Cómplices

Jueves, 26 de mayo de 2011

Escribir a estas horas es un peligro, porque puede salir toda la impaciencia del día, que aún no se ha armado de senderos, ni siquiera de señales que indiquen el camino a seguir.
Escribir a estas horas es abonar el territorio de la poesía, cuando me debo dedicar a los números, no esos números hermosos que definen el universo y su sentido, sino estos números nuestros, tan nimios y aburridos (aunque necesarios) que predican el latido de nuestras miserias. Y esto es muy peligroso para mi ánimo, porque no puedo dedicarle el tiempo que me pide, porque me quedaré con el sabor acre del deseo cercenado casi en su raíz.
Escribir a estas horas, en este lugar es zambullirme en el interior de tristeza e incertidumbre. Pero no puedo hacer otra cosa. Escribir para decir que desde ayer vuelvo a tener conciencia de que sólo algunos hombres (o mujeres) son valientes, y muy pocos se merecen ciertos honores. Justamente a ellos (o ellas) no se los daremos.
Todavía hay quien emplea sus merecidas vacaciones anuales en volar rumbo a la miseria y el dolor, por ver si sus manos pueden ayudar a aplacar algún centígrado la fiebre de la podredumbre.
Anoche no lo dije. Anoche no supe decirlo.
La verdad es que hoy tampoco lo digo muy bien, pero necesito decirlo.
Al menos justifico mi existencia.
Al menos justifico mi tarea.
Gracias, Jorge, por tu ejemplo y tu valentía