más fuerte. Como en una carrera sin meta, una carrera cuyo fin era la propia carrera…
Pero algo ha fallado. Algo ha hecho crack en el nudo del sistema, y el miedo se ha hecho almirante en jefe de todas las maniobras. Quien presta dinero no quiere que se pierda ni un céntimo. No hay más misterio. Y llega la cruda realidad a nuestros pies, hambrienta y con fauces poderosas: sólo me importáis si consumís, si no podéis me estorbáis. Pero tenemos que consumir. Es nuestra obligación. Para eso nos creó el Mercado Todopoderoso, para eso viven y se desviven sus ministros, las agencias de calificación. Y para poder consumir, para poder continuar en la rueca que nos da la dicha y la felicidad, tenemos que garantizar que nuestros estados puedan devolver el dinero que les han de prestar, para que el sistema tenga gasolina y camine. Y alguien, que sólo tiene números en las pupilas, se ha tomado la molestia de negar la razón a los ateos: dios existe. El dios exterminador que decide cuántos sobran. Y los que sobran son arrojados al fuego eterno. La vieja máxima se repite: es necesario que unos pocos mueran para que no sufra el resto del pueblo.
Había una pancarta ayer domingo en Madrid que decía, “Sembrad miseria y recogeréis rabia”.
Luego nos llevaremos las manos a la cabeza, cuando esa rabia se descontrole y a algunos no les importe mucho plantar cara al poder. Algunos no tienen casi nada que perder ya, y esa es la situación idónea para que la protesta acabe en revuelta.
Y me da también dolor, mucho dolor, ver que toda este movimiento se quede en la queja, se quede en una protesta, sin más, que será aplacada quizá por el cansancio. Esperemos que no por la represión o la violencia.
Quizá el verdadero camino sea otro. Porque todo esto parece un globo lleno de aire, sin mayores propuestas. Sólo un aviso muy serio, una especie de puesta en pie, de alzar la voz, de decir aquí estamos nosotros y si queremos podemos minar el sistema. Esperemos que así sea, un primer paso, y no un único paso. La Democracia real tiene que ver con la asociación, con el colectivo, con el compromiso, con la propuesta, con la participación, con el bien común, con la cosa pública, que dirían los viejos romanos.  Democracia real es vivir el día a día como un camino hacia la libertad y los derechos... del otro.