Cómplices

Domingo, 22 de mayo de 2011

Poco después de amanecido… Horas antes de votar
Ando leyendo estos días Troppo vero, un tomo más del diario de Andrés Trapiello que genéricamente se titula El salón de los pasos perdidos, aunque entre reflexiones electorales propias, los asuntos con la presentación de Oscurece en Edimburgo en Segovia, y no perder ripio de la evolución del movimiento ciudadano del 15-M –juvenil mayormente, y por ello ilusionante-, tengo un poco abandonada su lectura, sus casi ochocientas páginas. Me hice hace unos años adicto a este libro (a la sucesión anual de libros) que, siempre que concluye, tiene el aire de los calendarios: final, sí, pero no del todo, porque es bien sabido que habrá otro unos meses más tarde. Y al mismo tiempo tiene la cualidad de álbum fotográfico de alguien que es capaz de aquietar lo cotidiano para que no se nos olvide del todo con el paso incesante de los días.
Que el autor leonés es cervantino, no es afirmación novedosa, sino simple calificativo de una de las prosas más diáfanas e irónicas de nuestra lengua. Aunque, acaso, sea un poco tautológico afirmar el cervantismo de su estilo y luego calificarlo de diáfano e irónico. Quizá estas dos cualidades sean unas de las que mejor expliquen lo que se quiere decir cuando se afirma el cervantismo de alguien.
No sólo eso, claro.
Hay mucho más. Porque con dosis similares habría que añadir cierto grado de melancolía teñido de estoicismo, un fatalismo sin aspavientos dramáticos, mirada vestida de ternura hacia los más débiles, acidez hasta la corrosión cuando son los poderosos o los hipócritas (especialmente en el gremio de las letras) quienes se cruzan en su sendero y un gran amor por la naturaleza, pero no por la naturaleza, así, en abstracto, ésa que nos hace pensar en grandes o pequeños espacios bien alejados de nosotros mismos; más bien se trata de esa integración natural que se da en el ser humano con el medio en el que se mueve. De este modo, aunque sea la Plaza de París madrileña el escenario de sus andanzas, no es extraña una referencia a los árboles, a los gorriones, a las flores. Y si el fragmento se desarrolla en Las Viñas, su residencia extremeña, con más razón, pues en esos días el escritor se llega a fundir, como el agua lo hace con la tierra tras la lluvia, con el entorno hasta hacernos desear a sus lectores estar allá, junto a él, pero en silencio, mejor aún, invisibles, para gozar con él de ese instante.  Y un dolor muy de Cervantes (que luego asumieron sus queriods noventayochistas) por España. No por la pérdida de su grandeza territorial o cosas por el estilo que, en realidad sólo sirven para decorar la biografía de algunos políticos. Se trata del dolor, en el caso de AT, por la ruindad de la vida española en tantas cosas, sobre todo en lo cultural, donde únicamente importa el navajeo y la popularidad del instante fugaz, mucho más que la constancia y que la autenticidad. Y también, quien como yo se aficiona a estos libros, se siente un poco mirón, un poco telespectador de los programas de las vísceras, pero no del famoseo que se estila en las televisiones, sino de escritores y territorios aledaños. Eso sí, emitidos con una exquisitez y clase literaria de altos vuelos. Como si esos insufribles programas los dirigiera Berlanga, pongo por caso... ¡Ay las famosas X de Trapiello! No sé por qué, tengo la impresión de que muchos serían capaces de pagar lo que fuera –una cena por ejemplo- para que el de Manzanar del Torío les saque en ellos, aunque sea muy caricaturizados, tal que si fueran enanos o jorobados anímicos, como trasuntos de los retratos que de algunos de ellos hizo Velázquez. Y no sé por qué me da el pálpito de que algunas de esas X son meras ficciones que el autor escribe para regodearse inocentemente con su propio invento, pues sabe, y es algo contrastado, que muchos colegas andan al acecho de ver cómo les retrata en estos libros; quizá intuyan que, a la larga, sean estos diarios los testimonios más usados por los historiadores de la literatura de esta parte del siglo en España para desentrañar si éste fue un hipócrita, aquél un plagiador, el de más allá un pobrecito, o quien recibe la unánime alabanza, en realidad es un arribista de medio pelo.... Porque para él, y esto lo escribe en este libro tal cual, siguiendo la senda de su adorado JRJ la ética es previa a la estética... Y eso siempre y sin distingos y sin excusas.
Leer a Trapiello en sus diarios es como leer a un ser humano anacrónico, tan anacrónico como yo quisiera ser, porque su anacronismo es, en realidad, una reafirmación de lo innecesarias que son muchas cosas contemporáneas –sobre todo en lo tocante al arte-porque su anacronismo es un dardo inofensivo pero certero sobre las posaderas del mundo contemporáneo y lo que éste tiene de más inhumano o más absurdo, e incluso deleznable o, como quizá el diría, más apropiado para que las llamas de una chimenea caldeen una estancia mientras leemos a Cervantes y escuchamos a Bach.
Afirma en este volumen, Troppo vero, que acaso estos libros [los diarios], cuando han sido dados a la imprenta, una vez corregidos los cuadernos donde se escribieron día a día, ya son una novela. Es decir –o así lo entiendo- que hay un proceso de elaboración posterior en donde, supongo, quitará o añadirá, elaborará algún sucedido, perfilará tal o cual escena. Y me malicio –justamente por esta afirmación- que, más bien, sucede lo contrario, que, por muy novelesco que parezca lo que nos cuenta, es más real de lo que parece. Aunque con estos escritores nunca se sabe…
* * *
Quizá esta noche vuelva por estas páginas, quizá esta misma noche añada algo más, más bien referido a las elecciones… Quizá no sea así. La diferencia de este diario respecto del de Trapiello, es que uno (y es mi problema, pues no hay nadie que me haya obligado a ello) publica en tiempo real, sin esperar a que hayan pasado cinco o seis años desde que anota algún sucedido hasta que echa a volar como los vencejos… o las golondrinas.